¿QUÉ ES EL PECADO? ¿DE DÓNDE VIENE? ¿HEREDAMOS LA NATURALEZA PECAMINOSA DE ADÁN? ¿HEREDAMOS LA CULPA DE ADÁN?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
A. LA DEFINICIÓN DE PECADO
La
historia de la raza humana aparece en las Escrituras primariamente como la
historia del hombre en un estado de pecado y rebelión contra Dios y del plan de
redención de Dios para llevar al hombre de regreso a la comunión con él. Por
tanto, es apropiado considerar ahora la naturaleza del pecado que separa al
hombre de Dios.
Podemos
definir el pecado de la siguiente manera: El pecado es no conformarnos a la ley
moral de Dios en acciones, actitudes o naturaleza. Lo definimos aquí en
relación con Dios y su ley moral.
El
pecado incluye no solo las acciones individuales tales como robar o mentir o
matar, sino también las actitudes que son contrarias a las actitudes que Dios
requiere de nosotros. Esto lo vemos ya en los Diez Mandamientos, los cuales no
solo prohíben acciones pecaminosas sino también actitudes erróneas: «No
codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su
esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca» (Éx 20:17).
Aquí
Dios especifica que el deseo de robar o de cometer adulterio es también pecado
ante sus ojos. El Sermón del Monte también prohíbe actitudes pecaminosas tales
como el enojo (Mt 5:22) y la lujuria (Mt 5: 28). Pablo menciona actitudes tales
como los celos, el enojo, el egoísmo (Gá 5: 20) como cosas que son las obras de
la carne opuestas a los deseos del Espíritu (Gá 5: 20). Por tanto, una vida que
agrada a Dios tiene pureza moral no solo en las acciones, sino también en los
deseos del corazón.
De
hecho, el más grande de los mandamientos requiere que tenga el corazón lleno de
una actitud de amor a Dios: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mr 12: 30).
La
definición de pecado que hemos dado arriba especifica que el pecado es no
conformamos con la ley moral de Dios no solo en acción y actitud, sino también
en nuestra naturaleza moral. Nuestra misma naturaleza, el carácter interno que
es la esencia de quienes somos como personas, también puede ser pecaminosa.
Antes de que Cristo nos redimiera, no solo cometíamos acciones pecaminosas y
teníamos actitudes pecaminosas, sino que éramos pecadores por naturaleza.
Por
eso Pablo puede decir que «cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por
nosotros » (Ro 5: 8), o que anteriormente, «como los demás, éramos por
naturaleza objetos de la ira de Dios» (Ef. 2: 3). Aun cuando está durmiendo, un
inconverso, aunque no esté cometiendo acciones pecaminosas ni cultivando
activamente actitudes pecaminosas, es un «pecador» a los ojos de Dios; todavía
tiene una naturaleza de pecado que no se conforma a la ley moral de Dios.
Se han
sugerido otras definiciones del carácter esencial del pecado. Probablemente la
definición más común es decir que la esencia del pecado es egoísmo.' Sin
embargo, esa definición es insatisfactoria porque:
(1) Las Escrituras mismas no definen el pecado de esa manera;
(2) Mucho del interés propio es bueno y está aprobado por las Escrituras,
como cuando Jesús manda que «acumulen para sí tesoros en el cielo" (Mt 6:
20), o cuando buscamos crecer en santificación y madurez cristiana (1 Ts 4: 3),
o aun cuando nos acercamos a Dios por medio de Cristo Jesús para nuestra
salvación. Dios sin duda apela a nuestro interés propio de personas pecaminosas
cuando dice: (Conviértete, pueblo de Israel; conviértete de tu conducta
perversa! ¿Por qué habrás de morir?) (Ez 33: 11).
Definir
el carácter esencial del pecado como egoísmo llevaría a muchas personas a
pensar que deben abandonar todo de beneficio personal, lo que es por supuesto
contrario a las Escrituras.'
(3) Mucho pecado no es egoísmo en el sentido ordinario del término, pues
las personas pueden mostrar una dedicación desinteresada a la religión falsa o
a la educación secular o humanista o a metas políticas que son contrarias a las
Escrituras, sin embargo esto no sería «egoísmo» en el sentido ordinario de la palabra.
Además, el odio a Dios, la idolatría y la incredulidad no son por lo general
frutos del egoísmo, pero son pecados graves.
(4) Una definición así podría sugerir que hay algo equivocado o pecaminoso
incluso en Dios, puesto que la meta más elevada de Dios en la búsqueda de su
propia gloria (Is 42:8; 43:7, 21; Ef 1:12).' Pero esa conclusión es claramente
errónea.
Es
mucho mejor definir el pecado en la manera en que las Escrituras lo hacen, en
relación con la ley moral de Dios y su carácter moral. Juan nos dice que «todo
el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de
la ley» (1ª Jun. 3: 4).
Cuando
Pablo busca demostrar la pecaminosidad universal de la humanidad, apela a la
ley de Dios, ya sea la ley escrita que fue dada a los judíos (Ro 2: 17-29) o la
ley no escrita que funciona en la conciencia de los gentiles quienes, mediante
su comportamiento, «muestran que llevan escrito en su corazón lo que la ley
exige, como lo atestigua su conciencia» (Ro 2:15). En cada caso su pecaminosidad
queda demostrada por su falta de conformidad con la ley moral de Dios.
Por
último, debiéramos notar que esta definición hace hincapié en la seriedad del
pecado. Nos damos cuenta por experiencia que el pecado es perjudicial para
nuestra vida, que nos trae dolor y consecuencias destructivas para nosotros y
para todos los que son afectados por él. Pero definir el pecado como la falta
de conformidad con la ley moral de Dios, es decir que el pecado es algo más que
doloroso y destructivo, que es también malo en el sentido más profundo de la
palabra.
En un
universo creado por Dios, no se debe aprobar el pecado. El pecado está en
directa oposición a todo lo que es bueno en el carácter de Dios, y así como
Dios necesaria y eternamente se deleita en sí mismo y en todo lo que él es,
también necesaria y eternamente aborrece el pecado. Es, en esencia, la
contradicción de la excelencia de su carácter moral. Contradice su santidad, y
tiene que aborrecerlo.
NOTA: Vea, por ejemplo, A. H. Strong, Systematic
Theology. P. 567-73. Sin embargo, Strong define el egoísmo es una manera muy
específica que es diferente del sentido ordinario del término cuando se usa
para hablar solo de interés propio o de interés propio a expensas de otra
persona. Strong considera el egoísmo como «la elección del yo como el fin
supremo lo cual constituye la antítesis del amor supremo a Dios» (p. 567) Y
como «la elección positiva y fundamental de preferir el yo en vez de a Dios,
como el objeto de afecto y del fin supremo del ser» (p. 572).
Al definir el egoísmo en relación con Dios, y
específicamente como lo opuesto a amar a Dios, y como lo opuesto al «amor de
aquello que es lo más característico y fundamental en Dios, es decir, su
santidad» (p. 567), Strong ha hecho en realidad el «egoísmo» aproximadamente
equivalente a nuestra definición (la falta de conformidad con la ley moral de
Dios), especialmente en el área de la actitud (lo cual, él explica, resulta en
acción).
Cuando Strong define el «egoísmo» de esta forma tan
poco usual, su definición no es en realidad incoherente con las Escrituras,
porque él está diciendo que el pecado es lo opuesto al gran mandamiento de amar
a Dios con todo tu corazón. El problema con esta definición, sin embargo, es
que usa la palabra egoísmo en una manera que no es entendida comúnmente, y, por
tanto, su definición de pecado queda con frecuencia abierta a ser malentendida.
Nuestro análisis en esta sección no es objetar al
pecado como egoísmo en el sentido poco usual que le da Strong, sino más bien en
la manera en que el término egoísmo es generalmente entendido.
Por supuesto, el egoísmo que busca nuestro propio
bien a expensas de otros es erróneo, y eso es lo que las Escrituras quieren
decir cuando nos dicen: «No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad
consideren a los demás como superiores a ustedes mismos» (Fil 2: 3). Con todo,
la distinción entre egoísmo en el sentido equivocado y el amor propio
bíblicamente iluminado no está claro en la mente de muchas personas.
B. EL ORIGEN DEL PECADO
¿De
dónde viene el pecado? ¿Cómo entró en el universo? Primero, debemos afirmar
claramente que Dios no pecó, y que no se le puede echar la culpa del pecado.
Fue el
hombre quien pecó, y fueron los ángeles los que pecaron, y en ambos casos lo
hicieron adrede y voluntariamente. Culpar a Dios por el pecado sería blasfemar
en contra del carácter de Dios. «Sus obras son perfectas, y todos sus caminos
son justos» (Dt 32: 4). Abraham pregunta con verdad y fuerza en sus palabras:
«El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?» (Gn 18: 25). Y Eliú dice
correctamente: «¡Es inconcebible que Dios haga lo malo, que el Todopoderoso
cometa injusticia!» Job 34: 10). De hecho, es incluso imposible que Dios desee
hacer el mal, «porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta
él a nadie» (Stg 1: 13).
Pero,
por otro lado, nos debemos guardar del error opuesto: sería erróneo que
dijéramos que hay un poder malo que existe eternamente en el universo similar o
igual al poder de Dios. Decir eso sería afirmar lo que es conocido como el
«dualismo» en el universo, es decir, la existencia de dos poderes igualmente
supremos, uno bueno y el otro malo.4 Tampoco debemos pensar que el pecado
sorprendió a Dios ni que es un reto ni que supera su omnipotencia o su control
providencial sobre el universo.
Por
tanto, aunque nunca debemos decir que Dios mismo pecó ni que él es el culpable
del pecado, debemos también afirmar que el Dios «que hace todas las cosas
conforme al designio de su voluntad» (Ef 1: 11), el Dios que «hace lo que
quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra [y] no hay
quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos» (Dn 4: 35),
estableció que el pecado entrara en el mundo, aunque no se deleita en ello y
aunque estableció que entrara por medio de las decisiones voluntarias de
criaturas morales.
NOTA: Vea las reflexiones sobre el dualismo en el
capítulo 15,
Vea el capítulo 16, para una consideración más
completa de la providencia de Dios en relación con el mal. "Tú no eres un
Dios que se complazca en lo malo» (Sal 5:4), sino que «aborrece a los que aman
la violencia» (Sal 11:5), de manera que Dios ciertamente no se complace en el
pecado; no obstante, para sus propios propósitos, y en una manera que todavía
permanece en gran medida como un misterio para nosotros, Dios estableció que el
pecado entrara en el mundo.
