INTRODUCCIÓN
El teísmo cristiano se opone a la separación deísta de Dios y el mundo tanto corno a la confusión panteísta de Dios con el mundo. Por tanto, la doctrina de la creación tiene que ser seguida inmediatamente por la de la providencia en la cual el concepto bíblico de la relación de Dios con el mundo se define con toda claridad. Aunque el término "providencia" no se encuentra en la Escritura, la doctrina de la providencia es sin embargo eminentemente bíblica. Este vocablo se deriva del latín providentia, que corresponde al griego pronoia.
Estas palabras significan principalmente presciencia o
prevista; pero gradualmente adquirieron otros significados. Presciencia se
asocia, por una parte, con planes para el futuro, y por otra, con la
realización actual de esos planes. Así que la palabra "providencia"
ha venido a significar la provisión que Dios hace para los fines de su
gobierno, y para la preservación de todas sus criaturas.
Este es el sentido en que, por lo general, se usa hoy en
teología; pero no es el único en el que los teólogos la han empleado. Turretin
define el término en su más amplio significado diciendo que denota:
(1) Presciencia:
(2) Preordenación, y:
(3) La eficaz administración de las cosas decretadas.
Sin embargo, en el uso general, actualmente, casi se
encuentra restringido a este último sentido.
LA PROVIDENCIA EN GENERAL
HISTORIA
DE LA DOCTRINA DE LA PROVIDENCIA
Con su doctrina de la providencia la Iglesia se opuso
contra la noción epicúrea de que el mundo está gobernado por la casualidad, v
contra el concepto estoico de que está gobernado por la suerte. Desde muy al
principio los teólogos tomaron la posición de que Dios preserva y gobierna al
mundo. Sin embargo, no siempre tuvieron un concepto absolutamente igual
respecto del control divino de todas las cosas.
Debido a la estrecha relación que hay entre los dos,
preservar y gobernar, la historia de la doctrina de la providencia sigue en lo
principal a la doctrina de la predestinación. Los Padres de la Iglesia
primitiva no tuvieron conceptos definidos sobre el asunto. Oponiéndose a la
doctrina estoica de la suerte y con el deseo de resguardar la santidad de Dios,
algunas veces los Padres exageraron la libre voluntad del hombre, y hasta ese
punto manifestaron una tendencia a negar el absoluto gobierno providencial de
Dios con respecto a las acciones pecaminosas.
Agustín señaló el camino en el desarrollo de esta
doctrina. En contra de la doctrina de la casualidad y de la suerte, insistió en
el hecho de que todas las cosas son preservadas y gobernadas por la soberana,
sabia y benéfica voluntad de Dios. No hizo reservas en relación con la
providencia de Dios, sino que mantuvo el control de Dios tanto sobre los buenos
como sobre los malos, es decir, sobre el mundo entero.
Defendiendo la realidad de las causas secundarias
salvaguardó la santidad de Dios y sostuvo la responsabilidad del hombre.
Durante la Edad Media hubo muy poca controversia sobre el tema de la divina
providencia. Ni un solo concilio se produjo sobre esta doctrina. El concepto
prevaleciente era el de Agustín, que sujetaba todas las cosas a la voluntad de
Dios. Sin embargo, esto no quiere decir que no hubiera conceptos diferentes. El
pelagianismo limitaba la providencia a la vida natural, y la excluía de la vida
normal.
Y los semipelagianos se movieron en la misma dirección
aunque no todos fueron igualmente lejos. Algunos de los escolásticos
consideraron la actividad conservadora de Dios como una continuación de su
actividad creativa, en tanto que otros hicieron una verdadera distinción entre
las dos. La doctrina de Tomás de Aquino acerca de la divina providencia sigue
en lo esencial a la de Agustín, y sostiene que la voluntad de Dios, según está
determinada por sus perfecciones, preserva y gobierna todas las cosas; mientras
que Duns Escoto y los nominalistas como Biel y Occam hicieron que todas las
cosas dependieran de la voluntad arbitraria de Dios. Esta fue la introducción
aparente del gobierno de la casualidad.
Los Reformadores siguieron completamente la doctrina
agustiniana de la divina providencia aunque difirieron un tan to en los
detalles. Aunque Lutero creía en una providencia general, no insistía tanto
como Calvino en que Dios preserva y gobierna al mundo en general. Lutero
considera la doctrina fundamentalmente en sus consecuencias soteriológicas. Los
socinianos y los arminianos aunque no hasta el mismo grado los dos, limitaron
la providencia de Dios insistiendo en el poder independiente del hombre para
iniciar sus acciones, y de esta manera controlar su vida.
Realmente se quitaba el control del mundo de las manos de
Dios, y se ponía en las manos del hombre. En los Siglos XVIII y XIX la doctrina
de la providencia fue aparentemente descartada por un deísmo que representaba a
Dios como retirándose del mundo después de su obra de creación, y por un panteísmo
que identificaba a Dios con el mundo, borrando la distinción entre creación y
providencia, y negando la realidad de las segundas causas.
Y aunque el deísmo pudiera considerarse actualmente como
cosa del pasado, su concepto sobre el control del mundo, continúa en la
posición de la ciencia natural, de que el mundo está controlado, por un sistema
de leyes irrompibles como el acero. Y los modernos teólogos anchos, con su
concepto panteísta de la inmanencia de Dios tienden también a desterrar la
doctrina de la divina providencia.
LA IDEA DE LA PROVIDENCIA
La providencia puede definirse como aquel continuado
ejercicio de la fuerza divina por medio de la cual el Creador preserva a todas
sus criaturas, opera en todo lo que tiene que suceder en el mundo y dirige
todas las cosas hacia su determinado fin. Esta definición indica que hay tres
elementos en la providencia, es decir, preservación (conservatio, sustentatio),
concurrencia o cooperación (concursus, cooperatio), y gobierno (gubernatio).
