LOS PACTOS ENTRE DIOS Y EL HOMBRE

¿QUÉ PRINCIPIOS DETERMINAN LA MANERA EN QUE DIOS SE RELACIONA CON NOSOTROS?

EXPLICACIÓN Y BASES BÍBLICAS
¿Cómo se relaciona Dios con el hombre? Desde la creación del mundo, las relaciones de Dios con el hombre ha estado definida por requerimientos y promesas específicas. Dios le dice a las personas cómo quiere que actúen y también les hace promesas sobre cómo va a actuar él con ellos en diferentes circunstancias.
La Biblia contiene varios resúmenes de las disposiciones que definen las diferentes relaciones entre Dios y el hombre que tienen lugar en las Escrituras, y con frecuencia llama «pactos» a estos resúmenes.
 Con respecto a los pactos entre Dios y el hombre que encontramos en las Escrituras, podemos ofrecer la siguiente definición: Un pacto es un acuerdo legal, inalterable y divinamente impuesto entre Dios y el hombre que estipula las condiciones de sus relaciones.
Aunque esta definición incluye la palabra acuerdo a fin de mostrar que hay dos partes, Dios y el hombre, que deben entrar en las estipulaciones de esas relaciones, la frase «divinamente impuesto» aparece también para mostrar que el hombre nunca puede negociar con Dios o cambiar los términos del pacto.
Él solo puede aceptar las obligaciones del pacto o rechazarlas. Probablemente por esta razón los traductores griegos del Antiguo Testamento (de la traducción conocida como la Septuaginta), y, siguiéndolos a ellos, los autores del Nuevo Testamento, no usaron la palabra griega común que denotaba contratos o acuerdos en los que ambas partes eran iguales (syntheke), sino que más bien eligieron una palabra menos común, diadsékh, que hace hincapié en que las provisiones del pacto fueron establecidas solo por una de las partes.
(De hecho, la palabra diadsékh se usaba con frecuencia para referirse a «testamento» o «última voluntad» que una persona dejaba para indicar la distribución de sus bienes después de su muerte).
La definición también incluye la palabra «inalterable». Podía ser sustituido o remplazado por otro pacto diferente, pero no podía alterarse una vez establecido.
Aunque ha habido muchos detalles adicionales especificados en los pactos que Dios hizo con el hombre a lo largo de la historia de las Escrituras, el elemento esencial en todos ellos es la promesa: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer 31: 33; 2ª Co 6: 16; et al).
Puesto que las relaciones de pacto entre Dios y el hombre, ocurre en varias formas a lo largo de las Escrituras desde Génesis a Apocalipsis, un tratamiento de este tema puede aparecer en diferentes momentos en el estudio de la teología sistemática.
Lo he intercalado aquí al final del tratamiento del hombre como ser creado (a la imagen de Dios) y del hombre como caído en el pecado, pero antes del estudio de la persona y de la obra de Cristo.

A. EL PACTO DE OBRAS

Algunos han cuestionado si es apropiado hablar del pacto de obras que Dios tenía con Adán y Eva en el huerto del Edén. En realidad la palabra pacto no aparece en las narrativas de Génesis. Sin embargo, las partes esenciales del pacto están presentes:
Una definición clara de las partes involucradas, una serie de disposiciones legalmente vinculantes que estipulan las condiciones de las relaciones, la promesa de bendiciones por la obediencia y la condición para obtener esas bendiciones.
Además, Oseas 6:7, al referirse a los pecados de Israel, dice: «Son como Adán: han quebrantado el pacto»! Este pasaje ve a Adán viviendo en una relación de pacto que había quebrantado en el huerto del Edén. Además, en Romanos 5: 12-21 Pablo ve a Adán y a Cristo como cabezas de las personas que representan, algo que es completamente coherente con la idea de que Adán era parte de un pacto antes de la Caída.