Aun
antes de la desobediencia de Adán y Eva, el pecado ya estaba presente en el
mundo angelical con la Caída de Satanás y los demonios: Pero con respecto a la
raza humana, el primer pecado fue el de Adán y Eva en el huerto del Edén (Gn 3:
1-19). El que ellos comieran del fruto del árbol del conocimiento del bien y
del mal es en muchos sentidos típico del pecado en general.
Primero, el pecado ataca la base del conocimiento, porque
da una respuesta diferente a la pregunta, «¿Qué es verdad». Mientras que Dios
había dicho que Adán y Eva morirían si comían del fruto del árbol (Gn 2: 17),
la serpiente dijo: «¡No es cierto, no van a morir!» (Gn 3:4). Eva decidió dudar
de la veracidad de la palabra de Dios y llevó a cabo un experimento para
comprobar si Dios les había dicho la verdad.
Segundo, el pecado ataca la base de las normas morales
porque da una respuesta diferente a la pregunta «¿Qué es lo bueno?» Dios había
dicho que era moralmente correcto para Adán y Eva no comer del fruto de aquel
árbol (Gn 2: 17). Pero la serpiente sugirió que estaría bien el comer, y que al
hacerlo Adán y Eva llegarían «a ser como Dios» (Gn 3: 5). Eva confió en su
propia evaluación de lo que era recto y de lo que sería bueno para ella, en vez
de permitir que la palabra de Dios definiera lo que era bueno o malo. «Vio que
el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era
deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió» (Gn 3:6).
Tercero, su pecado dio una respuesta diferente a la
pregunta «¿Quién soy yo?»
La
respuesta correcta era que Adán y Eva eran criaturas de Dios, dependientes de
él y subordinadas a él como Creador y Señor. Pero Eva, y luego Adán,
sucumbieron a la tentación de ser «como Dios» (Gn 3:5), con lo que intentaron
ponerse en el lugar de Dios.
Es
importante insistir en la veracidad histórica del relato de la Caída de Adán y
Eva. Así como la narración de la creación de Adán y Eva está ligada al resto de
la narrativa histórica del libro del Génesis,? también este relato de la Caída
del hombre, que sigue a la narración de la creación del hombre, el autor lo
presenta en una forma sencilla e histórica. Además, los autores del Nuevo
Testamento se basan en estos relatos para afirmar que «por medio de un solo
hombre el pecado entró en el mundo» (Ro 5: 12) e insisten en que «el juicio que
lleva a la condenación fue el resultado de un solo pecado» (Ro 5: 16) y que «la
serpiente con su astucia engañó a Eva» (2ª Co 11: 3; 1ª Ti 2: 14).
La
serpiente, sin duda alguna, era una serpiente física auténtica, pero que
hablaba porque Satanás con su poder lo hacía por medio de ella (Gn 3: 15 con Ro
16: 20; también Nm 22: 28-30; Ap 12: 9; 20: 2).
Por
último, debiéramos notar que todo pecado es en última instancia irracional.
No
tenía sentido que Satanás se rebelara contra Dios con la expectativa de poder
exaltarse por encima de Dios. Como tampoco tuvo sentido que Adán y Eva pensaran
que podía haber alguna ganancia en desobedecer las palabras de su Creador.
Estas
fueron decisiones necias. La persistencia de Satanás de seguir rebelándose en
contra de Dios es todavía una decisión insensata, como lo es la decisión de los
seres humanos de continuar en un estado de rebelión contra Dios. No es una
decisión sabia, pero «dice el necio en su corazón: "No hay Dios"»
(Sal 14: 1). Es el «necio» en el libro de Proverbios el que temerariamente se
mete en toda clase de pecados (vea Pr 10: 23; 12: 15; 14: 7, 16; 15: 5; 18:
2;). Aunque las personas a veces se convencen a sí mismas de que tienen buenas
razones para pecar, cuando se examine a la fría luz de la verdad en el día del
juicio, se verá en cada caso que el pecado en última instancia no tiene
sentido.
NOTA: Vea las consideraciones sobre el pecado de
los ángeles en el capítulo 20,
Vea también el capitulo 15, sobre la necesidad de
insistir en la historicidad de Adán y Eva como personas especificas.
C. LA DOCTRINA DEL PECADO HEREDADO
¿Cómo
nos afecta el pecado de Adán? Las Escrituras nos enseñan que heredamos el
pecado de Adán en dos formas.
1. HEREDAMOS LA CULPA: SOMOS DECLARADOS
CULPABLES A CAUSA DEL PECADO DE ADÁN.
Pablo
explica los efectos del pecado de Adán de la siguiente manera: «Por medio de un
solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la
muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron»
(Ro 5: 12).
El contexto
nos dice que Pablo no está hablando de los pecados que las personas cometen
cada día, porque todo el párrafo (Ro 5: 12-21) está haciendo una comparación
entre Adán y Cristo. Nos está diciendo que por medio del pecado de Adán la
muerte se extendió a todos los hombres pues todos pecaron.
La
idea de que «todos pecaron» significa que Dios piensa de nosotros como que
todos pecamos cuando Adán desobedeció, queda aun más recalcado en los dos
siguientes versículos, donde Pablo dice:
Antes De Promulgarse La Ley, Ya Existía El Pecado En El Mundo. Es Cierto
Que El Pecado No Se Toma En Cuenta Cuando No Hay Ley; Sin Embargo, Desde Adán
Hasta Moisés La Muerte Reinó, Incluso Sobre Los Que No Pecaron Quebrantando Un
Mandato, Como Lo Hizo Adán, Quien Es Figura De Aquel Que Había De Venir. (Ro 5:
13-14).
Pablo
nos está diciendo aquí que desde el tiempo de Adán al tiempo de Moisés, las
personas no tenían la ley escrita de Dios. Sus pecados no fueron «tomados en
cuenta» (como infracciones de la ley), pero no obstante murieron. El hecho de
que murieron es una buena prueba de que Dios los consideró culpables en base
del pecado de Adán.
NOTA: Estoy usando la frase “pecado heredado"
más bien que la designación más común de (pecado original), porque la frase
«pecado original, parece que se malentiende con facilidad en su referencia al
primer pecado de Adán, más bien que a nuestro pecado como un resultado de la
caída de Adán (tradicionalmente e! significado técnico).
La frase «pecado heredado» se entiende mucho mejor
y está menos sujeta a malentendidos. Algunos pueden objetar que, hablando
técnicamente, no «heredamos» culpa porque es algo que Dios nos ha imputado
directamente y no nos ha llegado por medio de la herencia de nuestros padres
como sucede con la tendencia a las acciones pecaminosas (llamadas
tradicionalmente «contaminación original», y que aquí las llamamos «corrupción
heredada»).
Pero el hecho de que nuestra culpa legal la
heredamos directamente de Adán y no por medio de una línea de antepasados no
hace que sea dada. La culpa es nuestra porque perteneció a nuestro primer
padre, Adán, y la heredamos de él.
EI aoristo de indicativo de! verbo hemarton en las
narrativas históricas indica una acción pasada completada.
Pablo está diciendo aquí que algo sucedió y que fue
completado en el pasado, esto es, «porque todos pecaron».
Pero no era cierto que todos los hombres hubieran
cometido acciones pecaminosas en el tiempo en que Pablo estaba escribiendo,
pero algunos incluso ni siquiera habían nacido, y muchos otros habían muerto en
la infancia antes de cometer ningún acto consciente de pecado.
De modo que lo que Pablo está diciendo es que
cuando Adán pecó, Dios consideró cierto que todos los hombres pecaron en Adán.
La
idea de que Dios nos consideró culpables debido al pecado de Adán se sigue
reafirmando aun más en Romanos 5: 18-19:
Así Como Una Sola Transgresión Causó La Condenación De Todos, También Un
Solo (Acto De Justicia Produjo La Justificación Que Da Vida A Todos. Porque Así
Como Por La Desobediencia De Uno Solo Muchos Fueron Constituidos Pecadores,
También Por La Obediencia De Uno Solo Muchos Serán Constituidos Justos.
Pablo
está diciendo aquí explícitamente que por medio de la transgresión de un solo
hombre «muchos fueron constituidos [gr. kadsísthmi, que es también un aoristo
de indicativo que habla de una acción pasada completada] pecadores». Cuando
Adán pecó, Dios consideró pecadores a todos los descendientes de Adán. Aunque
nosotros todavía no existíamos, Dios, mirando al futuro y sabiendo que
existiríamos, empezó a considerarnos culpables como Adán.
Esto
es también coherente con la declaración de Pablo de que «cuando todavía éramos
pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Por supuesto, algunos de
nosotros ni siquiera existíamos cuando Cristo murió; pero, no obstante, Dios
nos consideró pecadores que necesitábamos salvación.
La
conclusión que podemos sacar de estos versículos es que todos los miembros de
la raza humana estaban representados por Adán en el momento de su prueba en el
huerto del Edén. Como nuestro representante, Adán pecó, y Dios nos consideró a
nosotros culpables como también a Adán. (Un término técnico que se usa a veces
en este contexto es imputar, que significa «atribuir a otro una culpa, delito o
acción reprobable»).
Dios
consideró que la culpa de Adán nos correspondía a nosotros, y puesto que Dios
es el Juez supremo de todas las cosas en el universo, y dado que sus
pensamientos son siempre correctos, la culpa es nuestra también. Dios
correctamente nos imputó la culpa de Adán.
A
veces a la doctrina del pecado que heredamos de Adán se le llama doctrina del
«pecado original». Como expliqué anteriormente/o no estoy usando esa expresión.
Si se
usa esa expresión, debiera recordarse que el pecado del que se habla no se
refiere al primer pecado de Adán, sino a la culpa y tendencia a pecar con las
que nacemos. Es «original» en el sentido de que procede de Adán, y es también
original en que lo tenemos desde el comienzo de nuestra existencia como
personas, pero es con todo del pecado nuestro, no del pecado de Adán, de lo que
se habla.
Paralela
a la frase «pecado original» está la frase «culpa original». Esto es ese
aspecto de la herencia de pecado de Adán de la que hemos estado hablando
arriba, el concepto de que heredamos la culpa de Adán.
