¿QUÉ PRINCIPIOS DETERMINAN LA MANERA EN QUE DIOS SE RELACIONA CON NOSOTROS?
EXPLICACIÓN Y BASES
BÍBLICAS
¿Cómo
se relaciona Dios con el hombre? Desde la creación del mundo, las relaciones de
Dios con el hombre ha estado definida por requerimientos y promesas
específicas. Dios le dice a las personas cómo quiere que actúen y también les
hace promesas sobre cómo va a actuar él con ellos en diferentes circunstancias.
La
Biblia contiene varios resúmenes de las disposiciones que definen las
diferentes relaciones entre Dios y el hombre que tienen lugar en las
Escrituras, y con frecuencia llama «pactos» a estos resúmenes.
Con respecto a los pactos entre Dios y el
hombre que encontramos en las Escrituras, podemos ofrecer la siguiente
definición: Un pacto es un acuerdo legal, inalterable y divinamente impuesto
entre Dios y el hombre que estipula las condiciones de sus relaciones.
Aunque
esta definición incluye la palabra acuerdo a fin de mostrar que hay dos partes,
Dios y el hombre, que deben entrar en las estipulaciones de esas relaciones, la
frase «divinamente impuesto» aparece también para mostrar que el hombre nunca
puede negociar con Dios o cambiar los términos del pacto.
Él
solo puede aceptar las obligaciones del pacto o rechazarlas. Probablemente por
esta razón los traductores griegos del Antiguo Testamento (de la traducción
conocida como la Septuaginta), y, siguiéndolos a ellos, los autores del Nuevo
Testamento, no usaron la palabra griega común que denotaba contratos o acuerdos
en los que ambas partes eran iguales (syntheke), sino que más bien eligieron
una palabra menos común, diadsékh, que hace hincapié en que las provisiones del
pacto fueron establecidas solo por una de las partes.
(De
hecho, la palabra diadsékh se usaba con frecuencia para referirse a
«testamento» o «última voluntad» que una persona dejaba para indicar la
distribución de sus bienes después de su muerte).
La
definición también incluye la palabra «inalterable». Podía ser sustituido o
remplazado por otro pacto diferente, pero no podía alterarse una vez
establecido.
Aunque
ha habido muchos detalles adicionales especificados en los pactos que Dios hizo
con el hombre a lo largo de la historia de las Escrituras, el elemento esencial
en todos ellos es la promesa: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer
31: 33; 2ª Co 6: 16; et al).
Puesto
que las relaciones de pacto entre Dios y el hombre, ocurre en varias formas a
lo largo de las Escrituras desde Génesis a Apocalipsis, un tratamiento de este
tema puede aparecer en diferentes momentos en el estudio de la teología
sistemática.
Lo he
intercalado aquí al final del tratamiento del hombre como ser creado (a la
imagen de Dios) y del hombre como caído en el pecado, pero antes del estudio de
la persona y de la obra de Cristo.
A. EL PACTO DE OBRAS
Algunos
han cuestionado si es apropiado hablar del pacto de obras que Dios tenía con
Adán y Eva en el huerto del Edén. En realidad la palabra pacto no aparece en
las narrativas de Génesis. Sin embargo, las partes esenciales del pacto están
presentes:
Una
definición clara de las partes involucradas, una serie de disposiciones
legalmente vinculantes que estipulan las condiciones de las relaciones, la
promesa de bendiciones por la obediencia y la condición para obtener esas
bendiciones.
Además,
Oseas 6:7, al referirse a los pecados de Israel, dice: «Son como Adán: han
quebrantado el pacto»! Este pasaje ve a Adán viviendo en una relación de pacto
que había quebrantado en el huerto del Edén. Además, en Romanos 5: 12-21 Pablo
ve a Adán y a Cristo como cabezas de las personas que representan, algo que es
completamente coherente con la idea de que Adán era parte de un pacto antes de
la Caída.
En el
huerto del Edén, parece que está bastante claro que había una serie de
estipulaciones que vinculaban legalmente y definían las relaciones entre Dios y
el hombre. Las dos partes aparecen con claridad cuando Dios habla con Adán y le
da mandamientos. Los requerimientos de sus relaciones aparecen bien definidos
con los mandamientos que Dios les da a Adán y Eva (Gn 1: 28-30; 2: 15) y en el
mandamiento directo a Adán: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero
del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de
él comas, ciertamente morirás» (Gn 2: 16-17).