Calvino, el Catecismo de Heidelberg y algunos de los más recientes dogmáticos
(Dabney, los Hodges, Dick, Shedd, McPherson) hablan solamente de dos elementos,
es decir preservación y gobierno.
Esto no quiere decir, sin embargo, que quieran excluir el
elemento de concurrencia; sino únicamente que lo consideran incluido en los
otros dos, indicando así la manera en la que Dios preserva y gobierna el mundo.
McPherson parece pensar que solamente algunos de los grandes teólogos luteranos
adoptaron la triple división; pero en esto se equivoca, porque esa triple
división es muy común en las obras de los dogmáticos holandeses desde el Siglo
XVII en adelante (Mastricht, á Marck, De Moor, Brakel, Francken, Kuyper,
Bavink, Vos, Honig).
Partieron de la división más antigua porque querían dar al
elemento de concurrencia un lugar más prominente a fin de escudarse en contra
de los peligros del deísmo y del panteísmo. Pero en tanto que distinguimos tres
elementos en la providencia, siempre deberíamos recordar que esos tres
elementos nunca están separados en la obra de Dios.
En tanto que la preservación se relaciona con el ser, la
concurrencia con la actividad, y el gobierno con la dirección de todas las
cosas, esto nunca debe entenderse en un sentido exclusivo. En la preservación
hay también un elemento de gobierno, en el gobierno hay un elemento de
concurso, y en el concurso hay un elemento de preservación. El panteísmo no
distingue entre creación y providencia pero el teísmo insiste en una doble
distinción:
(A) La creación es el llamamiento a la existencia de algo que
antes no existía, en tanto que la providencia continúa o hace continuar lo que
ha sido llamado a existencia.
(B) En la primera no puede haber cooperación de la criatura
con el Creador, pero en la última sí hay concurrencia de la primera causa con
las causas secundarias. En la Escritura siempre se hace distinción entre las
dos.
ERRORES REFERENTES A LA NATURALEZA DE LA PROVIDENCIA.
1. Limitarla a la presciencia, o a la presciencia más la
preordenación.
Esta limitación se encuentra en algunos de los primitivos
Padres de la Iglesia. El hecho es, sin embargo, que cuando hablamos de la
providencia de Dios, generalmente no tenemos en mente ni su presciencia ni su
preordenación sino simplemente su continuada actividad en el mundo para la
realización de su plan. Vemos claramente que esto no puede separarse de su
eterno decreto, pero también sentimos que las dos pueden y deben distinguirse.
La distinción que frecuentemente se hace entre las dos se denota como providencia
inmanente y providencia transitoria.
2. La concepción deísta de la divina providencia. De acuerdo
con el deísmo el cuidado de Dios para el mundo no es universal, ni especial, ni
perpetuo, sino únicamente de naturaleza general. Cuando Dios creó a todas sus
criaturas les impartió ciertas propiedades ina lienables, las colocó bajo leyes
invariables y las dejó que se ocuparan en labrar su destino por medio de sus
poderes propios inherentes.
Entre tanto, El únicamente ejercita una inspección
general, no de los agentes específicos que aparecen en la escena, sino de las
leyes generales que El ha establecido. El mundo es simplemente una máquina que
Dios ha puesto en movimiento, y en ningún sentido un barco que El pilotea día
tras día. Esta concepción deísta de la providencia es característica del
pelagianismo, fue aceptada por diversos teólogos católico romanos, fue
patrocinada por el socinianismo, y fue uno nada más de los errores
fundamentales del arminianismo.
Se revistió con un
aire filosófico por los deístas del Siglo XVIII, y apareció en una nueva forma
en el Siglo XIX bajo la influencia de la teoría de la evolución y de la ciencia
natural, con su fuerte énfasis en la uniformidad de la naturaleza controlada
por un sistema inflexible de leyes irrompibles como el acero.
3. El concepto panteísta de la divina providencia. El
panteísmo no reconoce la distinción entre Dios y el mundo. Desde el punto de
vista idealista absorbe el mundo en Dios, y desde el materialista absorbe a
Dios en el mundo. En cada caso no deja lugar para la creación y también elimina
la providencia en el sentido propio de la palabra.
Es cierto que los panteístas hablan de la providencia,
pero la llamada providencia de ellos es simplemente idéntica al curso de la
naturaleza y esto no es otra cosa sino la revelación propia de Dios, una
revelación de Dios que no deja lugar para las operaciones independientes de las
segundas causas en ningún sentido de la palabra.
Desde este punto de vista lo sobrenatural resulta
imposible, o, más bien, lo natural y lo sobrenatural resultan idénticos, la
consciencia en el hombre de tener una determinación propia, personal y libre
resulta una ilusión, la responsabilidad moral es una ficción de la imaginación,
y la adoración religiosa es una superstición. La teología siempre ha sido muy
cuidadosa en eludir los peligros del panteísmo; pero durante el último siglo
este error triunfó adueñándose de una gran parte de la moderna teología ancha
bajo el disfraz de la doctrina de la inmanencia de Dios.
LOS DESIGNIOS DE LA PROVIDENCIA
1. Las enseñanzas de la Escritura sobre este p unto. La
Biblia claramente enseña el control providencial de Dios.