Cuando
nos enfrentamos por primera vez a la idea de que se nos considera culpables por
causa del pecado de Adán, nuestra tendencia es a protestar porque nos parece
injusto. En realidad no decidimos pecar, ¿no es cierto? ¿Cómo entonces se nos
puede considerar culpables? ¿Es justo que Dios así actúe?
Podemos
decir tres cosas para responder a esto:
(1) Todo el que protesta diciendo que esto es injusto olvida que él también
ha cometido voluntariamente muchos auténticos pecados por los cuales Dios
también lo considera culpable. Estos constituirán la base primaria sobre la que
se nos juzgará en el día final, porque Dios «pagará a cada uno según 10 que
merezcan sus obras» (Ro 2: 6), y «el que hace el mal pagará por su propia
maldad» (Col 3: 25).
(2) Además, algunos han argumentado, «si hubiéramos estado en el lugar de
Adán, también habríamos pecado como él 10 hizo, y nuestra subsiguiente rebelión
contra Dios 10 demuestra». Pienso que esto es probablemente cierto, pero no
parece ser un argumento concluyente, porque supone demasiado acerca de lo que
podía haber sucedido o no sucedido. Esa incertidumbre puede que no ayude mucho
a aliviar el sentido de que hay injusticia de algunos.
(3) La respuesta más persuasiva a esta objeción es señalar que si pensamos
que es injusto estar representados por Adán, debiéramos también pensar que es
injusto estar representados por Cristo y que Dios anote a nuestro favor su
justicia. Porque el procedimiento que Dios usó fue el mismo, y eso es
exactamente lo que Pablo está diciendo en Romanos 5: 12-21: «Porque así como
por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también
por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Ro 5: 19).
Adán
nuestro primer representante, pecó, y Dios nos consideró a nosotros culpables.
Pero Cristo, el representante de todos los que creen en él, obedeció a Dios
perfectamente, y Dios nos considera justos. Esta es sencillamente la manera en
que Dios estableció que funcionara la raza humana.
Dios
considera a la raza humana como un todo orgánico, representada por Adán como su
cabeza. Y Dios también tiene a la nueva raza de cristianos, a los que son
redimidos por Dios, como un todo orgánico, una unidad representada por Cristo
como cabeza de su pueblo.
Sin
embargo, no todos los teólogos evangélicos están de acuerdo en que se nos
considera culpables a causa del pecado de Adán. Algunos, especialmente los
teólogos arminianos, piensan que esto sería injusto de parte de Dios y no creen
que Pablo lo esté enseñando en Romanos 5. 11 No obstante, evangélicos de todas
las denominaciones sí están de acuerdo en que recibimos una disposición
pecaminosa o una tendencia al pecado como una herencia de Adán, tema que vamos
a considerar a continuación.
2. CORRUPCIÓN HEREDADA: TENEMOS UNA NATURALEZA PECAMINOSA A CAUSA DEL
PECADO DE ADÁN.
Además
de la culpa legal que Dios nos imputa por causa del pecado de Adán, también
heredamos una naturaleza pecaminosa debido al pecado de Adán.
Esta
naturaleza pecaminosa heredada es llamada a veces el «pecado original» y a
veces se la llama con más precisión «contaminación original». Yo he usado en su
lugar la expresión «corrupción heredada» porque parece expresar más claramente
la idea específica que tenemos entre manos.
David
dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre» (Sal 51:
5). Algunos han pensado equivocadamente que lo que tenemos aquí es el pecado de
la madre de David, pero eso es incorrecto, porque nada en el contexto tiene que
ver con la madre de David. David está confesando su propio pecado personal a lo
largo de toda esta sección. Dice:
Ten Compasión De Mí, Oh Dios, Borra Mis Transgresiones.
Lávame De Toda Mi Maldad Y Límpiame De Mi Pecado.
Yo Reconozco Mis Transgresiones; Contra Ti He Pecado (Sal 51: 1-4)
David
está tan abrumado por sus sentimientos de culpabilidad que cuando examina su
vida se da cuenta de que ha sido pecador desde el principio. En todo lo que
recuerda de sí mismo, siempre ha tenido una naturaleza pecaminosa. De cuando
nació, dice: «Yo sé que soy malo de nacimiento».
Además,
aun antes de haber nacido tenía una disposición al pecado y afirma que en el
momento de la concepción tenía una naturaleza de pecador por que «pecador me
concibió mi madre» (Sal 51: 5). Esta es una declaración bien fuerte de la
tendencia al pecado heredada que está en nuestra vida desde el principio. Una
idea similar aparece en el Salmo 58:3: «Los malvados se pervierten desde que
nacen, desde el vientre materno se desvían los mentirosos».
Por
tanto, nuestra naturaleza incluye una disposición al pecado por lo que Pablo
puede afirmar que antes que fuéramos cristianos, «como los demás, éramos por
naturaleza objeto de la ira de Dios» (Ef 2: 3). Todos los que han criado hijos
pueden dar testimonio experimental de que todos nacemos con esa tendencia a pecar.
A los niños no hay que enseñarlos a hacer lo malo; lo descubren por sí mismos.
Lo que
nosotros tenemos que hacer como padres es enseñarlos a hacer lo bueno, criarlos
«según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6: 4).
Esta
tendencia al pecado heredada no quiere decir que los seres humanos son todo lo
malvados que podían ser. Las sujeciones de la ley civil, las expectativas de la
familia y de la sociedad, y la convicción de la conciencia humana (Ro 2: 14-15)
nos proveen de restricciones a las influencias de las tendencias pecaminosas
del corazón.
Por
tanto, por la «gracia común» de Dios (esto es, el favor inmerecido que él da a
todos los seres humanos), las personas han podido hacer mucho bien en cuanto a
la educación, el desarrollo de la civilización, el progreso científico y
tecnológico, el desarrollo de la belleza y las habilidades en las artes, el
desarrollo de leyes justas y actos generales de benevolencia y bondad humanas
hacia los demás.
De
hecho, cuanta más influencia cristiana haya en una sociedad en general, más
claramente se verá también la influencia de la «gracia común» en la vida de los
incrédulos.
Pero a
pesar de la capacidad de hacer el bien en muchos sentidos de la palabra,
nuestra corrupción heredada, nuestra tendencia a pecar, que recibimos de Adán,
significa que en 10 que a Dios le concierne no podemos hacer nada que le
agrade. Esto podemos ver en dos formas:
A. EN NUESTRAS NATURALEZAS
CARECEMOS TOTALMENTE DE BIEN ESPIRITUAL ANTE DIOS:
No es
cuestión de que algunas partes de nosotros sean pecaminosas y otras puras.
Más
bien, cada parte de nuestro ser está afectado por el pecado: nuestros
intelectos, emociones, deseos, corazones (el centro de nuestros deseos y de
toma de decisiones), nuestras metas y motivos e incluso nuestros cuerpos
físicos. Pablo dice: «Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa,
nada bueno habita» (Ro 7: 18), y, «para los corruptos e incrédulos no hay nada
puro.
Al
contrario, tienen corrompidas la mente y la conciencia» (Tit 1: 15). Además,
jeremías nos dice: «Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio.
¿Quién puede comprenderlo?» Ger 17: 9). En estos pasajes las Escrituras no
están negando que los incrédulos puedan hacer bien a la sociedad en algunos
sentidos; pero sí están negando que puedan hacer algún bien espiritual o ser
buenos en términos de relación con Dios.
Aparte
de la obra de Cristo en nuestra vida, somos como los demás incrédulos que «a causa
de la ignorancia que los domina y por la dureza de su corazón, éstos tienen
oscurecido el entendimiento y están alejados de la vida que proviene de Dios»
(Ef 4: 18).
B. EN NUESTRAS ACCIONES ESTAMOS TOTALMENTE INCAPACITADOS DE HACER EL
BIEN DELANTE DE DIOS:
Esta
idea está relacionada con la anterior. No solo somos pecadores que carecemos de
todo bien espiritual en nosotros, sino que también carecemos de la capacidad de
agradar a Dios y la posibilidad de acercamos a Dios por nosotros mismos.
Pablo
dice que «los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a
Dios» (Ro 8: 8). Además, en términos de llevar fruto para el reino de Dios y
hacer lo que le agrada a él, Jesús dice: «Separados de mí no pueden ustedes
hacer nada» Gen 15: 5). De hecho, los incrédulos no agradan a Dios, si no por
otra razón, simplemente porque sus acciones no se deben a que tengan fe en Dios
ni a que lo amen, y «sin fe es imposible agradar a Dios» (He 11: 6).
Refiriéndose
a cuando los lectores de Pablo eran incrédulos, Pablo les dice: «En otro tiempo
ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban»
(Ef. 2: 1-2). Los incrédulos están en un estado de esclavitud y sometimiento al
pecado, porque «todo el que peca es esclavo del pecado» Gn 8: 34). Aunque desde
un punto de vista humano las personas pueden ser capaces de hacer mucho bien,
Isaías afirma que «todos nuestros actos de justicia son como trapos de
inmundicia» (Is 64: 6; Ro 3: 9-20).
Los
incrédulos no pueden entender las cosas de Dios correctamente, porque «el
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para
él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente» 1ª Co 2:14, RVR 1960).
Tampoco
podemos acudir a Dios por nuestros propios recursos, porque Jesús dijo: «Nadie
puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» Gn 6: 44).
Pero
si tenemos una incapacidad total de hacer el bien espiritual a los ojos de
Dios, ¿tenemos todavía libertad de elegir? Por supuesto, todos los que se
encuentran fuera de Cristo todavía pueden tomar decisiones voluntarias, es
decir, ellos deciden lo que quieren hacer, y lo hacen. En este sentido todavía
hay cierta clase de «libertad» en las decisiones que las personas toman. No
obstante, debido a su incapacidad para hacer el bien y escapar de su rebelión
fundamental contra Dios y de su preferencia fundamental por el pecado, los
incrédulos no tienen libertad en el sentido más importante de la libertad: la
libertad de hacer el bien y lo que agrada a Dios.
La
aplicación para nuestra vida es bastante evidente. Si Dios le da a alguien el
deseo de arrepentirse y confiar en Cristo, esa persona no debe demorarse y
endurecer su corazón (He 3:7-8; 12: 17). Esta capacidad de arrepentirse y
desear confiar en Dios no es nuestra de forma natural, sino que nos viene por
el estímulo del Espíritu Santo, y no durará para siempre. «Si ustedes oyen hoy
su voz, no endurezcan el corazón» (He 3: 15).