En
esta declaración a Adán acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal
hay una promesa de castigo de la desobediencia: la muerte, que debemos entender
de una forma amplia en el sentido de muerte fisica, espiritual y muerte eterna
y separación de Dios.' En esta promesa de castigo por la desobediencia hay
implícita una promesa de bendición por la obediencia. Esta bendición
consistiría en no recibir la muerte, y la implicación es que la bendición sería
lo opuesto a la «muerte».
Involucraría
vida fisica sin fin y vida espiritual en términos de una relación con Dios que
continuaría para siempre. La presencia del «árbol de la vida en medio del
jardín» (Gn 2: 9) también era una promesa de vida eterna con Dios si Adán y Eva
satisfacían las condiciones de aquel pacto de relación mediante una completa
obediencia a Dios hasta que este decidiera que el tiempo de prueba había
terminado.
NOTA: Algunas versiones en inglés traducen
"Pero en Adán quebrantaron el pacto». pero la nota al margen admite que
eso es una enmienda basada en conjeturas y que e! texto hebreo en realidad dice
«como Adán» (he. ke'adan).
La preposición hebrea ke significa «como», no «en».
La palabra que traducimos como «Adán» (he. adam) también se puede traducir como
«hombre», pero la declaración entonces no tendría mucho sentido, pues no hay ni
una sola transgresión bien conocida de un pacto por hombre al que podamos
referimos. Además, no ayudaría mucho comparar a los israelitas con lo que ellos
ya son (esto es, hombres) y que «como hombres» quebrantaron el pacto.
Una frase así casi implicaría que los israelitas no
eran hombres, sino otra clase de criaturas. Por estas razones, se prefiere la
traducción «como Adán». (Una expresión hebrea idéntica se puede traducir «como
Adán» en Job 31: 33, como se indica al pie de la NVI.)
El castigo de muerte empezó a cumplirse en el día
que Adán y Eva pecaron, pero fue cumpliéndose lentamente a lo largo del tiempo,
a medida que sus cuerpos envejecían y al final morían. La promesa de la muerte
espiritual empezó a cumplirse inmediatamente, puesto que quedaron apartados de!
compañerismo con Dios.
La muerte de condenación eterna era lo que les
correspondía, pero las indicaciones de redención en e! texto (vea Gn. 3:15, 21)
sugieren que este castigo fue al final cancelado mediante la redención que
Cristo compró.
Después
de la Caída, Dios echó a Adán y Eva del huerto, en parte para que no «extienda
su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para
siempre» (Gn 3: 22).
Otra
evidencia de que las relaciones de pacto con Dios incluía una promesa de vida
eterna si Adán y Eva hubieran obedecido perfectamente es el hecho de que aun en
el Nuevo Testamento Pablo habla como si la perfecta obediencia, si fuera
posible, conduciría a la vida. Habla de que «el mismo mandamiento que debía
haberme dado vida me llevó a la muerte» (Ro 7: 10, literalmente, «mandamiento
que era para vida») y. con el fin de demostrar que la ley no se basa en la fe,
cita Lv 18:5 que dice lo siguiente acerca de las estipulaciones de la ley:
«Quien practique estas cosas vivirá por ellas» (Gá 3: 12; Ro 10: 5).
Otros
pactos en las Escrituras tienen generalmente una «señal» asociada con ellos
(como la circuncisión, el bautismo y la Cena del Señor). Ninguna «señal» para
el pacto de obras se designa claramente en Génesis como tal, pero si tuviéramos
que mencionar una, sería probablemente el árbol de la vida en el medio del
huerto.
Si
participaban de ese árbol, Adán y Eva habrían participado de la promesa de vida
eterna que Dios daría. El fruto en sí no tenía propiedades mágicas, pero sería
una señal mediante la cual Dios garantizaba externamente la realidad interna
que ocurriría.
