LA PROVIDENCIA

INTRODUCCIÓN

El teísmo cristiano se opone a la separación deísta de Dios y el mundo tanto corno a la confusión panteísta de Dios con el mundo. Por tanto, la doctrina de la creación tiene que ser seguida inmediatamente por la de la providencia en la cual el concepto bíblico de la relación de Dios con el mundo se define con toda claridad. Aunque el término "providencia" no se encuentra en la Escritura, la doctrina de la providencia es sin embargo eminentemente bíblica. Este vocablo se deriva del latín providentia, que corresponde al griego pronoia.

Estas palabras significan principalmente presciencia o prevista; pero gradualmente adquirieron otros significados. Presciencia se asocia, por una parte, con planes para el futuro, y por otra, con la realización actual de esos planes. Así que la palabra "providencia" ha venido a significar la provisión que Dios hace para los fines de su gobierno, y para la preservación de todas sus criaturas.
Este es el sentido en que, por lo general, se usa hoy en teología; pero no es el único en el que los teólogos la han empleado. Turretin define el término en su más amplio significado diciendo que denota:
(1) Presciencia:
(2) Preordenación, y:
(3) La eficaz administración de las cosas decretadas.
Sin embargo, en el uso general, actualmente, casi se encuentra restringido a este último sentido.

LA PROVIDENCIA EN GENERAL

HISTORIA DE LA DOCTRINA DE LA PROVIDENCIA
Con su doctrina de la providencia la Iglesia se opuso contra la noción epicúrea de que el mundo está gobernado por la casualidad, v contra el concepto estoico de que está gobernado por la suerte. Desde muy al principio los teólogos tomaron la posición de que Dios preserva y gobierna al mundo. Sin embargo, no siempre tuvieron un concepto absolutamente igual respecto del control divino de todas las cosas.
Debido a la estrecha relación que hay entre los dos, preservar y gobernar, la historia de la doctrina de la providencia sigue en lo principal a la doctrina de la predestinación. Los Padres de la Iglesia primitiva no tuvieron conceptos definidos sobre el asunto. Oponiéndose a la doctrina estoica de la suerte y con el deseo de resguardar la santidad de Dios, algunas veces los Padres exageraron la libre voluntad del hombre, y hasta ese punto manifestaron una tendencia a negar el absoluto gobierno providencial de Dios con respecto a las acciones pecaminosas.
Agustín señaló el camino en el desarrollo de esta doctrina. En contra de la doctrina de la casualidad y de la suerte, insistió en el hecho de que todas las cosas son preservadas y gobernadas por la soberana, sabia y benéfica voluntad de Dios. No hizo reservas en relación con la providencia de Dios, sino que mantuvo el control de Dios tanto sobre los buenos como sobre los malos, es decir, sobre el mundo entero.
Defendiendo la realidad de las causas secundarias salvaguardó la santidad de Dios y sostuvo la responsabilidad del hombre. Durante la Edad Media hubo muy poca controversia sobre el tema de la divina providencia. Ni un solo concilio se produjo sobre esta doctrina. El concepto prevaleciente era el de Agustín, que sujetaba todas las cosas a la voluntad de Dios. Sin embargo, esto no quiere decir que no hubiera conceptos diferentes. El pelagianismo limitaba la providencia a la vida natural, y la excluía de la vida normal.
Y los semipelagianos se movieron en la misma dirección aunque no todos fueron igualmente lejos. Algunos de los escolásticos consideraron la actividad conservadora de Dios como una continuación de su actividad creativa, en tanto que otros hicieron una verdadera distinción entre las dos. La doctrina de Tomás de Aquino acerca de la divina providencia sigue en lo esencial a la de Agustín, y sostiene que la voluntad de Dios, según está determinada por sus perfecciones, preserva y gobierna todas las cosas; mientras que Duns Escoto y los nominalistas como Biel y Occam hicieron que todas las cosas dependieran de la voluntad arbitraria de Dios. Esta fue la introducción aparente del gobierno de la casualidad.
Los Reformadores siguieron completamente la doctrina agustiniana de la divina providencia aunque difirieron un tan to en los detalles. Aunque Lutero creía en una providencia general, no insistía tanto como Calvino en que Dios preserva y gobierna al mundo en general. Lutero considera la doctrina fundamentalmente en sus consecuencias soteriológicas. Los socinianos y los arminianos aunque no hasta el mismo grado los dos, limitaron la providencia de Dios insistiendo en el poder independiente del hombre para iniciar sus acciones, y de esta manera controlar su vida.
Realmente se quitaba el control del mundo de las manos de Dios, y se ponía en las manos del hombre. En los Siglos XVIII y XIX la doctrina de la providencia fue aparentemente descartada por un deísmo que representaba a Dios como retirándose del mundo después de su obra de creación, y por un panteísmo que identificaba a Dios con el mundo, borrando la distinción entre creación y providencia, y negando la realidad de las segundas causas.
Y aunque el deísmo pudiera considerarse actualmente como cosa del pasado, su concepto sobre el control del mundo, continúa en la posición de la ciencia natural, de que el mundo está controlado, por un sistema de leyes irrompibles como el acero. Y los modernos teólogos anchos, con su concepto panteísta de la inmanencia de Dios tienden también a desterrar la doctrina de la divina providencia.