NOTA: Esta falta total de bien espiritual e
incapacidad para hacer el bien delante de Dios ha sido llamado tradicionalmente
"depravación total" pero no usaré esa frase aquí porque se
malentiende con facilidad. Da la impresión de que los incrédulos no pueden
hacer ninguna clase de bien en ningún sentido, un significado que no está implícito
en el término o en la doctrina.
Vea el análisis sobre la cuestión del libre
albedrío en el capítulo 16,
D. PECADOS EN LA VIDA
1. TODOS SOMOS PECADORES ANTE DIOS.
Las
Escrituras dan testimonio en muchos lugares de la pecaminosidad universal de la
humanidad. «Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que
haga lo bueno; ¡no hay uno solo!» (Sal 14: 3). David dice: «Ante ti nadie puede
alegar inocencia» (Sal 143: 2). y Salomón dice: «Ya que no hay ser humano que
no peque» (1ª R 8: 46; Pr 20: 9).
En el
Nuevo Testamento, Pablo desarrolla un amplio razonamiento en Romanos 1:18-3: 20
mostrando que todas las personas, tanto judíos como griegos, son culpables
delante de Dios. Dice: «Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los gentiles
están bajo el pecado. Así está escrito: "No hay un solo justo, ni siquiera
uno"» (Ro 3: 9-10). Pablo está seguro de que «todos han pecado y están
privados de la gloria de Dios» (Ro 3: 23).
Santiago,
el hermano del Señor, confiesa: «Todos fallamos mucho» (Stg 3: 2), y si él, un
líder y apóstof5 en la naciente iglesia, podía confesar que había tenido muchos
fallos, nosotros también deberíamos estar dispuestos a reconocerlo. Juan, el
discípulo amado, quien estuvo siempre muy cerca de Jesús, dijo:
Si Afirmamos Que No Tenemos Pecado, Nos Engañamos A Nosotros Mismos Y No
Tenemos La Verdad. Si Confesamos Nuestros Pecados, Dios, Que Es Fiel Y Justo,
Nos Los Perdonará Y Nos Limpiará De Toda Maldad. Si Afirmamos Que No Hemos
Pecado, Lo Hacemos Pasar Por Mentiroso Y Su Palabra No Habita En Nosotros. (1ª
Jn 1: 8-1).
NOTA. Vea la nota en el capítulo 3. sobre si
Santiago el hermano de! Señor era un apóstol.
A1gunas explicaciones populares de este pasaje
niegan que el v. 8 se aplique a todos los cristianos. Esta posición la toman a
fin de decir que algunos cristianos pueden llegar a estar perfectamente libres
de! pecado en esta vida, si llegan al estado de perfecta santificación. Según
este punto de vista, e! v. 8 (Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos y no tenemos la verdad) se aplica a los cristianos antes de
que llegue a la etapa de perfección sin pecado.
La frase siguiente que habla de nuestra confesión a
Dios y que Él nos limpia de «toda maldad» incluye el proceso de lidiar con e!
pecado pasado y recibir e! perdón. Entonces la última parte (v. 10) ya no
incluye a los que han alcanzado e! estado de perfección sin pecado, ya no necesitan
decir que han pecado en e! presente en sus vidas, sino solo admitir que habían
pecado en el pasado. Para ellos es cierto «Si afirmamos que no hemos pecado, lo
hacemos pasar por mentiroso» (1ª Jn 1: 10).
Pero esta explicación no es persuasiva, porque Juan
escribe la primera frase en e! tiempo presente, y es algo que es cierto de
todos los cristianos en todos los tiempos. Juan no escribe: «Si decimos
mientras éramos cristianos inmaduros que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos». Tampoco dice (como este punto de vista sostiene): «Si
nosotros decimos, antes de haber alcanzado e! estado de perfección sin pecado,
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos».
Más bien, al final de su vida, al escribir una
carta general a todos los cristianos, incluyendo a los que habían crecido en
madurez en Cristo por décadas, Juan dice en términos que no dejan duda algo que
él cree que es cierto de todos los cristianos a quienes escribe: «Si afirmamos
que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad».
Esta es una declaración clara que se aplica a todos los cristianos mientras
están en esta vida. Si decimos que no se aplica «nos engañamos a nosotros
mismos».
2. ¿NOS LIMITA NUESTRA HABILIDAD EN NUESTRA RESPONSABILIDAD?
Pelagio,
un popular maestro cristiano que ministró en Roma en los años 383-410 d.C. y
posteriormente (hasta el 424 d.C.) en Palestina, enseñó que Dios solo le hace
responsable al hombre de lo que es capaz de hacer. Puesto que Dios nos advierte
que hagamos el bien, debemos tener la capacidad el hacer el bien que Dios
manda. La posición pelagiana rechaza la doctrina del «pecado heredado» (o
«pecado original») y mantiene que el pecado consiste solo de acciones
pecaminosas separadas?.
Sin
embargo, la idea de que solo somos responsables ante Dios de lo que tenemos la
capacidad de hacer es contraria al testimonio de las Escrituras, que afirman
que estábamos muertos en las transgresiones y pecados en que andábamos (Ef. 2:
1).
Y en
consecuencia no podemos hacer ningún bien espiritual, y todos somos culpables
ante Dios. Además, si nuestra responsabilidad ante Dios estuviera limitada a
nuestra capacidad, los pecadores extremadamente endurecidos, que están muy
esclavizados en el pecado, podrían ser menos culpables ante Dios que los
cristianos maduros que se esfuerzan a diario por obedecerle. Y Satanás mismo,
que eternamente solo puede hacer el mal, no tendría culpa en lo absoluto, lo
que es sin duda una conclusión incorrecta.
La
verdadera medida de nuestra responsabilidad y culpa no es nuestra capacidad de
obedecer a Dios, sino más bien la absoluta perfección de la ley moral y la
santidad de Dios (que se refleja en esa ley). «Por tanto, sean perfectos, así
como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5: 48).
3. ¿SON LOS INFANTES CULPABLES ANTES DE HABER COMETIDO PECADOS AUTÉNTICOS?
Algunos
sostienen que las Escrituras enseñan una «edad de responsabilidad» antes de la
cual los niños pequeños no son considerados responsables del pecado y no son
tenidos como culpables ante Dios. Sin embargo, los pasajes mostrados arriba en
la Sección e acerca del «pecado heredado» indican que aun antes del nacimiento
los niños tienen culpa delante de Dios y una naturaleza pecaminosa que no solo
les da una tendencia al pecado, sino que también hace que Dios los vea como
«pecadores». «Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre»
(Sal 51: 5).
Los
pasajes que hablan del juicio final en términos de auténticas acciones
pecaminosas que han sido hechas (p. ej. Ro 2:6-11) no dicen nada acerca de las
bases del juicio cuando no ha habido acciones individuales buenas o malas, como
cuando los niños mueren siendo bebés. En tales casos debemos aceptar las
Escrituras que dicen que tenemos una naturaleza pecaminosa desde antes del
nacimiento.
Además,
tenemos que reconocer que la naturaleza pecaminosa del niño se manifiesta muy
temprano, ciertamente dentro de los dos primeros años de la vida del niño, como
puede afirmarlo todo el que ha tenido hijos. (David dice en otro lugar:
«Los
malvados se pervierten desde que nacen, desde el vientre materno se desvían los
mentirosos» (Sal 58:3.)
NOTA: El pelagianismo estuvo más fundamentalmente
preocupado con la cuestión de la salvación, sosteniendo que el hombre puede dar
por sí mismo el primero y los más importantes pasos hacia la salvación, aparte
de la gracia de Dios. El pelagianismo fue condenado como herejía en el Concilio
de Cartago el1 de mayo de 418 d.C.
Esta es la posición de Millard Ericson, por
ejemplo, en Christian Theology, p. 639. Él usa el término la «edad de la
responsabilidad).
Entonces
¿qué decimos acerca de los infantes que mueren antes de que alcancen para
entender y creer en el evangelio? ¿Pueden ellos ser salvos?
Aquí
tenemos que decir que si tales infantes son salvos, no pueden serlo sobre la
base de sus propios méritos, ni sobre la base de su propia justicia o
inocencia, sino que debe ser por completo sobre la base de la obra redentora de
Cristo y la obra de regeneración del Espíritu Santo dentro de ellos. «Hay un
solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª
Ti 2: 5). «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el
reino de Dios» Jn 3: 3).
Es
ciertamente posible que Dios regenere (es decir, que le dé vida espiritual
nueva) a un infante aun antes de que nazca. Esto sucedió con Juan el Bautista,
porque el ángel Gabriel, antes de que Juan naciera, dijo: «Será lleno del
Espíritu Santo aun desde su nacimiento» (Lc 1: 15).
Bien
podemos decir que Juan el Bautista «nació de nuevo» antes de haber nacido.
Tenemos un ejemplo parecido en el Salmo 22: 10, donde David dice: «Desde el
vientre de mi madre mi Dios eres tú». Es evidente, por tanto, que Dios puede
salvar a los infantes en forma no comunes, aparte de su posibilidad De oír y
entender el evangelio, produciendo su regeneración muy temprano, a veces antes
de su nacimiento. Esta regeneración es probablemente seguida de una vez de una
conciencia incipiente e intuitiva de Dios y una confianza en él a una edad muy
temprana, pero esto es algo que de veras no podemos entender.
Debemos,
sin embargo, afirmar muy claramente que esta no es la manera habitual en que
Dios salva a las personas. La salvación generalmente sucede cuando alguien
escucha y entiende el evangelio y pone entonces su confianza en Cristo.
Pero
en situaciones fuera de lo común como la de Juan el Bautista, Dios dio
salvación antes de este entendimiento. Y esto nos lleva a la conclusión de que
es ciertamente posible que Dios puede hacerlo también cuando sabe que el
infante morirá sin haber escuchado el evangelio.
¿Cuántos
infantes salva Dios de esta manera? Las Escrituras no nos lo dicen, de modo que
no podemos saberlo. Cuando las Escrituras guardan silencio, no es sabio que
hagamos declaraciones definitivas. Sin embargo, debiéramos reconocer que es la
pauta frecuente de Dios a lo largo de las Escrituras salvar a los hijos de los
que creen en él (vea Gn 7:1; He 11: 7;
Jos 2: 18; Sal l03: 17; Jn 4: 53; Hch 2: 39; 11: 14; 16: 31; 18: 8; 1ª Co 1:
16; 7: 14; Tit 1: 6; Mt 18: 10,14).