¿Por
qué es importante decir que las relaciones entre Dios y el hombre en el huerto
eran relaciones de pacto? El hacerlo así nos recuerda el hecho que estas
relaciones, incluyendo los mandamientos de obediencia y promesas de bendición
por la obediencia, no era algo que sucedía automáticamente en las relaciones
entre el Creador y la criatura..
Por
ejemplo, Dios no hizo ninguna clase de pacto con los animales que creó.'
Tampoco la naturaleza del hombre tal como Dios la creó demandaba que él tuviera
algún tipo de compañerismo con el hombre ni que Dios hiciera alguna promesa que
tuviera que ver con sus relaciones con el hombre o que le diera al hombre
alguna dirección clara en lo concerniente a 10 que él haría.
Todo
esto era una expresión del amor paternal de Dios por el hombre y la mujer que
él había creado. Además, cuando especificamos estas relaciones como «pacto»,
podemos ver el claro paralelismo entre esta y las siguientes relaciones de
pacto que Dios tuvo con su pueblo. Si todos los elementos de un pacto están
presentes (estipulaciones claras de las partes involucradas, declaración de las
condiciones del pacto y promesa de bendiciones o castigo por la desobediencia),
no parece que haya razón por la que no debamos referimos a estas como un pacto,
porque eso era lo que en verdad eran.
Aunque
el pacto que había antes de la Caída ha sido expresado mediante varios términos
(tales como el pacto adánico o el pacto de la naturaleza), la designación más
útil parece ser la de «pacto de obras», puesto que la participación en las
bendiciones del pacto dependía claramente de la obediencia u «obras» de parte
de Adán y Eva.
NOTA: Sin embargo, los animales fueron incluidos
con los seres humanos en el pacto que Dios le comunicó a Noé, prometiendo que
nunca más destruiría la tierra con otro diluvio (Gn 9: 8-17).
Como
en todos los pactos que Dios hace con el hombre, no hay aquí negociaciones
sobre las disposiciones. Dios impone soberanamente el pacto sobre Adán y Eva, y
ellos no tienen ninguna posibilidad de cambiar los detalles. Lo único que
pueden hacer es aceptarlo o rechazarlo.
¿Está
todavía en vigor el pacto de obras? En varios sentidos importantes lo está.
En
primer lugar, Pablo implica que la obediencia perfecta a las leyes de Dios, si
fuera posible, llevaría a la vida (vea Ro 7: 10; 10: 5; Gá 3: 12). Debiéramos
también notar que el castigo en este pacto todavía está en vigor, «porque la
paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23).
Esto
implica que el pacto de obras todavía está en vigor para todo ser humano aparte
de Cristo, aunque ningún ser humano pecador puede cumplir con sus
estipulaciones y conseguir sus bendiciones. Por último debiéramos notar que
Cristo obedeció perfectamente el pacto de obras por nosotros porque él no cometió
ningún pecado (1ª P 2: 22), sino que obedeció a Dios en todo a nuestro favor
(Ro 5:18-19).
Por
otro lado, en varios sentidos, el pacto de obras no permanece en vigor:
(1) Ya no tenemos que lidiar con el mandamiento específico de no comer del
árbol del conocimiento del bien y del mal.
(2) Dado que todos tenemos una naturaleza pecaminosa (tanto los cristianos
como los que no son cristianos), no estamos en condiciones de cumplir con las
disposiciones del pacto de obras por nosotros mismos y recibir sus beneficios,
pues al aplicarse directamente a las personas solo recibimos castigos.
(3) Para los cristianos, Cristo ha cumplido satisfactoriamente las
estipulaciones de este pacto de una vez y para siempre, y nosotros obtenemos
sus beneficios no mediante una obediencia real de nuestra parte, sino confiando
en los méritos de la obra de Cristo.
En
realidad, para los cristianos hoy pensar que estamos obligados a tratar de
ganar el favor de Dios mediante la obediencia sería apartarse de la esperanza
de la salvación. «Todos los que viven por las obras que demanda la ley, están
bajo maldición es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios»
(Gá 3: 10-11).
Los
cristianos han quedado liberados del pacto de las obras por razón de la obra de
Cristo y han sido incluidos en el nuevo pacto, el pacto de la gracia (vea
abajo).