LA IDEA DE LA PROVIDENCIA

La providencia puede definirse como aquel continuado ejercicio de la fuerza divina por medio de la cual el Creador preserva a todas sus criaturas, opera en todo lo que tiene que suceder en el mundo y dirige todas las cosas hacia su determinado fin. Esta definición indica que hay tres elementos en la providencia, es decir, preservación (conservatio, sustentatio), concurrencia o cooperación (concursus, cooperatio), y gobierno (gubernatio). Calvino, el Catecismo de Heidelberg y algunos de los más recientes dogmáticos (Dabney, los Hodges, Dick, Shedd, McPherson) hablan solamente de dos elementos, es decir preservación y gobierno.
Esto no quiere decir, sin embargo, que quieran excluir el elemento de concurrencia; sino únicamente que lo consideran incluido en los otros dos, indicando así la manera en la que Dios preserva y gobierna el mundo. McPherson parece pensar que solamente algunos de los grandes teólogos luteranos adoptaron la triple división; pero en esto se equivoca, porque esa triple división es muy común en las obras de los dogmáticos holandeses desde el Siglo XVII en adelante (Mastricht, á Marck, De Moor, Brakel, Francken, Kuyper, Bavink, Vos, Honig).
Partieron de la división más antigua porque querían dar al elemento de concurrencia un lugar más prominente a fin de escudarse en contra de los peligros del deísmo y del panteísmo. Pero en tanto que distinguimos tres elementos en la providencia, siempre deberíamos recordar que esos tres elementos nunca están separados en la obra de Dios.
En tanto que la preservación se relaciona con el ser, la concurrencia con la actividad, y el gobierno con la dirección de todas las cosas, esto nunca debe entenderse en un sentido exclusivo. En la preservación hay también un elemento de gobierno, en el gobierno hay un elemento de concurso, y en el concurso hay un elemento de preservación. El panteísmo no distingue entre creación y providencia pero el teísmo insiste en una doble distinción:
(A) La creación es el llamamiento a la existencia de algo que antes no existía, en tanto que la providencia continúa o hace continuar lo que ha sido llamado a existencia.
(B) En la primera no puede haber cooperación de la criatura con el Creador, pero en la última sí hay concurrencia de la primera causa con las causas secundarias. En la Escritura siempre se hace distinción entre las dos.

ERRORES REFERENTES A LA NATURALEZA DE LA PROVIDENCIA.

1. Limitarla a la presciencia, o a la presciencia más la preordenación.
Esta limitación se encuentra en algunos de los primitivos Padres de la Iglesia. El hecho es, sin embargo, que cuando hablamos de la providencia de Dios, generalmente no tenemos en mente ni su presciencia ni su preordenación sino simplemente su continuada actividad en el mundo para la realización de su plan. Vemos claramente que esto no puede separarse de su eterno decreto, pero también sentimos que las dos pueden y deben distinguirse. La distinción que frecuentemente se hace entre las dos se denota como providencia inmanente y providencia transitoria.
2. La concepción deísta de la divina providencia. De acuerdo con el deísmo el cuidado de Dios para el mundo no es universal, ni especial, ni perpetuo, sino únicamente de naturaleza general. Cuando Dios creó a todas sus criaturas les impartió ciertas propiedades ina lienables, las colocó bajo leyes invariables y las dejó que se ocuparan en labrar su destino por medio de sus poderes propios inherentes.
Entre tanto, El únicamente ejercita una inspección general, no de los agentes específicos que aparecen en la escena, sino de las leyes generales que El ha establecido. El mundo es simplemente una máquina que Dios ha puesto en movimiento, y en ningún sentido un barco que El pilotea día tras día. Esta concepción deísta de la providencia es característica del pelagianismo, fue aceptada por diversos teólogos católico romanos, fue patrocinada por el socinianismo, y fue uno nada más de los errores fundamentales del arminianismo.
 Se revistió con un aire filosófico por los deístas del Siglo XVIII, y apareció en una nueva forma en el Siglo XIX bajo la influencia de la teoría de la evolución y de la ciencia natural, con su fuerte énfasis en la uniformidad de la naturaleza controlada por un sistema inflexible de leyes irrompibles como el acero.
3. El concepto panteísta de la divina providencia. El panteísmo no reconoce la distinción entre Dios y el mundo. Desde el punto de vista idealista absorbe el mundo en Dios, y desde el materialista absorbe a Dios en el mundo. En cada caso no deja lugar para la creación y también elimina la providencia en el sentido propio de la palabra.
Es cierto que los panteístas hablan de la providencia, pero la llamada providencia de ellos es simplemente idéntica al curso de la naturaleza y esto no es otra cosa sino la revelación propia de Dios, una revelación de Dios que no deja lugar para las operaciones independientes de las segundas causas en ningún sentido de la palabra.
Desde este punto de vista lo sobrenatural resulta imposible, o, más bien, lo natural y lo sobrenatural resultan idénticos, la consciencia en el hombre de tener una determinación propia, personal y libre resulta una ilusión, la responsabilidad moral es una ficción de la imaginación, y la adoración religiosa es una superstición. La teología siempre ha sido muy cuidadosa en eludir los peligros del panteísmo; pero durante el último siglo este error triunfó adueñándose de una gran parte de la moderna teología ancha bajo el disfraz de la doctrina de la inmanencia de Dios.