Estos
pasajes no dicen que Dios automáticamente salva a los hijos de los creyentes
(porque todos sabemos de hijos de padres piadosos que crecieron y rechazaron al
Señor, y las Escrituras nos dan ejemplos como los de Esaú y Absalón), pero sí
indican que las pautas comunes de Dios, la manera (normal) o esperada en la
cual él actúa, es atraer hacia sí a los hijos de los creyentes. En cuanto a los
hijos de los creyentes que mueren de niños, no tenemos razón para pensar que no
suceda así.
Aquí
es particularmente relevante el caso del primer hijo que Betsabé le dio al rey
David. Cuando el bebé murió, David dijo: «Yo vaya él, más él no volverá a mí»
(2ª S 12: 23). David, quien a lo largo de su vida tuvo una gran confianza de
que viviría para siempre en la presencia del Señor (vea el Sal 23:6 y muchos de
los salmos de David), tenía también confianza de que vería de nuevo a su hijo
cuando muriera.
Esto
solo puede implicar que estaría para siempre con su hijo en la presencia del
Señor. Este pasaje, junto con los otros mencionados arriba, debiera generar una
seguridad similar en todos los creyentes que han perdido hijos en su infancia,
de que un día los verán de nuevo en la gloria del reino celestial.
En
cuanto a los hijos de los que no son creyentes que mueren en una edad temprana,
las Escrituras no dicen nada. Debemos dejar ese asunto completamente en las
manos de Dios y confiar en que él será justo y misericordioso. Si son salvos,
no será sobre la base de ningún mérito propio ni de ninguna inocencia que
podamos suponer que tenían.
Si son
salvos, lo serán sobre la base de la obra redentora de Cristo; y su
regeneración, como la de Juan el bautista antes de nacer, será solo por la
misericordia y gracia de Dios. La salvación es siempre por su misericordia, no
por nuestros méritos (vea Ro 9: 14-18). Las Escrituras no nos permiten decir
más que eso.
NOTA: Sin embargo, todos sabemos que los infantes
casi desde el momento de su nacimiento muestran una confianza intuitiva en sus
madres y una conciencia de sí mismos como personas distintas de las de sus
madres. Por eso no debiéramos insistir en que es imposible que ellos tengan
también una conciencia intuitiva de Dios, y si Dios se lo da, una capacidad
intuitiva de también confiar en él.
4. ¿HAY GRADOS DE PECADOS?
¿HAY ALGUNOS PECADOS QUE
SEAN PEORES QUE OTROS?
Podemos
responder a la pregunta con un sí o un no, dependiendo del sentido con que se
hace.
A. CULPA LEGAL:
En
términos de nuestra situación legal delante de Dios, cualquier pecado, aun el
que puede parecemos muy pequeño nos hace legalmente culpables ante Dios y, por
tanto, digno de eterno castigo. Adán y Eva lo aprendieron en el huerto del
Edén, donde Dios les dijo que su acto de desobediencia resultaría en pena de
muerte (Gn 2:17). Y Pablo afirma que «el juicio que lleva a la condenación fue
el resultado de un solo pecado» (Ro 5: 16).
Este
solo pecado hizo que Adán y Eva fueran pecadores delante de Dios,
imposibilitados de estar en su santa presencia.
Esta
verdad permanece válida a lo largo de la historia de la raza humana. Pablo
(citando Dt 27: 26) afirma: «Maldito sea quien no practique fielmente todo lo
que está escrito en el libro de la ley» (Gá 3: 10). Y Santiago declara:
El que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable
de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: «No cometerás adulterio»,
también dijo: «No mates». Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado
la ley. (Stg 2: 10-11).
Por
tanto, en términos de culpa legal, todos los pecados son igualmente malos
porque nos hacen legalmente culpables delante de Dios y nos constituyen en
pecadores.
NOTA: Alguien podría objetar que David está solo
diciendo que él irla al estado de la muerte como su hijo lo habla hecho. Pero
esta interpretación no encaja con el lenguaje del versículo, pues David no está
diciendo: «Iré a dónde él está", sino más bien «Yo vaya a él» (RVR 1960).
Este es el lenguaje de la reunión personal e indica la expectativa de David de
que un día él vería y estaría con su hijo.
Podemos entender este principio más claramente
cuando nos damos cuenta que las varias leyes morales de Dios son simplemente
aspectos diferentes de su carácter moral perfecto, al cual él espera que nos
conformemos.
Violar cualquier parte de ello es hacernos
diferente de él. Por ejemplo, si yo vaya robar, no solo quebrantaría su
mandamiento sobre el robo (Mandamiento 8), sino que también deshonraría su
nombre (Mandamiento 3; vea Pr 30: 9), deshonrar a mis padres y su buen nombre
(Mandamiento 5), codiciarla algo que no me pertenece (Mandamiento 10), pondría
las posesiones materiales por encima de Dios mismo (Mandamiento 1; vea Ef.
5:5), y llevaría a cabo una acción que dañaría a otro ser humano y perjudicarla
su vida (Mandamiento 6; Mt 5: 22).
Con un poco de reflexión, podemos ver cómo casi
todo pecado viola algunos de los principios expresados en los Diez
Mandamientos. Esto es solo una reflexión del hecho de que las leyes de Dios
están unificadas como un todo y reflejan la pureza moral y perfección de Dios
mismo en la unidad e integridad de su persona.
B. RESULTADOS EN LA VIDA Y EN
LAS RELACIONES CON DIOS:
Por
otro lado, algunos pecados son peores que otros en que tienen consecuencias más
perjudiciales en nuestra vida y en la vida de otros, y, en términos de nuestra
relación personal con Dios como Padre, provocan más su desagrado y causan una
ruptura más seria de nuestra comunión con él.
Las
Escrituras a veces hablan de grados de gravedad del pecado. Cuando Jesús
compareció ante Poncio Pilato, él dijo: «El que me puso en tus manos es
culpable de un pecado más grande» (Jun. 19: 11).
Aparentemente
se está refiriendo a Judas, quien había conocido a Jesús de forma íntima
durante tres años y, no obstante, le traicionó y le llevó a la muerte. Aunque
Pilato tenía autoridad sobre Jesús en base de su posición como gobernador y fue
un gran error permitir que un inocente fuera condenado a muerte, el pecado de
Judas era «más grande» quizá debido a que tenía mucho más conocimiento y
malicia relacionada con ello.
Cuando
Dios le mostró a Ezequiel las visiones de los pecados en el templo de
Jerusalén, primero le mostró ciertas cosas, y entonces dijo: «Realmente no has
visto nada todavía; peores abominaciones verás» (Ez 8: 6). Luego le mostró los
pecados secretos de algunos de los ancianos de Israel y dijo: «Ya los verás
cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 13). «Hijo de hombre, ¿ves esto? Pues aún
las verás cometer mayores atrocidades» (Ez 8: 15). Por último, le mostró a
Ezequiel veinticinco hombres en el templo, que le daban la espalda a Dios y
adoraban al sol. Aquí tenemos claramente diferentes grados de pecado que van
aumentando en gravedad y aborrecimiento ante Dios.
En el
Sermón del Monte, cuando Jesús dice: «Todo el que infrinja uno solo de estos
mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será
considerado el más pequeño en el reino de los cielos» (Mt 5:19), está
implicando que hay mandamientos menores y mayores.
Asimismo,
aunque él está de acuerdo en que es apropiado dar el diezmo incluso sobre las
especias que las personas usan en el hogar, Cristo tiene palabras muy fuertes
para los fariseos por descuidar «asuntos más importantes de la ley, tales como
la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mt 23: 23).
En
ambos casos Jesús distingue entre los mandamientos más importantes y menos
importantes, dando a entender de ese modo que algunos pecados son peores que
otros según la evaluación que Dios hace de ellos.
En
general, podemos decir que algunos pecados son de peores consecuencias que
otros si son causa de mayor deshonra para Dios y si nos causan más daño a
nosotros, a otros o la iglesia. Además, estos pecados cometidos deliberada,
repetida y conscientemente, con un corazón encallecido, desagradan mucho más a
Dios que los que se hacen por ignorancia y no se repiten, o con una mezcla de
motivos puros e impuros y van seguidos de remordimiento y arrepentimiento.
Por
eso las leyes que Dios le dio a Moisés en Levítico tenían en cuenta las
situaciones de pecados cometidos «inadvertidamente» (Lv 4: 2, 13, 22). El
pecado sin mala intención es todavía pecado: «Si alguien peca inadvertidamente
e incurre en algo que los mandamientos de Dios prohíben, es culpable y sufrirá
las consecuencias de su pecado» (Lv 5: 17).
No
obstante, los castigos requeridos y el grado de desagrado de Dios que resulta
de esos pecados son menos que para los casos de pecados intencionales.
Por
otro lado, los pecados que son cometidos con arrogancia y con menosprecio por
los mandamientos de Dios, eran vistos con mucha seriedad: «Pero el que peque
deliberadamente, sea nativo o extranjero, ofende al Señor. Tal persona será
eliminada de la comunidad» (Nm 15: 30; vv. 27-29).
Podemos
ver fácilmente cómo algunos pecados tienen consecuencias mucho peores para
nosotros mismos, para otros y para nuestra relación con Dios. Si yo codiciara
el auto de mi vecino, eso sería pecado delante de Dios; pero si mi codicia me
lleva a robar el auto, eso sería un pecado más grave. Si durante el proceso del
robo peleo con mi vecino y le hiero o imprudentemente daño a otra persona al
salir corriendo con el auto, eso sería aun un pecado más grave todavía.
Del
mismo modo, si un nuevo cristiano, que antes había tenido la tendencia a perder
el dominio propio y meterse en peleas, empieza a dar testimonio de Cristo a sus
amigos incrédulos, y un dia lo provocan y pierde el dominio propio y golpea a
alguien, eso es sin duda un pecado a los ojos de Dios.