B. EL PACTO DE REDENCIÓN
Los
teólogos hablan de otra clase de pacto, un pacto que no es entre Dios y el
hombre, sino entre los miembros de la Trinidad. Es el pacto que llaman el
«pacto de redención». Este es un acuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, mediante el cual el Hijo está de acuerdo en hacerse hombre, ser nuestro
representante, obedecer las demandas del pacto de obras en nuestro nombre y
pagar el castigo del pecado que nosotros merecíamos.
¿Enseñan
las Escrituras su existencia? Sí, porque habla de un plan y propósito
específico de Dios en el que estuvieron de acuerdo el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo a fin de ganar nuestra redención.
En
cuanto al Padre, este «pacto de redención» incluía un acuerdo de dar al Hijo un
pueblo que él redimiría para ser suyos Gn 17: 2, 6), enviar al Hijo para que
fuera su representante Gn 3: 16; Ro 5: 18-19), preparar un cuerpo para que el
Hijo morara en él como hombre (Col 2: 9; He 10: 5), aceptarle como
representante del pueblo que habría redimido (He 9: 24), y darle a él toda
autoridad en el cielo y en la tierra (Mt
28: 18), incluyendo la autoridad de derramar el poder del Espíritu Santo y
aplicar la redención a su pueblo (Hch 1: 4; 2: 23).
De
parte del Hijo, estuvo de acuerdo en que vendría a este mundo como hombre y
viviría como hombre bajo la ley mosaica (Gá 4: 4; He 2: 14-18), y que se
sometería en perfecta obediencia a todos los mandamientos del Padre (He
10:7-9), se humillaría a sí mismo y se haría obediente hasta la muerte en la
cruz (Fil 2: 8). El Hijo también estuvo de acuerdo en formar a un pueblo para
sí mismo a fin de que ninguno de los que el Padre le iba a dar se perdiera Gn
17: 12).
El
papel del Espíritu Santo en el pacto de redención a veces se pasa por alto en
las reflexiones sobre el tema, pero sin duda era único y esencial. Estuvo de
acuerdo en hacer la voluntad del Padre y llenar y facultar a Cristo para que
llevara a cabo su ministerio en la tierra (Mt 3:16; Lc 4: 1, 14, 18;Jn 3: 34),
y aplicarlos beneficios de la obra redentora de Cristo a los creyentes después
de que Cristo regresara al cielo Gen 14: 16-17,26; Hch 1: 8; 2:17-18, 33).
Refiriéndonos
al acuerdo entre los miembros de la Trinidad como un «pacto», nos recuerda que
fue algo emprendido voluntariamente por Dios, no algo en lo que tuviera que
meterse por razón de su naturaleza. Sin embargo, este pacto es también
diferente de los pactos entre Dios y el hombre porque las partes que participan
lo hacen como iguales, mientras que en los pactos con el hombre, Dios es el
Creador soberano que impone las estipulaciones del pacto por decreto propio.
Por
otro lado, es como los pactos que Dios hizo con el hombre en que contiene los
elementos (especificando las partes, condiciones, y bendiciones prometidas) que
conforman un pacto.
C. EL PACTO DE GRACIA
1. ELEMENTOS ESENCIALES.
Cuando
el hombre no obtuvo la bendición ofrecida en el pacto de obras, se hizo
necesario que Dios estableciera otro medio, uno mediante el cual el hombre
pudiera ser salvado. El resto de las Escrituras después del relato de la Caída
en Génesis 3 es la narración de la acción de Dios en la historia para llevar a
cabo el maravilloso plan de redención a fin de que las personas pecadoras
pudieran entrar en compañerismo con él.
Una
vez más, Dios claramente define las disposiciones del pacto que especificarían
las relaciones entre él y los que serían redimidos. En estas especificaciones
encontramos algunas variaciones en detalle a lo largo del Antiguo y Nuevo
Testamentos, pero los elementos esenciales de un pacto están todos allí, y la
naturaleza de esos elementos esenciales permanece igual a lo largo del Antiguo
y del Nuevo Testamentos.
Las
partes en este pacto de gracia son Dios y el pueblo que él redimiría. Pero en
este caso Cristo cumple con un papel especial como «mediador» (He 8: 6; 9: 15;
12: 24) en el cual cumple por nosotros las condiciones del pacto y de ese modo
nos reconcilia con Dios. (No había mediador entre Dios y el hombre en el pacto
de obras.)