LOS DESIGNIOS DE LA PROVIDENCIA

1. Las enseñanzas de la Escritura sobre este p unto. La Biblia claramente enseña el control providencial de Dios.
A. Sobre todo el universo, Sal. 103: 19; Dan. 5: 35; Ef. 1: 11
B. Sobre el mundo físico, Job 37: 5, 10; Sal. 104: 14; 135: 6; Mat. 5: 45
C. Sobre la creación inanimada, Sal. 104: 21, 28; Mat. 6: 26; 10: 29
D. Sobre los negocios de las naciones, Job 12: 23; Sal. 22: 28; 66: 7; Hech. 17: 26
E. Sobre el nacimiento del hombre y su parte en la vida, I Sam 16: 1; Sal. 139: 16; Isa. 45: 5; Gal 1:15
F. Sobre los sucesos y fracasos externos en las vidas de los hombres, Sal. 75: 6, 7; Luc. 1: 52
G. Sobre las cosas que parecen accidentales o insignificantes Prov. 16: 33; Mat. 10: 30
H. En la protección de los justos, Sal. 4: 8; 5: 12; 63: 8 ; 121: 3 ; Rom. 8: 28
I. Satisface las necesidades del pueblo de Dios, Gen 22: 8, 14; Deut. 8: 3; Fil. 4: 19
J. Contesta la oración, I Sam 1: 19; Isa. 20: 5, 6; II Crón. 33: 13; Sal. 65: 2; Mat. 7: 7; Luc. 18: 7, 8 ; y
K. Denuncia y castiga a los malvados, Sal. 7: 12, 13; 11: 6.
2. La providencia general y la especial.
Los teólogos generalmente distinguen entre providencia general y especial, denotando, por la primera, el control de Dios sobre el universo como un todo, y por la segunda, su cuidado en relación con cada parte de la toda. No son dos clases de providencia, sino la misma providencia que se ejercita en dos relaciones diferentes. El término "providencia especial", puede tener, sin embargo, un significado más específico, y en algunos casos se refiere al cuidado especial de Dios para sus criaturas racionales.
Alguno s hasta hablan de una providencia muy especial (Providentia specialissima) con referencia a aquellos que se encuentran en la relación especial de hijos de Dios. Las providencias especiales son combinaciones particulares en el orden de los eventos, como en la respuesta a la oración, en la liberación de la tribulación, y todos aquellos ejemplos en que en medio de circunstancias críticas llegan la gracia y el socorro.
3. Negación de la providencia especial. Hay quienes están dispuestos a admitir una providencia general, una administración del mundo bajo un sistema fijo de leyes generales; pero que niegan que haya también una providencia especial de Dios en la que El se preocupa de los detalles de la historia, de los sucesos de la vida humana, y particularmente de las experiencias de los justos.
Algunos sostienen que Dios es demasiado grande para preocuparse con las pequeñeces de la vida, en tanto que otros sostienen que simplemente no puede hacerlo, puesto que las leyes de la naturaleza le atan las manos, y por eso sonríen maliciosamente cuando escuchan que Dios responde a las oraciones del hombre. No se necesita negar que la relación de la providencia especial con las leyes uniformes de la naturaleza constituye un problema. Al mismo tiempo debe decirse que constituye un concepto anti bíblico de Dios, concepto muy pobre y superficial, decir que El no se ocupa ni puede ocuparse de los detalles de la vida, que no puede responder a la oración que no puede ayudar en los apuros, o intervenir milagrosamente en favor del hombre.
Un gobernante que atendiera simplemente a ciertos principios generales y no diera atención a los particulares, o un hombre de negocios que fracasara por no atender los detalles de su negocio se vería muy comprometido. La Biblia enseña que hasta los más pequeños detalles de la vida tienen lugar en el orden divino. En relación con la pregunta de si podemos armonizar la operación de, las leyes generales de la naturaleza con las especiales de la providencia, únicamente podemos señalar los puntos siguientes:
A. Las leyes de la naturaleza no deben representarse como potencias naturales que controlan absolutamente todos los fenómenos y las operaciones. Realmente no son más que las del hombre; una descripción, a menudo deficiente, de la uniformidad en la variedad descubierta en el sendero en que actúan los poderes de la naturaleza.
B. El concepto materialista de las leyes de la naturaleza, como un sistema de apretado tejido, que actúa independientemente de Dios y que hace que El realmente no pueda interferir en el curso del mundo, es concepto absolutamente erróneo. El universo tiene una base personal, y la uniformidad de la naturaleza es simplemente el método ordenado por un agente personal.
C. Las llamadas leyes de la naturaleza producen los mismos efectos siempre que las condiciones sean las mismas. Los efectos no son generalmente el resultado de un simple poder, sino la combinación de las potencias naturales. Hasta el hombre puede variar los efectos mediante la combinación de una fuerza natural con otra o con varias fuerzas, y sin embargo cada una de estas fuerzas actúa en estricto acuerdo con sus propias leyes. Y si esto es posible para el hombre, es infinitamente más posible para Dios. Mediante toda clase de combinaciones El puede producir los más variados resultados.