En el huerto del Edén, parece que está bastante claro que había una serie de estipulaciones que vinculaban legalmente y definían las relaciones entre Dios y el hombre. Las dos partes aparecen con claridad cuando Dios habla con Adán y le da mandamientos. Los requerimientos de sus relaciones aparecen bien definidos con los mandamientos que Dios les da a Adán y Eva (Gn 1: 28-30; 2: 15) y en el mandamiento directo a Adán: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2: 16-17).
En esta declaración a Adán acerca del árbol del conocimiento del bien y del mal hay una promesa de castigo de la desobediencia: la muerte, que debemos entender de una forma amplia en el sentido de muerte fisica, espiritual y muerte eterna y separación de Dios.' En esta promesa de castigo por la desobediencia hay implícita una promesa de bendición por la obediencia. Esta bendición consistiría en no recibir la muerte, y la implicación es que la bendición sería lo opuesto a la «muerte».
Involucraría vida fisica sin fin y vida espiritual en términos de una relación con Dios que continuaría para siempre. La presencia del «árbol de la vida en medio del jardín» (Gn 2: 9) también era una promesa de vida eterna con Dios si Adán y Eva satisfacían las condiciones de aquel pacto de relación mediante una completa obediencia a Dios hasta que este decidiera que el tiempo de prueba había terminado.
NOTA: Algunas versiones en inglés traducen "Pero en Adán quebrantaron el pacto». pero la nota al margen admite que eso es una enmienda basada en conjeturas y que e! texto hebreo en realidad dice «como Adán» (he. ke'adan).
La preposición hebrea ke significa «como», no «en». La palabra que traducimos como «Adán» (he. adam) también se puede traducir como «hombre», pero la declaración entonces no tendría mucho sentido, pues no hay ni una sola transgresión bien conocida de un pacto por hombre al que podamos referimos. Además, no ayudaría mucho comparar a los israelitas con lo que ellos ya son (esto es, hombres) y que «como hombres» quebrantaron el pacto.
Una frase así casi implicaría que los israelitas no eran hombres, sino otra clase de criaturas. Por estas razones, se prefiere la traducción «como Adán». (Una expresión hebrea idéntica se puede traducir «como Adán» en Job 31: 33, como se indica al pie de la NVI.)
El castigo de muerte empezó a cumplirse en el día que Adán y Eva pecaron, pero fue cumpliéndose lentamente a lo largo del tiempo, a medida que sus cuerpos envejecían y al final morían. La promesa de la muerte espiritual empezó a cumplirse inmediatamente, puesto que quedaron apartados de! compañerismo con Dios.
La muerte de condenación eterna era lo que les correspondía, pero las indicaciones de redención en e! texto (vea Gn. 3:15, 21) sugieren que este castigo fue al final cancelado mediante la redención que Cristo compró.
Después de la Caída, Dios echó a Adán y Eva del huerto, en parte para que no «extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la vida, y lo coma y viva para siempre» (Gn 3: 22).
Otra evidencia de que las relaciones de pacto con Dios incluía una promesa de vida eterna si Adán y Eva hubieran obedecido perfectamente es el hecho de que aun en el Nuevo Testamento Pablo habla como si la perfecta obediencia, si fuera posible, conduciría a la vida. Habla de que «el mismo mandamiento que debía haberme dado vida me llevó a la muerte» (Ro 7: 10, literalmente, «mandamiento que era para vida») y. con el fin de demostrar que la ley no se basa en la fe, cita Lv 18:5 que dice lo siguiente acerca de las estipulaciones de la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas» (Gá 3: 12; Ro 10: 5).
Otros pactos en las Escrituras tienen generalmente una «señal» asociada con ellos (como la circuncisión, el bautismo y la Cena del Señor). Ninguna «señal» para el pacto de obras se designa claramente en Génesis como tal, pero si tuviéramos que mencionar una, sería probablemente el árbol de la vida en el medio del huerto.
Si participaban de ese árbol, Adán y Eva habrían participado de la promesa de vida eterna que Dios daría. El fruto en sí no tenía propiedades mágicas, pero sería una señal mediante la cual Dios garantizaba externamente la realidad interna que ocurriría.