La
condición (o requerimiento) de la participación en el pacto es tener fe en la
obra de redención de Cristo (Ro 1: 17; et al.). Este requerimiento de fe en la
obra redentora del Mesías era también la condición para obtener las bendiciones
del pacto del Antiguo Testamento, como Pablo lo demuestra claramente por medio
de los ejemplos de Abraham y David (Ro 4:1-15). Ellos, como otros creyentes del
Antiguo Testamento, alcanzaron salvación mirando hacia el futuro a la obra del
Mesías que iba a venir y depositando su fe en él:
Pero
si bien la condición para empezar en el pacto de gracia es solo y siempre la fe
en la obra de Cristo, la condición para continuar en el pacto se entiende que
es la obediencia a los mandamientos de Dios. Aunque esta obediencia no sirve en
el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento para ganar méritos con Dios, si
nuestra fe en Cristo es genuina, producirá obediencia (vea Stg 2: 17), y la
obediencia a Cristo en el Nuevo Testamento se considera una evidencia necesaria
de que somos verdaderos creyentes y miembros del nuevo pacto (vea 1Jn 2:4-6).
La
promesa de bendiciones en el pacto era una promesa de vida eterna con Dios.
Esa
promesa aparece repetida con frecuencia a lo largo del Antiguo y del Nuevo
Testamentos. Dios prometió que él sería su Dios y ellos serían su pueblo.
«Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por
todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes» (Gn
17: 7). «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer 31: 33). «Ellos serán
mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré con ellos un pacto eterno» (Jer 32: 38-40;
Ez 34: 30-31; 36: 28; 37: 26-27).
Ese
tema aparece también en el Nuevo Testamento: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo» (2ª Co 6: 16; d. un tema similar en los vv. 17-18; también 1ª P 2: 9-10).
Al hablar del nuevo pacto, el autor de Hebreos cita Jeremías 31: «Yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo» (He 8: 10). Esta bendición encuentra su
cumplimiento en la iglesia, que es el pueblo de Dios, pero encuentra su mejor
cumplimiento en el nuevo cielo y la nueva tierra, como lo ve Juan en su visión
de la era venidera: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía:
"¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en
medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su
Dios» (Ap 21: 3).
La
señal de este pacto (el símbolo físico exterior de inclusión en el pacto) varía
entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento la
señal exterior de comienzo de las relaciones de pacto era la circuncisión. La
señal de continuación en las relaciones de pacto era la continua observancia de
todas las fiestas y leyes ceremoniales que Dios le dio al pueblo en varios
momentos de su historia. En el nuevo pacto la señal de comienzo de las relaciones
de pacto es el bautismo, mientras que la señal de la continuación de las
relaciones es la participación en la Cena del Señor.
A este
pacto se le conoce como «pacto de gracia» porque está completamente basado en
la «gracia» de Dios o el favor inmerecido hacia aquellos a quienes redime.
2. VARIAS FORMAS DEL PACTO.
Aunque
los elementos esenciales del pacto de gracia son los mismos a lo largo de la
historia del pueblo de Dios, las disposiciones específicas del pacto varían de
vez en cuando. En el tiempo de Adán y Eva, había solo una insinuación escueta
de la posibilidad de tener relaciones con Dios que encontramos en la promesa
acerca de la simiente de la mujer en Génesis 3: 15 y en la anterior y amorosa
provisión de Dios de ropas para Adán y Eva (Gn 3: 21).
4Vea
capítulo 7, para un estudio del hecho que los creyentes del Antiguo Testamento
fueron salvados solo por su fe y confianza en el Mesías que iba a venir.
El
pacto que Dios hizo con Noé después del diluvio (Gn 9: 8-17) no era un pacto
que prometiera todas las bendiciones de la vida eterna y la comunión con Dios,
sino solo uno en el que Dios prometía a toda la humanidad y al reino animal que
la tierra no volvería a ser destruida por un diluvio.