LA PRESERVACIÓN

BASES PARA LA DOCTRINA DE LA PRESERVACIÓN.
Para la doctrina de la preservación tenemos pruebas tanto directas como inferenciales.
1. Pruebas Directas. La preservación divina de todas las cosas se enseña clara y explícitamente en diversos pasajes de la Escritura. Los siguientes son apenas algunos de los muchos pasajes que podrían mencionarse: Deut. 33: 12, 25-28; I Sam 2: 9; Neh. 9: 6; Sal. 107: 9; 127: 1; 145: 14, 15; Mat. 10: 20; Hech. 17: 28; Col. 1: 17; Heb. 1: 3.
Son muy numerosos los pasajes que hablan del Señor como el que preserva a su pueblo, por ejemplo, Gen 28: 15; 49: 24; Ex 14: 29, 30; Deut. 1: 30, 31; II Crón. 20: 15, 17; Job 1: 10; 36: 7; Sal. 31: 20; 32: 6; 34: 15, 17, 19; 37: 15, 17, 19, 20; 91: 3, 4, 7, 9, 10, 14; 121:3, 4, 7, 8; 125:1, 2; Isa. 40: 11; 43:2; 63:9; Jer. 30:7, 8, 11; Ezeq. 34: 11, 12, 15, 16; Dan. 12: 1; Zac. 2: 5; Luc. 21: 18; I Cor. 10: 13; I Pedro 3: 12; Apoc. 3: 10.
2. Prueba inferencial. La idea de la preservación divina se deduce de la doctrina de la soberanía de Dios. La soberanía únicamente puede concebirse como absoluta; pero no sería absoluta si existiera u ocurriera alguna cosa fuera de la voluntad divina. La soberanía de Dios únicamente puede sostenerse sobre la condición de que todo el universo y todo lo que hay en él, incluyendo al ser y la acción, dependen absolutamente de Dios.
Se deduce también la soberanía de Dios del carácter dependiente de la criatura. Es característico de todo lo que es criatura, no poder continuar su existencia por medio de su propio poder inherente. La criatura tiene la base de su ser y de su continuación en la voluntad de su Creador. Solamente el que creó el mundo mediante la palabra de su potencia puede sostenerlo por medio de su omnipotencia.

LA CONCEPCIÓN ADECUADA DE LA PRESERVACIÓN DIVINA

La doctrina de la preservación proviene de la hipótesis de que todas las sustancias creadas, sean espirituales o materiales, poseen existencia real y permanente, distinta de la existencia de Dios, y tienen únicamente las propiedades activas y pasivas que han derivado de Dios; y de que sus potencias activas tienen una verdadera, y no sólo aparente eficiencia como segundas causas, de tal manera que son capaces de producir los efectos propios de ellas.
Así es como esta doctrina no s sirve de guardia en contra del panteísmo con su idea de una continua creación, que disimulada, si no siempre declaradamente, niega la existencia distinta del mundo, y hace a Dios un mero agente en el universo. Pero la doctrina de la preservación divina n o considera a las sustancias creadas como existentes por sí mismas, puesto que la existencia propia es exclusiva propiedad de Dios, y todas las criaturas tienen la base de su existencia continua en Dios, y no en ellas mismas. De esto se sigue que continúan existiendo no en virtud de un mero acto negativo de Dios, sino en virtud del ejercicio positivo y continuado del poder divino.
El poder de Dios aplicado a sostener todas las cosas es tan positivo como el que ejerció en la creación. La naturaleza precisa de su obra en sostener todas las cosas tanto en su ser como en su acción, es un misterio, aunque debe decirse que, en sus operaciones providenciales, El se acomoda a la naturaleza de sus criaturas. Con Shedd decimos: "En el mundo material Dios actúa inmediatamente en y por medio de leyes y propiedades materiales. En el de la mente, Dios actúa inmediatamente y por medio de las propiedades mentales.
La preservación nunca corre en sentido contrario de la creación. Dios no viola en su providencia lo que ha establecido en la creación" La preservación puede definirse como aquella obra continua de Dios por medio de la cual El mantiene las cosas que creo, juntamente con la propiedades y poderes con que El las doto.

CONCEPCIONES ERRÓNEAS DE LA PRESERVACIÓN DIVINA

La naturaleza de esta obra de Dios no siempre se entiende adecuadamente. Hay dos puntos de vista de ella que debemos evitar:
1. EL que es puramente negativo. Según 'el deísmo la preservación divina consiste en que Dios no destruye la obra de sus manos. Por virtud de la creación Dios dotó a la materia con ciertas propiedades, la colocó bajo leyes invariables, y luego la dejó deslizarse por sí misma, independientemente de todo sostén o dirección externa. Esta es una presentación sin base bíblica, irrazonable e irreligiosa.
Es irrazonable, puesto que implica que Dios le comunicó subsistencia propia a la criatura, siendo que la propia subsistencia y la propia sustentación son propiedades incomunicables que caracterizan únicamente al Creador. La criatura jamás puede sostenerse por sí, y debe ser sostenida diariamente por el omnipotente poder del Creador.
De aquí que no se requiera un acto positivo de la omnipotencia de parte de Dios para aniquilar las existencias creadas. El simple hecho de dejar de sostenerlas conduciría naturalmente a su destrucción. El concepto de la subsistencia propia de la materia es irreligiosa, puesto que desaloja a Dios a tan gran distancia de su creación que la comunión con El resulta prácticamente imposible.
La historia testifica claramente al hecho de que tal concepto, uniformemente conduce a la muerte de la religión. Tampoco tiene base bíblica puesto que coloca a Dios completamente fuera de su creación, en tanto que la Biblia nos enseña en muchos pasajes que El no es únicamente trascendente sino también inmanente en las obras de sus manos.
2. Que es una creación continua. El panteísmo habla de la preservación como de una continua creación, de modo que las criaturas o causas secundarias tienen que concebirse desprovistas de real o continua existencia; pero recibiéndola por emanación en cada momento sucesivo de aquel misterioso Absoluto que se encuentra en la base secreta de todas las cosas.
Algunos que no fueron panteístas tuvieron un concepto parecido de la preservación. Descartes puso la bas e para concebirla así, y Malebranche condujo este concepto al extremo más lejano consistente con el teísmo. Hasta Jonathan Edwards lo enseña incidentalmente en su obra sobre el Pecado Original, y fue así como estuvo peligrosamente a punto de enseriar el panteísmo. Un concepto tal de la preservación no deja lugar para las causas secundarias y por eso, necesariamente, conduce al panteísmo.
Es contrario a nuestras intuiciones originales y necesarias que nos aseguran de que somos de verdad causas propias y determinativas de acción, y en consecuencia, agentes morales. Además, hiere a las meras raíces de la libre agencia, de la responsabilidad moral, y del gobierno moral y, por tanto, de la religión misma. Algunos teólogos reformados también usan el término "creación continua; pero desde luego no tratan de enseñar la doctrina que estamos considerando. Simplemente desean insistir en el hecho de que el mundo está sostenido por el mismo poder que lo creó.
Atendiendo al hecho de que la expresión se presta a mal entendimiento es mejor evitarla.