A. Sobre todo el universo, Sal. 103: 19; Dan. 5: 35; Ef. 1:
11
B. Sobre el mundo físico, Job 37: 5, 10; Sal. 104: 14; 135:
6; Mat. 5: 45
C. Sobre la creación inanimada, Sal. 104: 21, 28; Mat. 6:
26; 10: 29
D. Sobre los negocios de las naciones, Job 12: 23; Sal. 22:
28; 66: 7; Hech. 17: 26
E. Sobre el nacimiento del hombre y su parte en la vida, I
Sam 16: 1; Sal. 139: 16; Isa. 45: 5; Gal 1:15
F. Sobre los sucesos y fracasos externos en las vidas de
los hombres, Sal. 75: 6, 7; Luc. 1: 52
G. Sobre las cosas que parecen accidentales o
insignificantes Prov. 16: 33; Mat. 10: 30
H. En la protección de los justos, Sal. 4: 8; 5: 12; 63: 8 ;
121: 3 ; Rom. 8: 28
I. Satisface las necesidades del pueblo de Dios, Gen 22: 8,
14; Deut. 8: 3; Fil. 4: 19
J. Contesta la oración, I Sam 1: 19; Isa. 20: 5, 6; II Crón.
33: 13; Sal. 65: 2; Mat. 7: 7; Luc. 18: 7, 8 ; y
K. Denuncia y castiga a los malvados, Sal. 7: 12, 13; 11: 6.
2. La providencia general y la especial.
Los teólogos generalmente distinguen entre providencia
general y especial, denotando, por la primera, el control de Dios sobre el
universo como un todo, y por la segunda, su cuidado en relación con cada parte
de la toda. No son dos clases de providencia, sino la misma providencia que se
ejercita en dos relaciones diferentes. El término "providencia
especial", puede tener, sin embargo, un significado más específico, y en
algunos casos se refiere al cuidado especial de Dios para sus criaturas
racionales.
Alguno s hasta hablan de una providencia muy especial
(Providentia specialissima) con referencia a aquellos que se encuentran en la
relación especial de hijos de Dios. Las providencias especiales son
combinaciones particulares en el orden de los eventos, como en la respuesta a
la oración, en la liberación de la tribulación, y todos aquellos ejemplos en
que en medio de circunstancias críticas llegan la gracia y el socorro.
3. Negación de la providencia especial. Hay quienes están
dispuestos a admitir una providencia general, una administración del mundo bajo
un sistema fijo de leyes generales; pero que niegan que haya también una
providencia especial de Dios en la que El se preocupa de los detalles de la
historia, de los sucesos de la vida humana, y particularmente de las
experiencias de los justos.
Algunos sostienen que Dios es demasiado grande para
preocuparse con las pequeñeces de la vida, en tanto que otros sostienen que simplemente
no puede hacerlo, puesto que las leyes de la naturaleza le atan las manos, y
por eso sonríen maliciosamente cuando escuchan que Dios responde a las
oraciones del hombre. No se necesita negar que la relación de la providencia
especial con las leyes uniformes de la naturaleza constituye un problema. Al
mismo tiempo debe decirse que constituye un concepto anti bíblico de Dios,
concepto muy pobre y superficial, decir que El no se ocupa ni puede ocuparse de
los detalles de la vida, que no puede responder a la oración que no puede
ayudar en los apuros, o intervenir milagrosamente en favor del hombre.
Un gobernante que atendiera simplemente a ciertos
principios generales y no diera atención a los particulares, o un hombre de
negocios que fracasara por no atender los detalles de su negocio se vería muy
comprometido. La Biblia enseña que hasta los más pequeños detalles de la vida
tienen lugar en el orden divino. En relación con la pregunta de si podemos
armonizar la operación de, las leyes generales de la naturaleza con las
especiales de la providencia, únicamente podemos señalar los puntos siguientes:
A. Las leyes de la naturaleza no deben representarse como
potencias naturales que controlan absolutamente todos los fenómenos y las
operaciones. Realmente no son más que las del hombre; una descripción, a menudo
deficiente, de la uniformidad en la variedad descubierta en el sendero en que
actúan los poderes de la naturaleza.
B. El concepto materialista de las leyes de la naturaleza,
como un sistema de apretado tejido, que actúa independientemente de Dios y que
hace que El realmente no pueda interferir en el curso del mundo, es concepto
absolutamente erróneo. El universo tiene una base personal, y la uniformidad de
la naturaleza es simplemente el método ordenado por un agente personal.
C. Las llamadas leyes de la naturaleza producen los mismos
efectos siempre que las condiciones sean las mismas. Los efectos no son
generalmente el resultado de un simple poder, sino la combinación de las
potencias naturales. Hasta el hombre puede variar los efectos mediante la
combinación de una fuerza natural con otra o con varias fuerzas, y sin embargo
cada una de estas fuerzas actúa en estricto acuerdo con sus propias leyes. Y si
esto es posible para el hombre, es infinitamente más posible para Dios.
Mediante toda clase de combinaciones El puede producir los más variados
resultados.
LA PRESERVACIÓN
BASES
PARA LA DOCTRINA DE LA PRESERVACIÓN.
Para la doctrina de la preservación tenemos pruebas tanto
directas como inferenciales.
1. Pruebas Directas. La preservación divina de todas las
cosas se enseña clara y explícitamente en diversos pasajes de la Escritura. Los
siguientes son apenas algunos de los muchos pasajes que podrían mencionarse:
Deut. 33: 12, 25-28; I Sam 2: 9; Neh. 9: 6; Sal. 107: 9; 127: 1; 145: 14, 15;
Mat. 10: 20; Hech. 17: 28; Col. 1: 17; Heb. 1: 3.
Son muy numerosos los pasajes que hablan del Señor como el
que preserva a su pueblo, por ejemplo, Gen 28: 15; 49: 24; Ex 14: 29, 30; Deut.
1: 30, 31; II Crón. 20: 15, 17; Job 1: 10; 36: 7; Sal. 31: 20; 32: 6; 34: 15,
17, 19; 37: 15, 17, 19, 20; 91: 3, 4, 7, 9, 10, 14; 121:3, 4, 7, 8; 125:1, 2;
Isa. 40: 11; 43:2; 63:9; Jer. 30:7, 8, 11; Ezeq. 34: 11, 12, 15, 16; Dan. 12:
1; Zac. 2: 5; Luc. 21: 18; I Cor. 10: 13; I Pedro 3: 12; Apoc. 3: 10.