En
este sentido el pacto con Noé, aunque ciertamente depende de la gracia de Dios
o del favor inmerecido, parece ser bastante diferente en cuanto a las partes
involucradas (Dios y toda la humanidad, no solo los redimidos), la condición
mencionada (no se requiere ni fe ni obediencia de parte del hombre), y la bendición
que se promete (que la tierra no sería destruida de nuevo por el diluvio es sin
duda una promesa diferente de la de vida eterna). La señal del pacto (el arco
iris) es también diferente en que no requiere una participación activa o
voluntaria de parte del hombre.
Pero
empezando con el pacto con Abraham (Gn 15: 1-21; 17: 1-27), los elementos
esenciales del pacto de gracia están todos presentes. En realidad, Pablo puede
decir que «la Escritura ... anunció de antemano el evangelio a Abraham» (Gá 3:
8).
Además,
Lucas nos dice que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profetizó que la
llegada de Juan el Bautista, para preparar el camino del Cristo era el comienzo
de la actividad de Dios para cumplir las antiguas promesas a Abraham (para
mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo pacto. Así lo
juró a Abraham nuestro padre), Lc 1:72-73).
De
modo que las promesas del pacto con Abraham permanecían en vigor aun cuando
habían quedado cumplidas en Cristo (vea Ro 4: 1-25; Gá.3: 6-18, 29; He 2:16;
6:13-20).
¿Qué
es entonces el «antiguo pacto» en contraste con el «nuevo pacto» en Cristo? No
es el todo del Antiguo Testamento, porque el pacto con Abraham y David nunca
son llamados «antiguos» en el Nuevo Testamento. Más bien, solo al pacto bajo
Moisés, el pacto que se hizo en el Monte Sinaí (Éx 19-24) se le llama el
«antiguo pacto» (2 Ca 3: 14; cf. He 8:6, 13), que iba a ser sustituido por el
«lluevo pacto» en Cristo (Lc 22: 20; 1ª Co 11: 25; 2ª Co 3:6; He 8: 8,13; 9:
15; 12: 24).
El
pacto mosaico era la aplicación6 de detalladas leyes escritas puestas en vigor
por un tiempo para restringir los pecados de las personas y para ser una guía
que nos llevara a Cristo. Pablo dice: «Entonces, ¿cuál era el propósito de la
ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la
descendencia a la cual se hizo la promesa» (Gá 3: 19), «así que la ley vino a
ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo» (Gá 3: 24).
No
debiéramos suponer que no hubo gracia para las personas desde Moisés hasta Cristo,
porque la promesa de salvación por la fe que Dios había hecho a Abraham
permanecía en vigor: Ahora bien.
Las Promesas Se Le Hicieron A Abraham Ya Su Descendencia. La Ley, Que
Vino Cuatrocientos Treinta Años Después, No Anula El Pacto Que Dios Había Ratificado
Previamente; De Haber Sido Así, Quedaría Sin Efecto La Promesa. Si La Herencia
Se Basa En La Ley, Ya No Se Basa En La Promesa; Pero Dios Se La Concedió
Gratuitamente A Abraham Mediante Una Promesa (Gá 3: 16-18).
NOTA: Las promesas del pacto con Abraham fueron
renovadas y Dios dio aun más seguridades cuando habló con David (vea esp. 2ª S.
7: 5-16; Jer 33: 19-22), y le hizo la promesa de que un rey del linaje de David
reinaría sobre el pueblo de Dios para siempre. Para un estudio excelente de la continuidad
de las promesas de Dios en los pactos de Dios con Abraham y David, y en el
nuevo pacto, vea la obra de Thomas E. McComiskey, The Covenants of Promise: A
Theology of the Old Testaments Covenants (Baker, Grand Rapids, 1985), esp. Pp.
59-93.
Para un estudio excelente de la diferencia entre el
amplio pacto de la promesa y los varías «pactos administrativos» que Dios usó
en diferentes momentos, vea McComiskey, Covenants of Promise, esp. pp. 139-77 Y
193-211.
Además,
aunque el sistema de sacrificios del pacto mosaico no quitaba en realidad el
pecado (He 10: 1-4), sí prefiguraba que Cristo, el perfecto sumo sacerdote que
era también el sacrificio perfecto, cargaría con nuestros pecados (He 9:
11-28). Sin embargo, el pacto mosaico por sí mismo, con todas sus leyes
detalladas, no podía salvar a las personas.