CONCURRENCIA

LA IDEA DE LA CONCURRENCIA DIVINA Y LA PRUEBA DE ELLA.
1. Definición y explicación. La concurrencia puede definirse como la cooperación del poder divino con los poderes subordinados, de acuerdo con las leyes pre-establecidas para su operación haciéndolas actuar, y que actúen precisamente como lo hacen.
Algunos se inclinan a limitar su operación, dentro de lo que respecta al hombre, a las acciones humanas que son moralmente buenas y, por tanto, recomendables; otros, con más lógica, las extienden a las acciones de toda clase. Debe notarse desde el principio que esta doctrina implica dos cosas:
A. Que los poderes de la naturaleza no actúan por sí mismos, es decir, simplemente por su propio poder inherente, sino que Dios obra inmediatamente en cada acto de la criatura. Esto debe entenderse en oposición a la enseñanza deísta.
B. Que las segundas causas son reales, y que no deben considerarse simplemente como el poder operativo de Dios.
Solamente sobre la condición de que las causas secundarias son reales, podemos hablar adecuadamente de la concurrencia o cooperación de la Primera Causa con las causas secundarias. Una vez y siempre debe insistirse en esto, en contra de la idea panteísta de que Dios es el único agente que obra en el mundo.
2. La prueba bíblica de la concurrencia divina. La Biblia enseña claramente que la providencia de Dios tiene que ver no solamente con el ser sino también con las acciones u operaciones de la criatura.
La verdad general de que los hombres no obran independientemente, sino controlados por la voluntad de Dios aparece en diversos pasajes de la Escritura. José dice en Gén. 45: 5 que Dios, más bien que sus hermanos, le había enviado a Egipto. En Ex 4: 11, 12 el Señor dice que él estará en la boca de Moisés y que le enseñará lo que tiene que decir; y en Jos. 11: 6 le da a Josué la seguridad de que le entregará sus enemigos a Israel. Prov. 21: 1 nos enseña que " el corazón del rey 6: 22, que Jehová "ha tornado el corazón del rey de Asiria" a Israel.
En Deut. 8: 18; se le recuerda a Israel el hecho de que es Jehová el que le dio poder para adquirir riquezas. Más particularmente, se desprende también, evidentemente, de la Escritura que hay cierta clase de cooperación divina en lo que es malo. Según el pasaje de II Sam. 16: 11 Jehová ordenó a Simei que maldijera a David. Dios también llamó a Asiria "La vara de mi ira y el báculo de mi indignación", Isa. 10: 5. Además, El puso un espíritu mentiroso en las bocas de los profetas de Acab, II Reyes 27: 20 -23.

ERRORES QUE DEBEN EVITARSE

Hay varios errores relacionados con esta doctrina contra los cuales nos debemos poner en guardia.
1. Que consiste únicamente en una comunicación general de poder, sin determinar la acción específica en ninguna forma. Los jesuitas, los socinianos y los arminianos sostienen que la concurrencia divina es sólo una cooperación general e indiferente, de tal manera que son las causas secundarias las que dirigen la acción a su fin particular.
Esa concurrencia divina es común también a todas las causas, entendiéndolas en acción; pero en una forma que es enteramente indeterminada. Aunque estimula a la causa secundaria la deja determinar su propio fin particular y su modo de acción. Pero si esta fuera la situación, estaría en el poder del hombre frustrar el plan de Dios, y la primera causa se convertiría en sirviente de la segunda. El hombre estaría en el timón, y no habría providencia divina.
2. Que es de tal naturaleza que el hombre hace una parte del trabajo y Dios hace la otra parte. La cooperación entre Dios y el hombre se representa algunas veces como si fuera algo semejante a los esfuerzos unidos de un tiro de bestias que jalan juntas, haciendo cada una su parte. Este es un concepto erróneo de la distribución del trabajo.
De hecho cada acción es totalmente un hecho de Dios y de la criatura. Es un hecho de Dios hasta donde nada es independiente de su divina voluntad, y hasta donde todo está determinado de momento a momento p or la voluntad de Dios. Y es una acción del hombre, hasta donde Dios lo realiza por medio de la actividad misma de la criatura. Hay en esto penetración; pero no limitación mutua.
3. Que la obra de Dios y la de la criatura en concurrencia están coordinadas. Esto ya está excluido con lo que acabamos de decir arriba. La obra de Dios siempre tiene la prioridad, porque el hombre es dependiente de Dios en todo lo que hace. La afirmación de la Biblia, " sin mí nada podéis hacer", se aplica en todos los campos del esfuerzo. La exacta relación entre los dos se indica claramente en las siguientes características de la divina concurrencia.