2. Prueba inferencial. La idea de la preservación divina se
deduce de la doctrina de la soberanía de Dios. La soberanía únicamente puede
concebirse como absoluta; pero no sería absoluta si existiera u ocurriera
alguna cosa fuera de la voluntad divina. La soberanía de Dios únicamente puede
sostenerse sobre la condición de que todo el universo y todo lo que hay en él,
incluyendo al ser y la acción, dependen absolutamente de Dios.
Se deduce también la soberanía de Dios del carácter
dependiente de la criatura. Es característico de todo lo que es criatura, no
poder continuar su existencia por medio de su propio poder inherente. La
criatura tiene la base de su ser y de su continuación en la voluntad de su
Creador. Solamente el que creó el mundo mediante la palabra de su potencia
puede sostenerlo por medio de su omnipotencia.
LA CONCEPCIÓN ADECUADA DE
LA PRESERVACIÓN DIVINA
La doctrina de la preservación proviene de la hipótesis de
que todas las sustancias creadas, sean espirituales o materiales, poseen
existencia real y permanente, distinta de la existencia de Dios, y tienen
únicamente las propiedades activas y pasivas que han derivado de Dios; y de que
sus potencias activas tienen una verdadera, y no sólo aparente eficiencia como
segundas causas, de tal manera que son capaces de producir los efectos propios
de ellas.
Así es como esta doctrina no s sirve de guardia en contra
del panteísmo con su idea de una continua creación, que disimulada, si no
siempre declaradamente, niega la existencia distinta del mundo, y hace a Dios
un mero agente en el universo. Pero la doctrina de la preservación divina n o
considera a las sustancias creadas como existentes por sí mismas, puesto que la
existencia propia es exclusiva propiedad de Dios, y todas las criaturas tienen
la base de su existencia continua en Dios, y no en ellas mismas. De esto se
sigue que continúan existiendo no en virtud de un mero acto negativo de Dios,
sino en virtud del ejercicio positivo y continuado del poder divino.
El poder de Dios aplicado a sostener todas las cosas es
tan positivo como el que ejerció en la creación. La naturaleza precisa de su
obra en sostener todas las cosas tanto en su ser como en su acción, es un
misterio, aunque debe decirse que, en sus operaciones providenciales, El se
acomoda a la naturaleza de sus criaturas. Con Shedd decimos: "En el mundo
material Dios actúa inmediatamente en y por medio de leyes y propiedades
materiales. En el de la mente, Dios actúa inmediatamente y por medio de las
propiedades mentales.
La preservación nunca corre en sentido contrario de la
creación. Dios no viola en su providencia lo que ha establecido en la
creación" La preservación puede definirse como aquella obra continua de
Dios por medio de la cual El mantiene las cosas que creo, juntamente con la
propiedades y poderes con que El las doto.
CONCEPCIONES ERRÓNEAS DE LA
PRESERVACIÓN DIVINA
La naturaleza de esta obra de Dios no siempre se entiende
adecuadamente. Hay dos puntos de vista de ella que debemos evitar:
1. EL que es puramente negativo. Según 'el deísmo la
preservación divina consiste en que Dios no destruye la obra de sus manos. Por
virtud de la creación Dios dotó a la materia con ciertas propiedades, la colocó
bajo leyes invariables, y luego la dejó deslizarse por sí misma,
independientemente de todo sostén o dirección externa. Esta es una presentación
sin base bíblica, irrazonable e irreligiosa.
Es irrazonable, puesto que implica que Dios le comunicó
subsistencia propia a la criatura, siendo que la propia subsistencia y la
propia sustentación son propiedades incomunicables que caracterizan únicamente
al Creador. La criatura jamás puede sostenerse por sí, y debe ser sostenida
diariamente por el omnipotente poder del Creador.
De aquí que no se requiera un acto positivo de la
omnipotencia de parte de Dios para aniquilar las existencias creadas. El simple
hecho de dejar de sostenerlas conduciría naturalmente a su destrucción. El
concepto de la subsistencia propia de la materia es irreligiosa, puesto que
desaloja a Dios a tan gran distancia de su creación que la comunión con El
resulta prácticamente imposible.
La historia testifica claramente al hecho de que tal
concepto, uniformemente conduce a la muerte de la religión. Tampoco tiene base
bíblica puesto que coloca a Dios completamente fuera de su creación, en tanto
que la Biblia nos enseña en muchos pasajes que El no es únicamente trascendente
sino también inmanente en las obras de sus manos.
2. Que es una creación continua. El panteísmo habla de la
preservación como de una continua creación, de modo que las criaturas o causas
secundarias tienen que concebirse desprovistas de real o continua existencia;
pero recibiéndola por emanación en cada momento sucesivo de aquel misterioso Absoluto
que se encuentra en la base secreta de todas las cosas.
Algunos que no fueron panteístas tuvieron un concepto
parecido de la preservación. Descartes puso la bas e para concebirla así, y
Malebranche condujo este concepto al extremo más lejano consistente con el
teísmo. Hasta Jonathan Edwards lo enseña incidentalmente en su obra sobre el
Pecado Original, y fue así como estuvo peligrosamente a punto de enseriar el
panteísmo. Un concepto tal de la preservación no deja lugar para las causas
secundarias y por eso, necesariamente, conduce al panteísmo.
Es contrario a nuestras intuiciones originales y
necesarias que nos aseguran de que somos de verdad causas propias y
determinativas de acción, y en consecuencia, agentes morales. Además, hiere a
las meras raíces de la libre agencia, de la responsabilidad moral, y del
gobierno moral y, por tanto, de la religión misma. Algunos teólogos reformados
también usan el término "creación continua; pero desde luego no tratan de
enseñar la doctrina que estamos considerando. Simplemente desean insistir en el
hecho de que el mundo está sostenido por el mismo poder que lo creó.