¿Por qué es importante decir que las relaciones entre Dios y el hombre en el huerto eran relaciones de pacto? El hacerlo así nos recuerda el hecho que estas relaciones, incluyendo los mandamientos de obediencia y promesas de bendición por la obediencia, no era algo que sucedía automáticamente en las relaciones entre el Creador y la criatura..
Por ejemplo, Dios no hizo ninguna clase de pacto con los animales que creó.' Tampoco la naturaleza del hombre tal como Dios la creó demandaba que él tuviera algún tipo de compañerismo con el hombre ni que Dios hiciera alguna promesa que tuviera que ver con sus relaciones con el hombre o que le diera al hombre alguna dirección clara en lo concerniente a 10 que él haría.
Todo esto era una expresión del amor paternal de Dios por el hombre y la mujer que él había creado. Además, cuando especificamos estas relaciones como «pacto», podemos ver el claro paralelismo entre esta y las siguientes relaciones de pacto que Dios tuvo con su pueblo. Si todos los elementos de un pacto están presentes (estipulaciones claras de las partes involucradas, declaración de las condiciones del pacto y promesa de bendiciones o castigo por la desobediencia), no parece que haya razón por la que no debamos referimos a estas como un pacto, porque eso era lo que en verdad eran.
Aunque el pacto que había antes de la Caída ha sido expresado mediante varios términos (tales como el pacto adánico o el pacto de la naturaleza), la designación más útil parece ser la de «pacto de obras», puesto que la participación en las bendiciones del pacto dependía claramente de la obediencia u «obras» de parte de Adán y Eva.
NOTA: Sin embargo, los animales fueron incluidos con los seres humanos en el pacto que Dios le comunicó a Noé, prometiendo que nunca más destruiría la tierra con otro diluvio (Gn 9: 8-17).
Como en todos los pactos que Dios hace con el hombre, no hay aquí negociaciones sobre las disposiciones. Dios impone soberanamente el pacto sobre Adán y Eva, y ellos no tienen ninguna posibilidad de cambiar los detalles. Lo único que pueden hacer es aceptarlo o rechazarlo.
¿Está todavía en vigor el pacto de obras? En varios sentidos importantes lo está.
En primer lugar, Pablo implica que la obediencia perfecta a las leyes de Dios, si fuera posible, llevaría a la vida (vea Ro 7: 10; 10: 5; Gá 3: 12). Debiéramos también notar que el castigo en este pacto todavía está en vigor, «porque la paga del pecado es muerte» (Ro 6: 23).
Esto implica que el pacto de obras todavía está en vigor para todo ser humano aparte de Cristo, aunque ningún ser humano pecador puede cumplir con sus estipulaciones y conseguir sus bendiciones. Por último debiéramos notar que Cristo obedeció perfectamente el pacto de obras por nosotros porque él no cometió ningún pecado (1ª P 2: 22), sino que obedeció a Dios en todo a nuestro favor (Ro 5:18-19).
Por otro lado, en varios sentidos, el pacto de obras no permanece en vigor:
(1) Ya no tenemos que lidiar con el mandamiento específico de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.
(2) Dado que todos tenemos una naturaleza pecaminosa (tanto los cristianos como los que no son cristianos), no estamos en condiciones de cumplir con las disposiciones del pacto de obras por nosotros mismos y recibir sus beneficios, pues al aplicarse directamente a las personas solo recibimos castigos.
(3) Para los cristianos, Cristo ha cumplido satisfactoriamente las estipulaciones de este pacto de una vez y para siempre, y nosotros obtenemos sus beneficios no mediante una obediencia real de nuestra parte, sino confiando en los méritos de la obra de Cristo.
En realidad, para los cristianos hoy pensar que estamos obligados a tratar de ganar el favor de Dios mediante la obediencia sería apartarse de la esperanza de la salvación. «Todos los que viven por las obras que demanda la ley, están bajo maldición es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios» (Gá 3: 10-11).
Los cristianos han quedado liberados del pacto de las obras por razón de la obra de Cristo y han sido incluidos en el nuevo pacto, el pacto de la gracia (vea abajo).