Pero
si un pastor maduro u otro líder cristiano prominente pierden su dominio propio
en público y llegan a golpear a alguien, eso sería un pecado más grave a los
ojos de Dios, debido al daño que eso causa a la reputación del evangelio y
porque los que están en posiciones de liderazgo están sujetos a mayor
responsabilidad ante Dios: «[Los] maestros, pues, como saben, seremos juzgados
con más severidad» (Stg 3:1; Lc 12: 48).
Nuestra
conclusión, entonces, que en términos de resultados y en términos del desagrado
de Dios, algunos pecados son sin duda más graves que otros.
Sin
embargo, la distinción entre grados de seriedad del pecado no implica que
respaldemos la enseñanza católica romana de poner los pecados en dos
categorías: «veniales» y «mortales»." En la enseñanza católica romana, un
pecado venial puede ser perdonado, pero con frecuencia después de haber pagado
con castigos en esta vida o en el purgatorio (después de la muerte y antes de
entrar en el cielo).
Un
pecado mortal es un pecado que causa la muerte espiritual y no puede ser
perdonado; excluye a las personas del reino de Dios.
Según
las Escrituras, sin embargo, todos los pecados son «mortales» en el sentido de
que aun el más pequeño de los pecados nos hace legalmente culpables delante de
Dios y dignos de castigo eterno. No obstante, los pecados más graves quedan
perdonados para los que acuden a Cristo buscando salvación (note en 1ª
Corintios 6: 9-11 la combinación de una lista de pecados que excluyen del reino
de Dios y la afirmación de que los corintios que habían cometido esos pecados
habían sido salvados por Cristo). En ese sentido, todos los pecados son
«veniales».".
NOTA: La distinción entre mortal y venial parece
estar apoyada por 1ª Juan 5: 16-17; «Si alguno ve a su hermano cometer un
pecado que no lleva a la muerte. ore por él y Dios le dará vida. Me refiero a
quien comete un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que sí lleva a
la muerte, y en ese caso no digo que se ore por él. Toda maldad es pecado, pero
hay pecado que no lleva a la muerte». La frase griega que se traduce aquí por
(no lleva a la muerte) (o «no es mortal» (gr. pros thanaton).
A la luz de
la preocupación de Juan en esta epístola de combatir la herejía que no reconocía
a Jesús como que había venido en la carne (vea 1ª Jn 4: 2-3), es probable que
el pecado que «lleva a la muerte» o «marta]" es la grave herejía de negar
a Cristo y el fracaso subsiguiente de obtener la salvación por medio de Cristo.
En este caso. Juan estaba simplemente diciendo que
no debiéramos orar que Dios perdone el pecado de rechazar a Cristo y de enseñar
doctrinas sumamente heréticas acerca de Él. Pero el hecho de que Juan diga que
hay un pecado que «lleva a la muerte» (rechazar a Cristo) no justifica el
establecer toda una categoría de pecados que no pueden ser personados.
La
separación católica romana de los pecados en las categorías de «mortales» y
«veniales», según la cual se llama a algunos pecados (tales como el suicidio)
«mortales», mientras que a otros (tales como la deshonestidad, el enojo o la
lujuria) «veniales», pueden llevar fácilmente a la negligencia con respecto a
algunos pecados que de verdad dificultan más la santificación y la eficacia en
la obra del Señor, o, con respecto a otros pecados, al temor excesivo, a la
desesperación y a la incapacidad de tener la seguridad del perdón.
Debiéramos
darnos cuenta que la misma acción (tal como perder el control o golpear a
alguien en el ejemplo anterior) puede ser más o menos serio, dependiendo de la
persona y las circunstancias. Es mucho mejor que nos limitemos a reconocer que
los pecados pueden variar en términos de sus resultados y en términos del grado
en que trastornan nuestra relación con Dios y caen en su desagrado, y dejarlo así.
De ese modo no vamos más allá de la enseñanza general de las Escrituras en esta
materia.
La
distinción que las Escrituras hacen en grados de pecados tiene un valor
positivo.
Primero, nos ayuda a saber dónde debemos poner el mayor
esfuerzo en nuestro intento de crecer en santidad.
Segundo, nos ayuda a decidir cuándo debiéramos pasar por
alto una falta menor en un amigo o familiar y cuando es apropiado hablar con un
individuo acerca de un pecado evidente (vea Stg 5:19-20).
Tercero, nos ayuda a decidir cuándo es apropiada la
disciplina en la iglesia, y nos provee de una respuesta a la objeción que a
veces surge en contra de ejercer la disciplina en la iglesia, cuando se dice
que «todos somos culpables de haber pecado y que no tenemos ningún derecho a
meternos en la vida privada de otra persona».
Aunque
todos somos ciertamente culpables de haber pecado, no obstante, hay ciertos
pecados que dañan tan evidentemente a la iglesia y a las relaciones dentro de
la iglesia que hay que lidiar con ellos directamente.
Cuarto, esta distinción puede ayudarnos a entender que hay
cierta base para las leyes de los gobiernos civiles y para los castigos que
prohíben ciertas clases de conductas y delitos (como el asesinado o el robo),
pero no otras clases de faltas (como el enojo, la envidia, la codicia o el uso
egoísta de las posesiones). No es inconsecuente decir que ciertas clases de
maldades requieren el castigo civil, pero no todas las clases de maldades lo
requieren.
5. ¿QUÉ SUCEDE CUANDO UN CRISTIANO PECA?
A. NUESTRA SITUACIÓN LEGAL
ANTE DIOS NO CAMBIA:
Aunque
este tema lo podemos tratar más tarde en relación con la adopción o la
santificación dentro de la vida cristiana, es apropiado que lo consideremos
ahora también.
Cuando
un cristiano peca, su posición legal delante de Dios no cambia. Todavía está
perdonado porque «ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús» (Ro 8: 1). La salvación no está basada en nuestros méritos sino
en el don gratuito de Dios (Ro 6: 23), y la muerte de Cristo ciertamente pagó
por todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. «Cristo murió por
nuestros pecados» (1ª Co 15: 3), sin ninguna distinción. En términos
teológicos, seguimos conservando nuestra (justificación).
Además,
seguimos siendo hijos de Dios y todavía tenemos membrecía en la familia de
Dios. En la misma epístola en las que Juan dice: «Si afirmamos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos» (1ª Jn 1: 8), se les recuerda también
a los lectores: «Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios» (1ª Jn 3: 2).
El
hecho de que tengamos pecado que permanece en nuestra vida no significa que
hayamos perdido nuestra posición como hijos de Dios. En términos teológicos,
seguimos conservando nuestra «adopción»."
B. NUESTRO COMPAÑERISMO CON
DIOS QUEDA PERTURBADO Y NUESTRA VIDA CRISTIANA DAÑADA.
Cuando
pecamos, Dios no deja de amarnos, pero está disgustado con nosotros. (Aun entre
los seres humanos, es posible amar a alguien y al mismo tiempo estar disgustado
con esa persona, como bien lo sabe cualquier padre, una esposa o esposo).
Pablo
nos dice que es posible para los cristianos «[agraviar] al Espíritu Santo de
Dios» (Ef 4: 30); cuando pecamos, lo entristecemos y queda disgustado con
nosotros. El autor de Hebreos nos recuerda que el «Señor disciplina a los que
ama, y azota a todo el que recibe como hijo» (He 12: 6, citando Pr 3: 11-12), y
que «el Padre de los espíritus [nos disciplina] para nuestro bien, a fin de que
participemos de su santidad» (He 12: 9-10).
Cuando
desobedecemos, Dios el Padre se entristece, de la misma forma que lo hace un
padre terrenal ante la desobediencia de sus hijos, y nos disciplina. Un tema
similar lo encontramos en Apocalipsis 3, donde el Cristo resucitado habla desde
el cielo a la iglesia en Laodicea diciendo: «Yo reprendo y disciplino a todos
los que amo.
Por
tanto, sé fervoroso y arrepiéntete» (Ap 3: 19). Aquí vemos de nuevo que el amor
y la reprensión del pecado están relacionados en la misma declaración. Esa es
la manera en que el Nuevo Testamento da testimonio del desagrado de los tres
miembros de la Trinidad cuando los cristianos pecan. (Vea también Is 59: 1-2;
1ª Jn 3: 21).
La
Confesión de Fe de Westminster dice sabiamente en cuanto a los cristianos:
Aunque Nunca Pueden Caer Del Estado De Justificación, Pueden, Por Sus
Pecados, Caer Bajo El Desagrado Paternal De Dios, Y No Tener Restaurada La Luz
Y El Gozo De Su Presencia Mientras No Se Humillen, Confiesen Sus Pecados, Pidan
Perdón Y Renueven Su Fe Y Arrepentimiento. (Cap. 11, Sección 5).
Hebreos
12, junto con muchos ejemplos históricos en las Escrituras, muestran que el
desagrado paterno de Dios lleva con frecuencia a la disciplina en nuestra vida
cristianas: «Dios lo hace [nos disciplina] para nuestro propio bien, a fin de
que participemos de su santidad» (He 12: 10).
En
cuanto a la necesidad de una confesión regular y confesión de pecados, Jesús
nos recuerda que debemos orar cada dia: «Perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6: 12, 1ª Jn 1: 9).
NOTA: Vea capítulo 36, sobre la justificación. Vea
el capítulo 37, sobre la adopción.
Cuando
pecamos como cristianos, no es solo nuestra relación personal con Dios la que
queda perturbada. Nuestra vida y fecundidad en el ministerio quedan también
dañadas. Jesús nos advierte: «Así como ninguna rama puede dar fruto por sí
misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar
fruto si no permanecen en mí» (Jn 15: 4). Cuando nos apartamos de la comunión
con Cristo a causa del pecado en nuestra vida, disminuimos el grado en el que
permanecemos en Cristo.
Los
escritores del Nuevo Testamento hablan con frecuencia de las consecuencias
destructivas del pecado en la vida de los creyentes. De hecho, muchas secciones
de las epístolas contienen reprensiones y animan a los cristianos para que se
alejen de los pecados que están cometiendo. Pablo dice que cuando los
cristianos ceden al pecado se van haciendo progresivamente «esclavos» del
pecado (Ro 6: 16), mientras que Dios quiere que los cristianos crezcan
continuamente en el camino de la justicia en la vida.
Si
nuestra meta es crecer en plenitud de vida espiritual hasta el día que muramos
y pasemos a la presencia de Dios en el cielo, pecar es ir en la dirección
contraria y alejarnos de la semejanza a Dios, es ir en la dirección que «lleva
a la muerte» (Ro 6:16) y a la separación eterna de Dios, dirección de la cual
fuimos rescatados cuando nos hicimos cristianos.