Atendiendo al hecho de que la expresión se presta a mal
entendimiento es mejor evitarla.
CONCURRENCIA
LA IDEA
DE LA CONCURRENCIA DIVINA Y LA PRUEBA DE ELLA.
1. Definición y explicación. La concurrencia puede definirse
como la cooperación del poder divino con los poderes subordinados, de acuerdo
con las leyes pre-establecidas para su operación haciéndolas actuar, y que
actúen precisamente como lo hacen.
Algunos se inclinan a limitar su operación, dentro de lo
que respecta al hombre, a las acciones humanas que son moralmente buenas y, por
tanto, recomendables; otros, con más lógica, las extienden a las acciones de
toda clase. Debe notarse desde el principio que esta doctrina implica dos
cosas:
A. Que los poderes de la naturaleza no actúan por sí mismos,
es decir, simplemente por su propio poder inherente, sino que Dios obra
inmediatamente en cada acto de la criatura. Esto debe entenderse en oposición a
la enseñanza deísta.
B. Que las segundas causas son reales, y que no deben
considerarse simplemente como el poder operativo de Dios.
Solamente sobre la condición de que las causas secundarias
son reales, podemos hablar adecuadamente de la concurrencia o cooperación de la
Primera Causa con las causas secundarias. Una vez y siempre debe insistirse en
esto, en contra de la idea panteísta de que Dios es el único agente que obra en
el mundo.
2. La prueba bíblica de la concurrencia divina. La Biblia
enseña claramente que la providencia de Dios tiene que ver no solamente con el
ser sino también con las acciones u operaciones de la criatura.
La verdad general de que los hombres no obran
independientemente, sino controlados por la voluntad de Dios aparece en diversos
pasajes de la Escritura. José dice en Gén. 45: 5 que Dios, más bien que sus
hermanos, le había enviado a Egipto. En Ex 4: 11, 12 el Señor dice que él
estará en la boca de Moisés y que le enseñará lo que tiene que decir; y en Jos.
11: 6 le da a Josué la seguridad de que le entregará sus enemigos a Israel.
Prov. 21: 1 nos enseña que " el corazón del rey 6: 22, que Jehová "ha
tornado el corazón del rey de Asiria" a Israel.
En Deut. 8: 18; se le recuerda a Israel el hecho de que es
Jehová el que le dio poder para adquirir riquezas. Más particularmente, se
desprende también, evidentemente, de la Escritura que hay cierta clase de
cooperación divina en lo que es malo. Según el pasaje de II Sam. 16: 11 Jehová
ordenó a Simei que maldijera a David. Dios también llamó a Asiria "La vara
de mi ira y el báculo de mi indignación", Isa. 10: 5. Además, El puso un
espíritu mentiroso en las bocas de los profetas de Acab, II Reyes 27: 20 -23.
ERRORES QUE DEBEN EVITARSE
Hay varios errores relacionados con esta doctrina contra los
cuales nos debemos poner en guardia.
1. Que consiste únicamente en una comunicación general de
poder, sin determinar la acción específica en ninguna forma. Los jesuitas, los
socinianos y los arminianos sostienen que la concurrencia divina es sólo una cooperación
general e indiferente, de tal manera que son las causas secundarias las que
dirigen la acción a su fin particular.
Esa concurrencia divina es común también a todas las
causas, entendiéndolas en acción; pero en una forma que es enteramente indeterminada.
Aunque estimula a la causa secundaria la deja determinar su propio fin
particular y su modo de acción. Pero si esta fuera la situación, estaría en el
poder del hombre frustrar el plan de Dios, y la primera causa se convertiría en
sirviente de la segunda. El hombre estaría en el timón, y no habría providencia
divina.
2. Que es de tal naturaleza que el hombre hace una parte del
trabajo y Dios hace la otra parte. La cooperación entre Dios y el hombre se
representa algunas veces como si fuera algo semejante a los esfuerzos unidos de
un tiro de bestias que jalan juntas, haciendo cada una su parte. Este es un
concepto erróneo de la distribución del trabajo.
De hecho cada acción es totalmente un hecho de Dios y de
la criatura. Es un hecho de Dios hasta donde nada es independiente de su divina
voluntad, y hasta donde todo está determinado de momento a momento p or la
voluntad de Dios. Y es una acción del hombre, hasta donde Dios lo realiza por
medio de la actividad misma de la criatura. Hay en esto penetración; pero no
limitación mutua.
3. Que la obra de Dios y la de la criatura en concurrencia
están coordinadas. Esto ya está excluido con lo que acabamos de decir arriba.
La obra de Dios siempre tiene la prioridad, porque el hombre es dependiente de
Dios en todo lo que hace. La afirmación de la Biblia, " sin mí nada podéis
hacer", se aplica en todos los campos del esfuerzo. La exacta relación
entre los dos se indica claramente en las siguientes características de la
divina concurrencia.
CARACTERÍSTICAS DE LA
CONCURRENCIA DIVINA
1. Es previa y predeterminan te, no en sentido temporal sino
lógico. No hay principio absoluto de propia actividad de la criatura, a la que
Dios adicione simplemente su actividad. En todo caso el impulso a la acción y
al movimiento proceden de Dios. Tiene que haber una influencia de energía
divina antes de que la criatura actúe.
Debe notarse particularmente que esta influencia no
termina en la actividad de la criatura, sino en la criatura misma. Dios hace
que todo trabaje en la naturaleza y que se mueva en la dirección de un
predeterminado fin. De esta manera Dios también capacita e impulsa a sus
criaturas racionales, como causas secundarias, a que actúe, y eso no meramente
dotándolas de energía en un sentido general, sino vigorizándolas para
determinados actos específicos.