B. EL PACTO DE REDENCIÓN

Los teólogos hablan de otra clase de pacto, un pacto que no es entre Dios y el hombre, sino entre los miembros de la Trinidad. Es el pacto que llaman el «pacto de redención». Este es un acuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, mediante el cual el Hijo está de acuerdo en hacerse hombre, ser nuestro representante, obedecer las demandas del pacto de obras en nuestro nombre y pagar el castigo del pecado que nosotros merecíamos.
¿Enseñan las Escrituras su existencia? Sí, porque habla de un plan y propósito específico de Dios en el que estuvieron de acuerdo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a fin de ganar nuestra redención.
En cuanto al Padre, este «pacto de redención» incluía un acuerdo de dar al Hijo un pueblo que él redimiría para ser suyos Gn 17: 2, 6), enviar al Hijo para que fuera su representante Gn 3: 16; Ro 5: 18-19), preparar un cuerpo para que el Hijo morara en él como hombre (Col 2: 9; He 10: 5), aceptarle como representante del pueblo que habría redimido (He 9: 24), y darle a él toda autoridad en el cielo y en la tierra  (Mt 28: 18), incluyendo la autoridad de derramar el poder del Espíritu Santo y aplicar la redención a su pueblo (Hch 1: 4; 2: 23).
De parte del Hijo, estuvo de acuerdo en que vendría a este mundo como hombre y viviría como hombre bajo la ley mosaica (Gá 4: 4; He 2: 14-18), y que se sometería en perfecta obediencia a todos los mandamientos del Padre (He 10:7-9), se humillaría a sí mismo y se haría obediente hasta la muerte en la cruz (Fil 2: 8). El Hijo también estuvo de acuerdo en formar a un pueblo para sí mismo a fin de que ninguno de los que el Padre le iba a dar se perdiera Gn 17: 12).
El papel del Espíritu Santo en el pacto de redención a veces se pasa por alto en las reflexiones sobre el tema, pero sin duda era único y esencial. Estuvo de acuerdo en hacer la voluntad del Padre y llenar y facultar a Cristo para que llevara a cabo su ministerio en la tierra (Mt 3:16; Lc 4: 1, 14, 18;Jn 3: 34), y aplicarlos beneficios de la obra redentora de Cristo a los creyentes después de que Cristo regresara al cielo Gen 14: 16-17,26; Hch 1: 8; 2:17-18, 33).
Refiriéndonos al acuerdo entre los miembros de la Trinidad como un «pacto», nos recuerda que fue algo emprendido voluntariamente por Dios, no algo en lo que tuviera que meterse por razón de su naturaleza. Sin embargo, este pacto es también diferente de los pactos entre Dios y el hombre porque las partes que participan lo hacen como iguales, mientras que en los pactos con el hombre, Dios es el Creador soberano que impone las estipulaciones del pacto por decreto propio.
Por otro lado, es como los pactos que Dios hizo con el hombre en que contiene los elementos (especificando las partes, condiciones, y bendiciones prometidas) que conforman un pacto.

C. EL PACTO DE GRACIA

1. ELEMENTOS ESENCIALES.
Cuando el hombre no obtuvo la bendición ofrecida en el pacto de obras, se hizo necesario que Dios estableciera otro medio, uno mediante el cual el hombre pudiera ser salvado. El resto de las Escrituras después del relato de la Caída en Génesis 3 es la narración de la acción de Dios en la historia para llevar a cabo el maravilloso plan de redención a fin de que las personas pecadoras pudieran entrar en compañerismo con él.
Una vez más, Dios claramente define las disposiciones del pacto que especificarían las relaciones entre él y los que serían redimidos. En estas especificaciones encontramos algunas variaciones en detalle a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamentos, pero los elementos esenciales de un pacto están todos allí, y la naturaleza de esos elementos esenciales permanece igual a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamentos.
Las partes en este pacto de gracia son Dios y el pueblo que él redimiría. Pero en este caso Cristo cumple con un papel especial como «mediador» (He 8: 6; 9: 15; 12: 24) en el cual cumple por nosotros las condiciones del pacto y de ese modo nos reconcilia con Dios. (No había mediador entre Dios y el hombre en el pacto de obras.)