CARACTERÍSTICAS DE LA CONCURRENCIA DIVINA

1. Es previa y predeterminan te, no en sentido temporal sino lógico. No hay principio absoluto de propia actividad de la criatura, a la que Dios adicione simplemente su actividad. En todo caso el impulso a la acción y al movimiento proceden de Dios. Tiene que haber una influencia de energía divina antes de que la criatura actúe.
Debe notarse particularmente que esta influencia no termina en la actividad de la criatura, sino en la criatura misma. Dios hace que todo trabaje en la naturaleza y que se mueva en la dirección de un predeterminado fin. De esta manera Dios también capacita e impulsa a sus criaturas racionales, como causas secundarias, a que actúe, y eso no meramente dotándolas de energía en un sentido general, sino vigorizándolas para determinados actos específicos.
El hace todas las cosas en todos, I Cor. 12: 6, y obra todas las cosas, también en este sentido, según el consejo de su voluntad, Ef. 1: 11. Le dio a Israel poder para conseguir riquezas, Deut. 8: 18, y obra en los creyentes tanto el querer como el hacer, según su beneplácito, Fil. 2: 13. Los pelagianos y los semipelagianos de todas las clases están generalmente dispuestos a admitir que la criatura no puede actuar sin el influjo del poder divino, pero sostienen que ese influjo no es tan específico que determine el carácter de la acción en ningún sentido.
2. Es también una concurrencia simultánea. Después de que empieza la actividad de la criatura, la voluntad eficaz de Dios debe acompañarla en cada momento, si es que tiene que continuar. No hay un solo momento en que la criatura obre independientemente de la voluntad y del poder de Dios. En él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser, Hech. 17: 28. Esta actividad divina acompaña la acción del hombre en todo punto; pero sin despojar al hombre en ninguna forma de su libertad.
La acción permanece como un acto libre del hombre, un acto por el que él se debe considerar responsable. Esta concurrencia simultánea no resulta una identificación de la causa prima con la causa secunda. En un sentido muy real la operación es el producto de ambas causas. El hombre es y sigue siendo el sujeto rea l de la acción. Bavinck ilustra esto señalando el hecho de que la madera arde, que Dios es el único que la hace arder; pero que, rigurosamente, el arder no puede atribuirse a Dios sino a la madera como sujeto.
Es evidente que esta acción simultánea no puede separarse de la concurrencia previa y pre determinante, sino que debe distinguirse de ella. Estrictamente hablando, la acción simultánea, a distinción de la previa concurrencia, termina no en la criatura, sino en su actividad. Puesto que no termina en la criatura puede interpretarse en sentido abstracto como que no tiene significado ético.
Esto explica que los jesuitas enseñaran que la divina concurrencia era simultánea únicamente, y no previa y pre determinante, y que algunos teólogos reformados limitara n la previa concurrencia a las buenas acciones de los hombres, y para las demás se satisficieran enseñando una concurrencia simultánea.
3. Es finalmente una concurrencia inmediata. Para gobernar al mundo Dios emplea toda clase de medios para la realización de sus propósitos; pero no trabaja así en la divina concurrencia. Cuando El destruye las ciudades de la llanura con fuego, tenemos un acto del gobierno divino en el que Dios emplea medios. Pero al mismo tiempo está allí su concurrencia inmediata por medio de la cual hace que el fuego caiga, que arda y que destruya. De esta manera Dios también trabaja en el hombre dotándolo de poder en la determinación de sus actividades constantemente.