El hace todas las cosas en todos, I Cor. 12: 6, y obra
todas las cosas, también en este sentido, según el consejo de su voluntad, Ef.
1: 11. Le dio a Israel poder para conseguir riquezas, Deut. 8: 18, y obra en los
creyentes tanto el querer como el hacer, según su beneplácito, Fil. 2: 13. Los
pelagianos y los semipelagianos de todas las clases están generalmente
dispuestos a admitir que la criatura no puede actuar sin el influjo del poder
divino, pero sostienen que ese influjo no es tan específico que determine el
carácter de la acción en ningún sentido.
2. Es también una concurrencia simultánea. Después de que
empieza la actividad de la criatura, la voluntad eficaz de Dios debe
acompañarla en cada momento, si es que tiene que continuar. No hay un solo
momento en que la criatura obre independientemente de la voluntad y del poder
de Dios. En él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser, Hech. 17: 28. Esta
actividad divina acompaña la acción del hombre en todo punto; pero sin despojar
al hombre en ninguna forma de su libertad.
La acción permanece como un acto libre del hombre, un acto
por el que él se debe considerar responsable. Esta concurrencia simultánea no
resulta una identificación de la causa prima con la causa secunda. En un
sentido muy real la operación es el producto de ambas causas. El hombre es y
sigue siendo el sujeto rea l de la acción. Bavinck ilustra esto señalando el
hecho de que la madera arde, que Dios es el único que la hace arder; pero que,
rigurosamente, el arder no puede atribuirse a Dios sino a la madera como
sujeto.
Es evidente que esta acción simultánea no puede separarse
de la concurrencia previa y pre determinante, sino que debe distinguirse de
ella. Estrictamente hablando, la acción simultánea, a distinción de la previa
concurrencia, termina no en la criatura, sino en su actividad. Puesto que no
termina en la criatura puede interpretarse en sentido abstracto como que no
tiene significado ético.
Esto explica que los jesuitas enseñaran que la divina
concurrencia era simultánea únicamente, y no previa y pre determinante, y que
algunos teólogos reformados limitara n la previa concurrencia a las buenas
acciones de los hombres, y para las demás se satisficieran enseñando una
concurrencia simultánea.
3. Es finalmente una concurrencia inmediata. Para gobernar
al mundo Dios emplea toda clase de medios para la realización de sus
propósitos; pero no trabaja así en la divina concurrencia. Cuando El destruye
las ciudades de la llanura con fuego, tenemos un acto del gobierno divino en el
que Dios emplea medios. Pero al mismo tiempo está allí su concurrencia
inmediata por medio de la cual hace que el fuego caiga, que arda y que
destruya. De esta manera Dios también trabaja en el hombre dotándolo de poder en
la determinación de sus actividades constantemente.
LA CONCURRENCIA DIVINA Y EL
PECADO
Los pelagianos, los semipelagianos y los arminianos
levantan una seria objeción a esta doctrina de la providencia. Sostienen que
una previa concurrencia, que no es meramente general sino que predetermina al
hombre para acciones específicas, hace que Dios sea el autor responsable del
pecado.
Los teólogos reformados se dan cuenta de la dificultad que
se presenta aquí; pero no se sienten libres para escabullirla negando el
gobierno absoluto de Dios sobre las acciones libres de sus criaturas morales,
puesto que este control se enseña claramente e n la Escritura, Gén. 45: 5; 50:
19, 20; Ex 10: 1 y 20; II Sam. 16: 10, 11; Isa. 10: 5 -7; Hech. 2: 23; 4: 27,
28. Pero se sienten constreñidos a enseriar:
1. Que los actos pecaminosos están bajo el control divino y
que ocurren según la predeterminación y el propósito de Dios; pero únicamente
por permiso divino, de manera que Dios no es la causa eficiente del pecado de
los hombres, Gén. 45: 5; 50: 20; Ex 14 : 17; Isa. 66:4; Rom. 9: 22; II Tes. 2:
11
2. Que Dios frecuentemente restringe las obras pecaminosas
del pecador, Gén. 3: 6; Job 1: 12; 2: 6; Sal. 76: 10; Isa. 10: 15; Hech. 7: 51
3. Que Dios para favorecer su propio propósito domina el mal
por medio del bien, Gén. 50: 20; Sal. 76: 10; Hech. 3: 13.
Sin embargo, esto no quiere decir que todos concuerden en
la respuesta a la pregunta de si hay una vigorización directa, inmediata y
física del poder activo de la criatura disponiéndola y predeterminándola
eficazmente para el acto específico, y también capacitándola para ejecutar ese
acto. Dabney, por ejemplo, en tanto que admite una concurrencia física,
semejante, en la baja creación, la niega con respecto a los seres libres.
El mismo Dabney conviene en que el control de Dios sobre
todos los actos de sus criaturas es seguro, soberano y eficaz, y que, por
tanto, él y los que opinan con él deben hacer frente al asunto de la
responsabilidad que le resulta a Dios por el pecado. Dabney da su conclusión en
las palabras siguientes:
Este es, pues, mi cuadro de la evolución providencial del
propósito de Dios respecto a los actos pecaminosos: arreglar y agrupar los
eventos y los objetos alrededor de agentes libres, en forma tal que
considerando la multiforme sabiduría y poder de Dios cada alma quede colocada a
cada paso en la presencia de aquellas circunstancias que El conoce que serán un
suficiente y seductor objetivo para ejecutar esos eventos con la natural y
libre actividad de cada alma, precisamente como la cosa que Dios demanda en su
plan.