La condición (o requerimiento) de la participación en el pacto es tener fe en la obra de redención de Cristo (Ro 1: 17; et al.). Este requerimiento de fe en la obra redentora del Mesías era también la condición para obtener las bendiciones del pacto del Antiguo Testamento, como Pablo lo demuestra claramente por medio de los ejemplos de Abraham y David (Ro 4:1-15). Ellos, como otros creyentes del Antiguo Testamento, alcanzaron salvación mirando hacia el futuro a la obra del Mesías que iba a venir y depositando su fe en él:
Pero si bien la condición para empezar en el pacto de gracia es solo y siempre la fe en la obra de Cristo, la condición para continuar en el pacto se entiende que es la obediencia a los mandamientos de Dios. Aunque esta obediencia no sirve en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento para ganar méritos con Dios, si nuestra fe en Cristo es genuina, producirá obediencia (vea Stg 2: 17), y la obediencia a Cristo en el Nuevo Testamento se considera una evidencia necesaria de que somos verdaderos creyentes y miembros del nuevo pacto (vea 1Jn 2:4-6).
La promesa de bendiciones en el pacto era una promesa de vida eterna con Dios.
Esa promesa aparece repetida con frecuencia a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamentos. Dios prometió que él sería su Dios y ellos serían su pueblo. «Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes» (Gn 17: 7). «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer 31: 33). «Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré con ellos un pacto eterno» (Jer 32: 38-40; Ez 34: 30-31; 36: 28; 37: 26-27).
Ese tema aparece también en el Nuevo Testamento: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2ª Co 6: 16; d. un tema similar en los vv. 17-18; también 1ª P 2: 9-10). Al hablar del nuevo pacto, el autor de Hebreos cita Jeremías 31: «Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (He 8: 10). Esta bendición encuentra su cumplimiento en la iglesia, que es el pueblo de Dios, pero encuentra su mejor cumplimiento en el nuevo cielo y la nueva tierra, como lo ve Juan en su visión de la era venidera: «Oí una potente voz que provenía del trono y decía: "¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios» (Ap 21: 3).
La señal de este pacto (el símbolo físico exterior de inclusión en el pacto) varía entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento la señal exterior de comienzo de las relaciones de pacto era la circuncisión. La señal de continuación en las relaciones de pacto era la continua observancia de todas las fiestas y leyes ceremoniales que Dios le dio al pueblo en varios momentos de su historia. En el nuevo pacto la señal de comienzo de las relaciones de pacto es el bautismo, mientras que la señal de la continuación de las relaciones es la participación en la Cena del Señor.
A este pacto se le conoce como «pacto de gracia» porque está completamente basado en la «gracia» de Dios o el favor inmerecido hacia aquellos a quienes redime.
2. VARIAS FORMAS DEL PACTO.
Aunque los elementos esenciales del pacto de gracia son los mismos a lo largo de la historia del pueblo de Dios, las disposiciones específicas del pacto varían de vez en cuando. En el tiempo de Adán y Eva, había solo una insinuación escueta de la posibilidad de tener relaciones con Dios que encontramos en la promesa acerca de la simiente de la mujer en Génesis 3: 15 y en la anterior y amorosa provisión de Dios de ropas para Adán y Eva (Gn 3: 21).
4Vea capítulo 7, para un estudio del hecho que los creyentes del Antiguo Testamento fueron salvados solo por su fe y confianza en el Mesías que iba a venir.
El pacto que Dios hizo con Noé después del diluvio (Gn 9: 8-17) no era un pacto que prometiera todas las bendiciones de la vida eterna y la comunión con Dios, sino solo uno en el que Dios prometía a toda la humanidad y al reino animal que la tierra no volvería a ser destruida por un diluvio.