Pedro
dice que los deseos pecaminosos que permanecen en nuestros corazones «batallan
contra el alma» (1ª P 2: 11, RVR 1960). El vocabulario militar traduce
correctamente la expresión de Pedro y expresa la imagen de que los deseos
carnales dentro de nosotros son como soldados en una batalla y su meta es
nuestro bienestar espiritual.
Entregarnos
a esos deseos carnales, cobijados y acariciarlos en el corazón, es como dar
alimento, hospedaje y bienvenida a las tropas enemigas. Si cedemos a los deseos
que «batallan» contra el alma, sentiremos inevitablemente la pérdida de fuerza
espiritual, disminución de poder espiritual y pérdida de eficacia en la obra
del reino de Dios.
Además,
cuando pecamos como cristianos sufrimos una pérdida de recompensa celestial.
Una persona que no ha edificado en la obra de la iglesia con oro, plata o
piedras preciosas, sino con «madera, heno y paja» (1ª Co 3: 12) verá su obra
«consumida por las llamas» en el día del juicio y «sufrirá pérdida. Será salvo,
pero como quien pasa por el fuego» (1ª Co 3: 15).
Pablo
se da cuenta de que «es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo
que haya hecho mientras vivió en el cuerpo» (2ª Co 5: 10). Pablo implica que
hay grados de recompensas en el cielo, y que el pecado tiene consecuencias
negativas en términos de pérdida de recompensa celestial.
NOTA: Pablo no está diciendo en Romanos 6: 16 que
los verdaderos cristianos pueden alguna vez retroceder hasta el punto de caer
en condenación eterna, pero sí parece estar diciendo que cuando cedemos al
pecado vamos (en un sentido espiritual y moral) en esa dirección.
Vea capítulo 56, sobre los grados de recompensa en
el cielo.
C. EL PELIGRO DE «EVANGÉLICOS
NO CONVERTIDOS»:
Si
bien el cristiano genuino que peca no pierde su justificación ni su adopción
delante de Dios (vea más atrás), es necesario advertir claramente que la simple
asociación con una iglesia evangélica y la conformidad externa a las pautas
«cristianas» de comportamiento aceptadas no garantizan la salvación.
Particularmente
en sociedades y culturas donde es fácil (o incluso esperado) que las personas
profesen ser cristianas, hay una auténtica posibilidad de que algunos que se
hacen miembros de la iglesia no hayan de verdad nacido de nuevo. Si esas
personas entonces se muestran cada vez más desobedientes a Cristo en su manera
de vivir, no debieran ser arrullados y adormecidos con seguridades de que
todavía tienen justificación y adopción en la familia de Dios.
Un
estilo de vida de continua desobediencia a Dios emparejado con falta de
elementos del fruto del Espíritu tales como el amor, el gozo, la paz y otros
(vea Gá 5: 22-23) es una seria indicación de que probablemente esa persona no
es de verdad cristiana en su interior, de que no ha habido una auténtica fe de
corazón desde el principio y nada de obra de regeneración del Espíritu Santo.
Jesús advierte que a algunos que han profetizado, expulsaron demonios e
hicieron milagros en su nombre les dirá: «Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí,
hacedores de maldad!» (Mt 7: 23).
Y Juan
nos dice que «El que afirma: "Lo conozco", pero no obedece sus
mandamientos es un mentiroso y no tiene la verdad» (La Jn 2: 4; Juan está
hablando aquí de una forma de vivir persistente). Un estilo de vida de años de
creciente desobediencia a Cristo debiera tomarse como evidencia para dudar de
que esa persona sea de verdad cristiana.
6. ¿QUÉ ES EL PECADO IMPERDONABLE?
Varios
pasajes de las Escrituras hablan de un pecado que no será perdonado. Jesús
dice:
Por Eso Les Digo Que A Todos Se Les Podrá Perdonar Todo Pecado Y Toda
Blasfemia, Pero La Blasfemia Contra El Espíritu No Se Le Perdonará A Nadie. A
Cualquiera Que Pronuncie Alguna Palabra Contra El Hijo Del Hombre Se Le
Perdonará, Pero El Que Hable Contra El Espíritu Santo No Tendrá Perdón Ni En
Este Mundo Ni En El Venidero. (Mt 12: 31-32)
Encontramos
una declaración similar en Marcos 3: 29-30, donde Jesús dice: «Excepto a quien
blasfeme contra el Espíritu Santo. Éste no tendrá perdón jamás; es culpable de
un pecado eterno» (Mr 3: 29; Lc 12: 10. Asimismo, Hebreos 6 dice:
Es Imposible Que Renueven Su Arrepentimiento Aquellos Que Han Sido Una
Vez Iluminados, Que Han Saboreado El Don Celestial, Que Han Tenido Parte En El
Espíritu Santo Y Que Han Experimentado La Buena Palabra De Dios Y Los Poderes
Del Mundo Venidero, Y Después De Todo Esto Se Han Apartado. Es Imposible,
Porque Así Vuelven A Crucificar, Para Su Propio Mal, Al Hijo De Dios, Y Lo
Exponen A La Vergüenza Pública. (He 6: 4-6; 10: 26-27; También Las Reflexiones
Sobre El «Pecado Que Lleva A La Muerte» En 1ª Jn 5:16-17).
Estos
pasajes podrían estar hablando acerca del mismo pecado o de diferentes pecados;
habrá que tomar una decisión solo después de examinar los pasajes en sus
contextos.
Existen
varias interpretaciones sobre cómo entender este pecado.
A. ALGUNOS HAN PENSADO QUE
ESTE ERA UN PECADO QUE SOLO SE PODÍA COMETER MIENTRAS CRISTO ESTABA EN LA
TIERRA.
Pero
la declaración de Jesús de que «a todos se les podrá perdonar todo pecado y
toda blasfemia» (Mt 12:31) es tan general que parece injustificado decir que se
refiere solo a algo que podría suceder durante su vida, y los textos en
cuestión no especifican semejante restricción. Además, Hebreos 6:4-6 está
hablando de la apostasía que había tenido lugar unos años después de que Cristo
regresara al cielo.
B. ALGUNOS HAN SOSTENIDO QUE
ESTE ES UN PECADO DE INCREDULIDAD QUE CONTINÚA HASTA LA MUERTE; POR TANTO, TODO
EL QUE MUERE EN INCREDULIDAD (O AL MENOS TODO EL QUE HA ESCUCHADO DE CRISTO Y
MUERE EN INCREDULIDAD) HA COMETIDO ESTE PECADO.
Es
cierto, por supuesto, que los que persisten en incredulidad hasta la muerte no
serán perdonados, pero la cuestión es si ese hecho es lo que se está
considerando en estos versículos. Al leer con detenimiento estos versículos, la
explicación no parece encajar con el lenguaje de los textos citados, porque
estos no hablan de incredulidad en general, sino específicamente de alguien que
«[habla] contra el Espíritu Santo» (Mt 12: 32), que «blasfeme contra el
Espíritu Santo» (Mr 3: 29) o «se han apartado» (He 6: 6).
Estos
pasajes se refieren a un pecado específico: rechazar deliberadamente la obra
del Espíritu santo y hablar mal en contra suya, o el rechazo intencionado de la
verdad de Cristo y exponer a Cristo a la vergüenza pública (He 6: 6). Además,
la idea de que este pecado es la incredulidad que persiste hasta la muerte no
encaja bien con el contexto de una reprensión a los fariseos por lo que estaban
diciendo según Mateo y Marcos (vea más adelante la consideración del contexto).
C. OTROS SOSTIENEN QUE ESTE
PECADO ES UNA SERIA APOSTASÍA DE VERDADEROS CREYENTES, Y QUE SOLO AQUELLOS QUE
SON DE VERDAD NACIDOS DE NUEVO PUEDEN COMETER ESTE PECADO.
Basan
su interpretación en lo que entienden de la naturaleza de la «apostasía» que se
menciona en hebreos 6: 4-6 (que es rechazo de Cristo por parte de un auténtico
cristiano y la consecuente pérdida de la salvación ). Pero este no parece ser
el mejor entendimiento de Hebreos 6: 4-6.
Además,
aunque esta interpretación se podría quizá sostener con respecto a Hebreos 6,
no explica la blasfemia contra el Espíritu Santo en los pasajes de los
evangelios, en los que Jesús está respondiendo a la insensible negación de los
fariseos de la obra del Espíritu Santo por medio de él.
D. UNA CUARTA POSIBILIDAD ES QUE ESTE PECADO CONSISTE EN EL RECHAZO
INTENCIONAL, MUY MALICIOSO Y DIFAMADOR DE LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO DE
TESTIMONIO ACERCA DE CRISTO, Y ATRIBUIR SU TRABAJO A SATANÁS.
Un
examen más detenido de la declaración de Jesús en Mateo y Marcos muestra que
Jesús estaba hablando en respuesta a la acusación de los fariseos de que «éste
no expulsa a los demonios sino por medio de Belcebú, príncipe de los demonios»
(Mt 12:24).
Los
fariseos habían visto las obras de Cristo repetidas veces. El Señor acababa de
sanar a un hombre endemoniado que estaba ciego y mudo (Mt 12:22). Las personas
estaban maravilladas y un gran número de ellas seguían a Jesús, y los mismos
fariseos habían visto muchas veces claras demostraciones del poder asombroso
del Espíritu Santo obrando por medio de Jesús para traer vida y salud a muchas
personas.
Pero
los fariseos, a pesar de estas claras demostraciones de la obra del Espíritu
delante de sus ojos, deliberadamente rechazaron la autoridad de Jesús y sus
enseñanzas y las atribuyeron al diablo. Jesús les dijo entonces claramente que
«toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie. Si
Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo.
¿Cómo
puede, entonces, mantenerse en pie su reino?» (Mt 12: 25-26). De modo que era
irracional y tonto que los fariseos atribuyeran los exorcismos de Jesús al
poder de Satanás. Eso era una clásica mentira maliciosa y deliberada.
Después
de decir: «Si expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso
significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12: 28),Jesús declara
su advertencia: «El que no está de mi parte, está contra mí; y el que conmigo
no recoge, esparce» (Mt 12: 30). Advierte que no hay neutralidad, y ciertamente
los que, como los fariseos se oponen a su mensaje están en contra de él.