De esta manera el acto resulta únicamente del hombre,
aunque su acontecer esté asegurado eficazmente por Dios. Y el pecado resulta
ser únicamente del hombre. El cuidado de Dios en esto es santo; primero, porque
toda su agencia personal está arreglada para asegurar que el acontecer sea
santo; y segundo, porque sus fines o propósitos son santos.
Dios no quiere el pecado del hecho, porque el hecho sea
pecaminoso; únicamente quiere el resultado con relación al cual el acto sirve
como medio, y ese resultado es siempre digno de su santidad". 88 La gran
mayoría de los teólogos reformados, sin embargo, sostienen la concurrencia de
que se trata y buscan la solución de la dificultad:
(1) Mediante una distinción entre la materia y la forma del
acto pecaminoso y:
(2) Atribuyendo tal acto exclusivamente al hombre.
El concurso divino da aliento al hombre y lo determina
eficazmente para el acto específico pero es el hombre el que da al acto su
cualidad formal, y quien por tanto es responsable del carácter pecaminoso del
acto. Ninguna de estas soluciones se puede considerar enteramente
satisfactoria, por lo tanto el problema de la relación de Dios con el pecado
sigue siendo un misterio.
EL GOBIERNO
NATURALEZA
DEL GOBIERNO DIVINO
El gobierno divino puede definirse como aquella actividad
continua de Dios por medio de la cual gobierna todas las cosas teológicamente
de manera que asegura el cumplimiento del propósito divino. Este gobierno no es
simplemente una parte de la divina providencia, sino su todo, precisamente como
lo son la preservación y la concurrencia, únicamente que ahora lo consideramos
desde el punto de vista del fin hacia el cual Dios está guiando todas las cosas
en la creación, es decir, la gloria de su nombre.
1. Es el gobierno de Dios como Rey del universo. Actualmente
muchos consideran que la idea de Dios como Rey es una noción anticuada del
Antiguo Testamento, y quisieran sustituirla por la idea de Dios como Padre,
según se encuentra en el Nuevo Testamento. La idea de la soberanía divina debe
ceder su lugar al amor divino. Se cree que esto está en armonía con la noción
progresiva de Dios en la Escritura.
Pero es un error pensar que la revelación divina, cuando
se levanta a sus niveles más altos intenta despojarnos gradualmente de la idea
de Dios como Rey, sustituyéndola por la idea de Dios como Padre. Esto ya fue
contradicho por la prominencia de la idea del Reino de Dios que se encuentra en
las enseñanzas de Jesús.
Y si se dijera que dicha enseñanza envuelve solamente la
idea de un Reino de Dios especial y limitado, se replicaría que la idea de la
paternidad de Dios en los Evangelios está sujeta a las mismas restricciones y
limitaciones. Jesús no enseña una paternidad Además, el Nuevo Testamento
también enseña el reinado universal de Dios en pasajes como Mat. 11: 25; Hech.
17: 24; I Tim. 1: 17; 6: 15; Apoc. 1: 6; 19: 6. El es a la vez Rey y Padre, y
es la fuente de toda autoridad en el cielo y en la tierra, el Rey de Reyes y el
Señor de señores.
2. Es un gobierno adaptado a la naturaleza de las criaturas
que El gobierna. En el mundo material Dios ha establecido las leyes de la
naturaleza, y por medio de ellas gobierna al universo físico. En el mundo
mental ejerce su gobierno en forma mediata conforme a las propiedades y leyes
de la mente e inmediatamente por medio de la operación directa del Espíritu
Santo.
En el gobierno y control de los agentes morales hace uso
de toda clase de influencias morales, tales como circunstancias, motivos,
instrucción y ejemplo; pero también obra directamente por medio de la operación
personal del Espíritu Santo sobre el intelecto, la voluntad y el corazón.
LA EXTENSIÓN DE ESTE
GOBIERNO
La Biblia declara explícitamente que este gobierno es
universal, Sal. 22: 28, 29; 103: 17-19; Dan. 4: 34, 35; I Tim. 6: 15. Es
realmente la ejecución de su propósito eterno, que abarca todas sus obras desde
el principio, todo lo que fue, es y será. Pero en tanto que es general, también
desciende a lo particular. Las cosas más insignificantes, Mat. 10: 29 -31,
aquello que parece accidental, Prov. 16: 33, las buenas acciones de los
hombres, Fil. 2: 13, y también sus malas acciones, Hech. 14: 16, todo está bajo
el control divino, Dios es el Rey de Israel, Isa. 33: 22; pero también reina
entre las naciones, Sal. 47: 9. Nada puede evadirse de su gobierno.
LAS PROVIDENCIAS EXTRAORDINARIAS O MILAGROS
LA
NATURALEZA DE LOS MILAGROS
Se acostumbra hacer distinción entre providencia
ordinaria, y providencia extraordinaria. En la primera Dios actúa mediante las
segundas causas en estricto acuerdo con las leyes de la naturaleza, aunque haga
variar los resultados mediante combinaciones diferentes.
Pero en la segunda Dios obra inmediatamente o sin la
mediación de las causas secundarias en sus operaciones ordinarias. Dice
McPherson: "Milagro es algo que se hace sin el recurso de los medios
ordinarios de producción, un resultado conseguido directamente por la primera
causa sin la mediación, al menos en la forma acostumbrada, de las segundas
causas".
La cosa distintiva en el acto milagroso consiste en que es
el resultado del ejercicio del poder sobrenatural de Dios. Y este significa,
por consiguiente, que no se produce mediante causas secundarias que operan de
acuerdo con las leyes de la naturaleza. Si esto último fuera, no sería
sobrenatural (por arriba de lo natural es decir, no sería un milagro.