En este sentido el pacto con Noé, aunque ciertamente depende de la gracia de Dios o del favor inmerecido, parece ser bastante diferente en cuanto a las partes involucradas (Dios y toda la humanidad, no solo los redimidos), la condición mencionada (no se requiere ni fe ni obediencia de parte del hombre), y la bendición que se promete (que la tierra no sería destruida de nuevo por el diluvio es sin duda una promesa diferente de la de vida eterna). La señal del pacto (el arco iris) es también diferente en que no requiere una participación activa o voluntaria de parte del hombre.
Pero empezando con el pacto con Abraham (Gn 15: 1-21; 17: 1-27), los elementos esenciales del pacto de gracia están todos presentes. En realidad, Pablo puede decir que «la Escritura ... anunció de antemano el evangelio a Abraham» (Gá 3: 8).
Además, Lucas nos dice que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profetizó que la llegada de Juan el Bautista, para preparar el camino del Cristo era el comienzo de la actividad de Dios para cumplir las antiguas promesas a Abraham (para mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo pacto. Así lo juró a Abraham nuestro padre), Lc 1:72-73).
De modo que las promesas del pacto con Abraham permanecían en vigor aun cuando habían quedado cumplidas en Cristo (vea Ro 4: 1-25; Gá.3: 6-18, 29; He 2:16; 6:13-20).
¿Qué es entonces el «antiguo pacto» en contraste con el «nuevo pacto» en Cristo? No es el todo del Antiguo Testamento, porque el pacto con Abraham y David nunca son llamados «antiguos» en el Nuevo Testamento. Más bien, solo al pacto bajo Moisés, el pacto que se hizo en el Monte Sinaí (Éx 19-24) se le llama el «antiguo pacto» (2 Ca 3: 14; cf. He 8:6, 13), que iba a ser sustituido por el «lluevo pacto» en Cristo (Lc 22: 20; 1ª Co 11: 25; 2ª Co 3:6; He 8: 8,13; 9: 15; 12: 24).
El pacto mosaico era la aplicación6 de detalladas leyes escritas puestas en vigor por un tiempo para restringir los pecados de las personas y para ser una guía que nos llevara a Cristo. Pablo dice: «Entonces, ¿cuál era el propósito de la ley? Fue añadida por causa de las transgresiones hasta que viniera la descendencia a la cual se hizo la promesa» (Gá 3: 19), «así que la ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo» (Gá 3: 24).
No debiéramos suponer que no hubo gracia para las personas desde Moisés hasta Cristo, porque la promesa de salvación por la fe que Dios había hecho a Abraham permanecía en vigor: Ahora bien.
Las Promesas Se Le Hicieron A Abraham Ya Su Descendencia. La Ley, Que Vino Cuatrocientos Treinta Años Después, No Anula El Pacto Que Dios Había Ratificado Previamente; De Haber Sido Así, Quedaría Sin Efecto La Promesa. Si La Herencia Se Basa En La Ley, Ya No Se Basa En La Promesa; Pero Dios Se La Concedió Gratuitamente A Abraham Mediante Una Promesa (Gá 3: 16-18).
NOTA: Las promesas del pacto con Abraham fueron renovadas y Dios dio aun más seguridades cuando habló con David (vea esp. 2ª S. 7: 5-16; Jer 33: 19-22), y le hizo la promesa de que un rey del linaje de David reinaría sobre el pueblo de Dios para siempre. Para un estudio excelente de la continuidad de las promesas de Dios en los pactos de Dios con Abraham y David, y en el nuevo pacto, vea la obra de Thomas E. McComiskey, The Covenants of Promise: A Theology of the Old Testaments Covenants (Baker, Grand Rapids, 1985), esp. Pp. 59-93.
Para un estudio excelente de la diferencia entre el amplio pacto de la promesa y los varías «pactos administrativos» que Dios usó en diferentes momentos, vea McComiskey, Covenants of Promise, esp. pp. 139-77 Y 193-211.
Además, aunque el sistema de sacrificios del pacto mosaico no quitaba en realidad el pecado (He 10: 1-4), sí prefiguraba que Cristo, el perfecto sumo sacerdote que era también el sacrificio perfecto, cargaría con nuestros pecados (He 9: 11-28). Sin embargo, el pacto mosaico por sí mismo, con todas sus leyes detalladas, no podía salvar a las personas.