LA CONCURRENCIA DIVINA Y EL PECADO

Los pelagianos, los semipelagianos y los arminianos levantan una seria objeción a esta doctrina de la providencia. Sostienen que una previa concurrencia, que no es meramente general sino que predetermina al hombre para acciones específicas, hace que Dios sea el autor responsable del pecado.
Los teólogos reformados se dan cuenta de la dificultad que se presenta aquí; pero no se sienten libres para escabullirla negando el gobierno absoluto de Dios sobre las acciones libres de sus criaturas morales, puesto que este control se enseña claramente e n la Escritura, Gén. 45: 5; 50: 19, 20; Ex 10: 1 y 20; II Sam. 16: 10, 11; Isa. 10: 5 -7; Hech. 2: 23; 4: 27, 28. Pero se sienten constreñidos a enseriar:
1. Que los actos pecaminosos están bajo el control divino y que ocurren según la predeterminación y el propósito de Dios; pero únicamente por permiso divino, de manera que Dios no es la causa eficiente del pecado de los hombres, Gén. 45: 5; 50: 20; Ex 14 : 17; Isa. 66:4; Rom. 9: 22; II Tes. 2: 11
2. Que Dios frecuentemente restringe las obras pecaminosas del pecador, Gén. 3: 6; Job 1: 12; 2: 6; Sal. 76: 10; Isa. 10: 15; Hech. 7: 51
3. Que Dios para favorecer su propio propósito domina el mal por medio del bien, Gén. 50: 20; Sal. 76: 10; Hech. 3: 13.
Sin embargo, esto no quiere decir que todos concuerden en la respuesta a la pregunta de si hay una vigorización directa, inmediata y física del poder activo de la criatura disponiéndola y predeterminándola eficazmente para el acto específico, y también capacitándola para ejecutar ese acto. Dabney, por ejemplo, en tanto que admite una concurrencia física, semejante, en la baja creación, la niega con respecto a los seres libres.
El mismo Dabney conviene en que el control de Dios sobre todos los actos de sus criaturas es seguro, soberano y eficaz, y que, por tanto, él y los que opinan con él deben hacer frente al asunto de la responsabilidad que le resulta a Dios por el pecado. Dabney da su conclusión en las palabras siguientes:
Este es, pues, mi cuadro de la evolución providencial del propósito de Dios respecto a los actos pecaminosos: arreglar y agrupar los eventos y los objetos alrededor de agentes libres, en forma tal que considerando la multiforme sabiduría y poder de Dios cada alma quede colocada a cada paso en la presencia de aquellas circunstancias que El conoce que serán un suficiente y seductor objetivo para ejecutar esos eventos con la natural y libre actividad de cada alma, precisamente como la cosa que Dios demanda en su plan.
De esta manera el acto resulta únicamente del hombre, aunque su acontecer esté asegurado eficazmente por Dios. Y el pecado resulta ser únicamente del hombre. El cuidado de Dios en esto es santo; primero, porque toda su agencia personal está arreglada para asegurar que el acontecer sea santo; y segundo, porque sus fines o propósitos son santos.
Dios no quiere el pecado del hecho, porque el hecho sea pecaminoso; únicamente quiere el resultado con relación al cual el acto sirve como medio, y ese resultado es siempre digno de su santidad". 88 La gran mayoría de los teólogos reformados, sin embargo, sostienen la concurrencia de que se trata y buscan la solución de la dificultad:
(1) Mediante una distinción entre la materia y la forma del acto pecaminoso y:
(2) Atribuyendo tal acto exclusivamente al hombre.
El concurso divino da aliento al hombre y lo determina eficazmente para el acto específico pero es el hombre el que da al acto su cualidad formal, y quien por tanto es responsable del carácter pecaminoso del acto. Ninguna de estas soluciones se puede considerar enteramente satisfactoria, por lo tanto el problema de la relación de Dios con el pecado sigue siendo un misterio.

EL GOBIERNO

NATURALEZA DEL GOBIERNO DIVINO
El gobierno divino puede definirse como aquella actividad continua de Dios por medio de la cual gobierna todas las cosas teológicamente de manera que asegura el cumplimiento del propósito divino. Este gobierno no es simplemente una parte de la divina providencia, sino su todo, precisamente como lo son la preservación y la concurrencia, únicamente que ahora lo consideramos desde el punto de vista del fin hacia el cual Dios está guiando todas las cosas en la creación, es decir, la gloria de su nombre.
1. Es el gobierno de Dios como Rey del universo. Actualmente muchos consideran que la idea de Dios como Rey es una noción anticuada del Antiguo Testamento, y quisieran sustituirla por la idea de Dios como Padre, según se encuentra en el Nuevo Testamento. La idea de la soberanía divina debe ceder su lugar al amor divino. Se cree que esto está en armonía con la noción progresiva de Dios en la Escritura.
Pero es un error pensar que la revelación divina, cuando se levanta a sus niveles más altos intenta despojarnos gradualmente de la idea de Dios como Rey, sustituyéndola por la idea de Dios como Padre. Esto ya fue contradicho por la prominencia de la idea del Reino de Dios que se encuentra en las enseñanzas de Jesús.
Y si se dijera que dicha enseñanza envuelve solamente la idea de un Reino de Dios especial y limitado, se replicaría que la idea de la paternidad de Dios en los Evangelios está sujeta a las mismas restricciones y limitaciones. Jesús no enseña una paternidad Además, el Nuevo Testamento también enseña el reinado universal de Dios en pasajes como Mat. 11: 25; Hech. 17: 24; I Tim. 1: 17; 6: 15; Apoc. 1: 6; 19: 6. El es a la vez Rey y Padre, y es la fuente de toda autoridad en el cielo y en la tierra, el Rey de Reyes y el Señor de señores.
2. Es un gobierno adaptado a la naturaleza de las criaturas que El gobierna. En el mundo material Dios ha establecido las leyes de la naturaleza, y por medio de ellas gobierna al universo físico. En el mundo mental ejerce su gobierno en forma mediata conforme a las propiedades y leyes de la mente e inmediatamente por medio de la operación directa del Espíritu Santo.
En el gobierno y control de los agentes morales hace uso de toda clase de influencias morales, tales como circunstancias, motivos, instrucción y ejemplo; pero también obra directamente por medio de la operación personal del Espíritu Santo sobre el intelecto, la voluntad y el corazón.