Si Dios, en la ejecución de un milagro utilizó a veces las
fuerzas presentes en la naturaleza, las usó en una forma distinta de la
ordinaria para producir resultados inesperados, y esto es exactamente lo que
constituye el milagro. Cada milagro está por arriba del orden establecido en la
naturaleza, pero podemos distinguir diferentes clases, aunque no diferentes
grados, de milagros. Hay milagros tan del todo por arriba de la naturaleza que
no guarda conexión alguna con algún medio.
Pero también hay milagros que son contra media, en los que
se emplean medios; pero en tal forma que los resultados son completamente
diferentes de lo que usualmente resulta de esos mismos medios.
LA POSIBILIDAD DE LOS
MILAGROS
Los milagros son objetables especialmente sobre la base de
que implican una violación de las leyes naturales. Algunos procuran escapar de
la dificultad conviniendo con Agustín en que los milagros son meras excepciones
a la naturaleza tal como la conocemos, dando a entender con ello, que si
tuviéramos un conocimiento más completo de la naturaleza podríamos explicarlos
en una forma perfectamente natural.
Pero esta posición es insostenible puesto que reconoce dos
órdenes de la naturaleza, que son contrarios uno al otro. Conforme a uno de
ellos el aceite de la botija disminuiría, pero de acuerdo con el otro se
multiplicaría; conforme al primero los panes se acabarían poco a poco; pero
conforme al segundo se multiplicarían.
Además tendría que suponerse que un sistema es superior al
otro, porque de no serlo se produciría solamente una colisión y nada
resultaría; pero siendo superior uno de ellos parecería que el orden inferior
tendría que ser vencido gradualmente y desaparecer. Además, esto le roba al
milagro su carácter excepcional puesto que los milagros permanecen como hechos
excepcionales en las páginas de la Escritura.
Hay indudablemente cierta uniformidad en la naturaleza;
hay leyes que controlan la operación de las causas secundarias en el mundo
físico. Pero recordemos que éstas representan meramente el método usual de Dios
para trabajar en la naturaleza. Es su beneplácito trabajar en forma ordenada y
mediante las causas secundarias. Pero eso no quiere decir que Dios no pueda
apartarse del orden establecido y que mediante un simple acto de su voluntad no
pueda producirse un efecto extraordinario, que no se ría resultado de causas
naturales, si lo juzga necesario para el fin previsto.
Cuando Dios obra milagros, produce efectos extraordinarios
de una manera sobrenatural. Esto significa que los milagros están por arriba de
la naturaleza. ¿Diremos que también son contrarios al orden de la naturaleza?
Los antiguos teólogos reformados no titubearon en hablar
de ellos como de una brecha o de una violación contra las leyes de la
naturaleza. Decían que a veces en el caso de un milagro el orden la naturaleza
se suspendía temporalmente. El Dr. Bruin sostiene lo correcto de este concepto
en su obra Het Christelijk Geloof en de Beoefening der Natuur -wetenschap, y no
toma en cuenta los conceptos de Woltjer, Dennert y Bavinck.
Pero lo correcto de esa antigua terminología bien puede
ponerse en duda. Cuando se realiza un milagro las leyes de la naturaleza no son
violadas, sino reemplazadas en un punto particular mediante una manifestación
más ' alta de la voluntad de Dios. Las fuerzas de la naturaleza no son
aniquiladas o suspendidas, sino solamente neutralizadas en un punto particular
por medio de una fuerza superior a las potencias de la naturaleza.
EL PROPÓSITO DE LOS MILAGROS
DE LA BIBLIA
Debe aceptarse que los milagros de la Biblia no fueron
ejecutados arbitrariamente, sino con un pro-pósito definido. No fueron simples
maravillas, exhibiciones de poder destinadas a causar asombro, sino que
tuvieron un significado revelativo.
La entrada del pecado en el mundo hizo necesaria la
intervención sobrenatural de Dios en el curso de los acontecimientos para la
destrucción del pecado y para la renovación de la creación. Mediante un milagro
Dios nos dio tanto su revelación verbal especial en la Escritura, como también
la suprema y real revelación de Dios en Jesucristo.
Los milagros están relacionados con la economía de la
redención, una redención que aquellos con frecuencia prefiguran y simbolizan.
No aspiran a una violación sino más bien a una restauración de la obra creativa
de Dios. He aquí que encontramos ciclos de milagros relacionados con períodos
especiales en la historia de la redención, y especialmente durante la época del
ministerio público de Cristo y de la fundación de su Iglesia.
Estos milagros no tuvieron por resultado la restauración
del universo físico. Pero al final de los tiempos habrá otra serie de milagros,
los que tendrán por resultado la renovación de la naturaleza para la gloria de
Dios, el establecimiento definitivo del Reino de Dios en los nuevos cielos y en
la nueva tierra.
PREGUNTAS PARA
AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Es la doctrina de la divina providencia un articulus
purus o un articulus mixtus?
2. ¿Quién fue el primero de los Padres de la Iglesia que
desarrolló esta doctrina?
3. ¿Cómo difirieron Lutero y Calvino en su concepto de la
divina providencia?
4. ¿Cómo se explica el hecho de que los arminianos acepten
en este punto la posición sociniana?
5. ¿Cómo debemos juzgar la aserción de algunos teólogos
reformados de que Dios es la única causa verdadera en el mundo?
6. ¿Qué son las causas secundarias, y por qué es importante
sostener que son verdaderas causas?
7. ¿Choca la doctrina del concurso divino con la de la libre
agencia del hombre?
8. ¿Cómo era el concepto de Agustín acerca de los milagros?
9. ¿Por qué es importante sostener lo maravilloso?
10. ¿Admiten los milagros una explicación natural?
11. ¿Implican los milagros una suspensión de las leyes de la
naturaleza?
12. ¿Cuál es el significado especial de los milagros de la
Biblia?
13. ¿Pueden todavía acontecer los milagros?
14. ¿Hay milagros todavía?
15. ¿Qué opina usted de los milagros de la iglesia católico
romana?