No es que las leyes fueran en sí malas, porque las había dado un Dios santo, pero carecían de poder para dar a las personas una vida nueva, y las personas no podían obedecerlas perfectamente: «¿Estará la ley en contra de las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Si se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley» (Gá 3: 21).
Pablo se da cuenta de que el Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros puede capacitamos para obedecer a Dios en una manera que la ley mosaica nunca podría, porque él dice que Dios «nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, no el de la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida» (2ª Co 3:6).
El nuevo pacto en Cristo es, entonces, mucho mejor porque cumple las promesas hechas en Jeremías 31:31-34, como aparece citado en Hebreos 8: Pero el servicio sacerdotal que Jesús ha recibido es superior al de ellos, así como el pacto del cual es mediador es superior al antiguo, puesto que se basa en mejores promesas. Efectivamente, si ese primer pacto hubiera sido perfecto, no habría lugar para un segundo pacto.
Pero Dios, reprochándoles sus defectos, dijo: «Llegará el tiempo -dice el Señor-, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá.
No Será Como El Pacto Que Hice Con Sus Antepasados El Día En Que Los Tomé De La Mano Para Sacarlos De Egipto, Porque Ellos No Permanecieron Fieles A Mi Pacto, Y Yo Los Abandoné, Dice El Señor.
Por Tanto, Este Es El Pacto Que Después De Aquellos Días Estableceré Con La Casa De Israel, Dice El Señor: Pondré Mis Leyes En Su Mente Y Las Escribiré En Su Corazón. Yo Seré Su Dios, Y Ellos Serán Mi Pueblo.
Ya Nadie Enseñará A Su Prójimo, Ni Nadie Enseñará A Su Hermano Ni Le Dirá: "¡Conoce Al Señor!"
Porque Todos, Desde El Más Pequeño Hasta El Más Grande, Me Conocerán. Yo Les Perdonaré Sus Iniquidades, Y Nunca Más Me Acordaré De Sus Pecados». Al Llamar «Nuevo» A Ese Pacto, Ha Declarado Obsoleto Al Anterior; Y Lo Que Se Vuelve Obsoleto Y Envejece Ya Está Por Desaparecer (He 8: 6-13).
En este nuevo pacto hay bendiciones muy superiores, porque Jesús el Mesías ha venido; ha vivido, ha muerto y ha resucitado entre nosotros, y ha expiado de una vez y para siempre todo nuestros pecados (He 9: 24-28); nos ha revelado a Dios de una manera más completa Gn 1:14; He 1:1-3); ha derramado el Espíritu Santo sobre su pueblo con el poder del nuevo pacto (Hch 1:8; 1ª Co 12: 13; 2ª Co 3: 4-18); ha escrito sus leyes en nuestros corazones (He 8: 10).
Este nuevo pacto es el «pacto eterno» (He 13:20) en Cristo, por medio del cual tendremos comunión eterna con Dios, y él será nuestro Dios, y nosotros seremos su pueblo.
PREGUNTAS DE APLICACIÓN PERSONAL
1. Antes de leer este capítulo, ¿había pensado usted en sus relaciones con Dios en términos de un «pacto»? ¿Le da un grado mayor de certidumbre o un sentido de seguridad en sus relaciones con Dios el saber que él gobierna las relaciones mediante una serie de promesas que nunca cambiarán?

2. Si usted fuera a pensar en las relaciones personales entre Dios y usted en términos de un pacto, en el que usted y Dios son las únicas partes involucradas, ¿cuáles serían entonces las condiciones de este pacto entre Dios y usted? ¿Está usted ahora cumpliendo esas condiciones? ¿Qué papel tiene Cristo en esas relaciones de pacto entre usted y Dios? ¿Cuáles son las bendiciones que Dios promete si usted cumple con esas condiciones? ¿Cuáles son las señales de la participación en este pacto? ¿Le lleva este entendimiento del pacto a aumentar su aprecio por el bautismo y la Cena del Señor?