Inmediatamente agrega:
«Por
eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia,
pero la blasfemia contra el Espíritu no se perdonará a nadie» (Mt 12:31). La
difamación deliberada y maliciosa de la obra del Espíritu Santo por medio de
Jesús, que los fariseos atribuían a Satanás, no sería perdonada.
El
contexto indica que Jesús estaba hablando de un pecado que no es simplemente
incredulidad o rechazo de Cristo, sino uno que incluye:
(1) Un conocimiento claro de quién es Cristo y del poder del Espíritu Santo
que obra por medio de él;
(2) Un rechazo deliberado de los hechos acerca de Cristo que sus oponentes
sabían que eran ciertos; y:
(3) Atribuir maliciosamente la obra del Espíritu Santo en Cristo al poder
de Satanás. En un caso así, la dureza del corazón sería tan grande que los
recursos ordinarios para llevar a un pecador al arrepentimiento habrían sido ya
rechazados.
La
persuasión de la verdad no funcionaría, porque estas personas ya habían
conocido la verdad y la habían rechazado deliberadamente. Las demostraciones
del poder del Espíritu Santo para sanar y dar vida no funcionarían, porque las
habían visto y las habían rechazado.
En
esta situación no es que el pecado fuera en sí tan horrible que no pudiera ser
cubierto por la obra redentora de Cristo, sino más bien que el pecador había
endurecido de tal manera su corazón que ya estaba más allá de los medios
ordinarios de Dios de ofrecer perdón por medio del arrepentimiento y la confianza
en Cristo en cuanto a la salvación.
Este
pecado es imperdonable porque aísla al pecador del arrepentimiento y de la fe
salvadora por medio de creer en la verdad. Berkhof sabiamente define este
pecado de la siguiente manera:
Este Pecado Consiste En El Rechazo Consciente, Malicioso, Deliberado Y
Difamador En Contra De La Evidencia Y Convicción Del Testimonio Del Espíritu
Santo Respecto De La Gracia De Dios En Cristo, Atribuyéndolo Por Odio Y
Enemistad Al Príncipe De La Tinieblas Al Cometer Ese Pecado El Hombre Atribuye
Deliberada, Maliciosa E Intencionalmente Lo Que Es Claramente Reconocido Como
La Obra De Dios A La Influencia Y Poder De Satanás.
Berkhof
explica que el pecado en sí consiste «no en dudar de la verdad, no en negarla
pecaminosamente, sino a una contradicción de la verdad que se opone a la
convicción de la mente, a la iluminación de la conciencia e incluso al
veredicto de corazón.
El
hecho de que el pecado imperdonable implica un endurecimiento tan grande del
corazón y falta de arrepentimiento indica que los que temen haberlo cometido,
pero guardan tristeza en su corazón por haber pecado y desean buscar a Dios, no
caen ciertamente en la categoría de los que son culpables de haberlo cometido.
Berkhof
dice que «podemos estar razonablemente seguros que los que temen haberlo
cometido y se preocupan por ello, y buscan las oraciones de otros, no lo han
cometido»."
Este
concepto del pecado imperdonable encaja también bien con Hebreos 6: 4-6. Allí
las personas que cometen el pecado de apostasía han tenido toda clase de
conocimiento y convicción de la verdad. Han sido «iluminadas» y han «saboreado
el don celestial»; han participado de alguna manera en la obra del Espíritu
Santo y han «experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo
venidero», sin embargo deliberadamente se alejan de Cristo y «lo exponen a la
vergüenza pública » (He 6: 6).
También
se han situado más allá del alcance de los medios ordinarios de Dios para
llevar a las personas al arrepentimiento. Son conocedoras de la verdad y están
convencidas de ella, pero la rechazan deliberadamente.
Primera
de Juan 5: 16-17, sin embargo, parece caer en otra categoría. Ese pasaje no
habla de un pecado que jamás pueda recibir perdón, sino de un pecado, que si se
persiste en él, lleva a la muerte. Este pecado parece involucrar la enseñanza
de graves errores doctrinales acerca de Cristo.
En el
contexto de orar en fe según la voluntad de Dios (1ª Jn 5: 14-15) Juan solo
está diciendo que él no dice que podemos orar en fe para que Dios perdone ese pecado
a menos que la persona se arrepienta, pero no está prohibiendo que oremos que
los maestros heréticos se vuelvan de su herejía, se arrepientan y de ese modo
encuentren el perdón.
Muchas
personas que enseñan errores doctrinales serios no han ido tan lejos como para
haber cometido el pecado imperdonable y llegar al punto de la imposibilidad de
arrepentimiento y de la fe a causa de su propia dureza de corazón.
E. EL CASTIGO DEL PECADO
Aunque
el castigo de Dios por el pecado sirve como disuasivo en cuanto a seguir
pecando y como una advertencia para los que lo observan, esa no es la razón
primaria por la que Dios castiga el pecado. La razón primaria es que la
justicia de Dios lo demanda, a fin de que él sea glorificado en el universo que
ha creado. Él es el Señor que actúa en la tierra «con amor, con derecho y
justicia, pues es lo que a mí me agrada» (Jer 9: 24).
Pablo
dice de Cristo Jesús que «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que
se recibe por la fe en su sangre» (Ro 3:25). Pablo entonces explica por qué
Dios ofreció a Jesús como «expiación» (esto es, un sacrificio que lleva sobre
sí la ira de Dios en contra del pecado y de ese modo Dios transformar la ira en
favor): «Para así demostrar su justicia». Anteriormente, en su paciencia, Dios
había pasado por alto los pecados» (Ro 3: 25).
Pablo
se da cuenta de que si Cristo no hubiera venido a pagar el castigo por los
pecados, Dios no podría mostrar que era justo. Porque si él hubiera pasado por
alto los pecados en el pasado y no los hubiera castigado, las personas podrían
con razón acusar a Dios de injusticia, en base de la suposición de que un Dios
que no castiga el pecado no puede ser un Dios justo.
Por
tanto, cuando Dios envió a Cristo a morir y pagar el castigo de nuestros
pecados, mostró cómo podía ser todavía justo: había acumulado el castigo de los
pecados anteriores (los de los santos del Antiguo Testamento) y entonces, en
perfecta justicia, cargó ese castigo sobre Jesús en la cruz.
La
propiciación del Calvario demostraba de ese modo claramente que Dios es
perfectamente justo: «De ese modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a
los que tienen fe en Jesús» (Ro 3: 26).
Por
tanto, en la cruz tenemos una clara demostración de por qué Dios castiga el
pecado: Si no castigara el pecado no sería un Dios justo, y no habría una
situación de justicia suprema en el universo. Pero cuando castiga el pecado,
Dios demuestra que es un juez justo sobre todos, y que se hace justicia en su
universo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. ¿Ha despertado la lectura de este capítulo una creciente conciencia del
pecado que permanece en su vida? ¿Puede usted mencionar alguna forma específica
en que esto es cierto? ¿Incrementó este capítulo en usted algún sentido de lo
odioso que es el pecado? ¿Por qué no siente más a menudo un sentido más
profundo de aborrecimiento del pecado? ¿Cuál cree usted que será el efecto
general de este capítulo en sus relaciones con Dios?
2. ¿Resultaría para usted al final más consolador pensar que el pecado
entró en el mundo porque Dios estableció que entrara mediante agentes
secundarios, o porque él no pudo prevenirlo, aunque era algo en contra de su
voluntad? ¿Cómo se sentiría usted acerca del universo y su lugar en él si usted
pensara que el mal siempre ha existido y que existe una situación de
«dualismm> en el universo?
3. ¿Puede usted mencionar algunos paralelismos entre la tentación que
enfrentó Eva y las tentaciones que usted enfrenta en su vida cristiana?
4. ¿Siente usted que sea injusto que lo consideren a usted culpable del pecado
de Adán (si está de acuerdo que Romanos 5:12-2110 enseña)? ¿Cómo puede usted
lidiar con este sentido de injusticia para evitar que se convierta en un
obstáculo en sus relaciones con Dios? A un nivel de convicción profunda,
¿piensa usted de verdad que, antes de ser cristiano, estaba totalmente
incapacitado de hacer ningún bien espiritual delante de Dios? Del mismo modo,
¿está profundamente convencido que esto es cierto de todos los creyentes, o
piensa usted que esto es solo una doctrina que puede ser cierta o no, o al
menos una doctrina que usted no encuentra muy convincente al examinar la vida
de los incrédulos que conoce?
5. ¿Qué clase de libertad de elección tienen los incrédulos que usted
conoce? Aparte de la obra del Espíritu Santo, ¿está usted convencido de que
ellos no cambiarían su rebelión fundamental contra Dios?
6. ¿Cómo le puede ayudar en su vida cristiana la enseñanza bíblica de
grados en la gravedad del pecado en este momento? ¿Ha experimentado usted un
sentido del «desagrado paternal» de Dios cuando ha pecado? ¿Cuál es su
respuesta a ese sentido?
7. ¿Piensa usted que los cristianos de hoy han perdido bastante de vista
lo aborrecible que es el pecado? ¿Lo han perdido también los incrédulos?
¿Piensa usted que los cristianos hemos perdido de vista la persistente
presencia del pecado en los incrédulos, de la verdad de que el mayor problema
de la raza humana, y de todas las sociedades y civilizaciones, no es la falta
de educación, la falta de comunicación ni la falta de bienestar material, sino el
pecado en contra de Dios?
TÉRMINOS ESPECIALES
Adjudicar,
contaminación original, corrupción heredada, culpa heredada, culpa original,
depravación total, dualismo, edad de responsabilidad, imputar, incapacidad
total, pecado, pecado heredado
PASAJE BÍBLICO PARA MEMORIZAR
Salmo 51:1-4: Ten Compasión De Mí, Oh Dios, Conforme A Tu Gran Amor;
Conforme A Tu Inmensa Bondad, Borra Mis Transgresiones. Lávame De Toda Mi
Maldad Y Límpiame De Mi Pecado.
Yo Reconozco Mis Transgresiones; Siempre Tengo Presente Mi Pecado.
Contra Ti He Pecado, Sólo Contra Ti, Y He Hecho Lo Que Es Malo Ante Tus Ojos;
Por Eso, Tu Sentencia Es Justa, Y Tu Juicio, Irreprochable.