No es
que las leyes fueran en sí malas, porque las había dado un Dios santo, pero
carecían de poder para dar a las personas una vida nueva, y las personas no
podían obedecerlas perfectamente: «¿Estará la ley en contra de las promesas de
Dios? ¡De ninguna manera! Si se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida,
entonces sí que la justicia se basaría en la ley» (Gá 3: 21).
Pablo
se da cuenta de que el Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros puede capacitamos
para obedecer a Dios en una manera que la ley mosaica nunca podría, porque él
dice que Dios «nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el
de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da
vida» (2ª Co 3:6).
El
nuevo pacto en Cristo es, entonces, mucho mejor porque cumple las promesas
hechas en Jeremías 31:31-34, como aparece citado en Hebreos 8: Pero el servicio
sacerdotal que Jesús ha recibido es superior al de ellos, así como el pacto del
cual es mediador es superior al antiguo, puesto que se basa en mejores
promesas. Efectivamente, si ese primer pacto hubiera sido perfecto, no habría
lugar para un segundo pacto.
Pero Dios, reprochándoles sus defectos, dijo: «Llegará el tiempo -dice
el Señor-, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá.
No Será Como El Pacto Que Hice Con Sus Antepasados El Día En Que Los
Tomé De La Mano Para Sacarlos De Egipto, Porque Ellos No Permanecieron Fieles A
Mi Pacto, Y Yo Los Abandoné, Dice El Señor.
Por Tanto, Este Es El Pacto Que Después De Aquellos Días Estableceré Con
La Casa De Israel, Dice El Señor: Pondré Mis Leyes En Su Mente Y Las Escribiré
En Su Corazón. Yo Seré Su Dios, Y Ellos Serán Mi Pueblo.
Ya Nadie Enseñará A Su Prójimo, Ni Nadie Enseñará A Su Hermano Ni Le
Dirá: "¡Conoce Al Señor!"
Porque Todos, Desde El Más Pequeño Hasta El Más Grande, Me Conocerán. Yo
Les Perdonaré Sus Iniquidades, Y Nunca Más Me Acordaré De Sus Pecados». Al
Llamar «Nuevo» A Ese Pacto, Ha Declarado Obsoleto Al Anterior; Y Lo Que Se
Vuelve Obsoleto Y Envejece Ya Está Por Desaparecer (He 8: 6-13).
En
este nuevo pacto hay bendiciones muy superiores, porque Jesús el Mesías ha
venido; ha vivido, ha muerto y ha resucitado entre nosotros, y ha expiado de
una vez y para siempre todo nuestros pecados (He 9: 24-28); nos ha revelado a
Dios de una manera más completa Gn 1:14; He 1:1-3); ha derramado el Espíritu
Santo sobre su pueblo con el poder del nuevo pacto (Hch 1:8; 1ª Co 12: 13; 2ª
Co 3: 4-18); ha escrito sus leyes en nuestros corazones (He 8: 10).
Este
nuevo pacto es el «pacto eterno» (He 13:20) en Cristo, por medio del cual
tendremos comunión eterna con Dios, y él será nuestro Dios, y nosotros seremos
su pueblo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN
PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿había pensado usted en sus relaciones con
Dios en términos de un «pacto»? ¿Le da un grado mayor de certidumbre o un
sentido de seguridad en sus relaciones con Dios el saber que él gobierna las
relaciones mediante una serie de promesas que nunca cambiarán?
2. Si usted fuera a pensar en las relaciones personales entre Dios y usted
en términos de un pacto, en el que usted y Dios son las únicas partes
involucradas, ¿cuáles serían entonces las condiciones de este pacto entre Dios
y usted? ¿Está usted ahora cumpliendo esas condiciones? ¿Qué papel tiene Cristo
en esas relaciones de pacto entre usted y Dios? ¿Cuáles son las bendiciones que
Dios promete si usted cumple con esas condiciones? ¿Cuáles son las señales de
la participación en este pacto? ¿Le lleva este entendimiento del pacto a
aumentar su aprecio por el bautismo y la Cena del Señor?