LA EXTENSIÓN DE ESTE GOBIERNO

La Biblia declara explícitamente que este gobierno es universal, Sal. 22: 28, 29; 103: 17-19; Dan. 4: 34, 35; I Tim. 6: 15. Es realmente la ejecución de su propósito eterno, que abarca todas sus obras desde el principio, todo lo que fue, es y será. Pero en tanto que es general, también desciende a lo particular. Las cosas más insignificantes, Mat. 10: 29 -31, aquello que parece accidental, Prov. 16: 33, las buenas acciones de los hombres, Fil. 2: 13, y también sus malas acciones, Hech. 14: 16, todo está bajo el control divino, Dios es el Rey de Israel, Isa. 33: 22; pero también reina entre las naciones, Sal. 47: 9. Nada puede evadirse de su gobierno.

LAS PROVIDENCIAS EXTRAORDINARIAS O MILAGROS

LA NATURALEZA DE LOS MILAGROS
Se acostumbra hacer distinción entre providencia ordinaria, y providencia extraordinaria. En la primera Dios actúa mediante las segundas causas en estricto acuerdo con las leyes de la naturaleza, aunque haga variar los resultados mediante combinaciones diferentes.
Pero en la segunda Dios obra inmediatamente o sin la mediación de las causas secundarias en sus operaciones ordinarias. Dice McPherson: "Milagro es algo que se hace sin el recurso de los medios ordinarios de producción, un resultado conseguido directamente por la primera causa sin la mediación, al menos en la forma acostumbrada, de las segundas causas".
La cosa distintiva en el acto milagroso consiste en que es el resultado del ejercicio del poder sobrenatural de Dios. Y este significa, por consiguiente, que no se produce mediante causas secundarias que operan de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Si esto último fuera, no sería sobrenatural (por arriba de lo natural es decir, no sería un milagro.
Si Dios, en la ejecución de un milagro utilizó a veces las fuerzas presentes en la naturaleza, las usó en una forma distinta de la ordinaria para producir resultados inesperados, y esto es exactamente lo que constituye el milagro. Cada milagro está por arriba del orden establecido en la naturaleza, pero podemos distinguir diferentes clases, aunque no diferentes grados, de milagros. Hay milagros tan del todo por arriba de la naturaleza que no guarda conexión alguna con algún medio.
Pero también hay milagros que son contra media, en los que se emplean medios; pero en tal forma que los resultados son completamente diferentes de lo que usualmente resulta de esos mismos medios.

LA POSIBILIDAD DE LOS MILAGROS

Los milagros son objetables especialmente sobre la base de que implican una violación de las leyes naturales. Algunos procuran escapar de la dificultad conviniendo con Agustín en que los milagros son meras excepciones a la naturaleza tal como la conocemos, dando a entender con ello, que si tuviéramos un conocimiento más completo de la naturaleza podríamos explicarlos en una forma perfectamente natural.
Pero esta posición es insostenible puesto que reconoce dos órdenes de la naturaleza, que son contrarios uno al otro. Conforme a uno de ellos el aceite de la botija disminuiría, pero de acuerdo con el otro se multiplicaría; conforme al primero los panes se acabarían poco a poco; pero conforme al segundo se multiplicarían.
Además tendría que suponerse que un sistema es superior al otro, porque de no serlo se produciría solamente una colisión y nada resultaría; pero siendo superior uno de ellos parecería que el orden inferior tendría que ser vencido gradualmente y desaparecer. Además, esto le roba al milagro su carácter excepcional puesto que los milagros permanecen como hechos excepcionales en las páginas de la Escritura.
Hay indudablemente cierta uniformidad en la naturaleza; hay leyes que controlan la operación de las causas secundarias en el mundo físico. Pero recordemos que éstas representan meramente el método usual de Dios para trabajar en la naturaleza. Es su beneplácito trabajar en forma ordenada y mediante las causas secundarias. Pero eso no quiere decir que Dios no pueda apartarse del orden establecido y que mediante un simple acto de su voluntad no pueda producirse un efecto extraordinario, que no se ría resultado de causas naturales, si lo juzga necesario para el fin previsto.
Cuando Dios obra milagros, produce efectos extraordinarios de una manera sobrenatural. Esto significa que los milagros están por arriba de la naturaleza. ¿Diremos que también son contrarios al orden de la naturaleza?
Los antiguos teólogos reformados no titubearon en hablar de ellos como de una brecha o de una violación contra las leyes de la naturaleza. Decían que a veces en el caso de un milagro el orden la naturaleza se suspendía temporalmente. El Dr. Bruin sostiene lo correcto de este concepto en su obra Het Christelijk Geloof en de Beoefening der Natuur -wetenschap, y no toma en cuenta los conceptos de Woltjer, Dennert y Bavinck.
Pero lo correcto de esa antigua terminología bien puede ponerse en duda. Cuando se realiza un milagro las leyes de la naturaleza no son violadas, sino reemplazadas en un punto particular mediante una manifestación más ' alta de la voluntad de Dios. Las fuerzas de la naturaleza no son aniquiladas o suspendidas, sino solamente neutralizadas en un punto particular por medio de una fuerza superior a las potencias de la naturaleza.

EL PROPÓSITO DE LOS MILAGROS DE LA BIBLIA

Debe aceptarse que los milagros de la Biblia no fueron ejecutados arbitrariamente, sino con un pro-pósito definido. No fueron simples maravillas, exhibiciones de poder destinadas a causar asombro, sino que tuvieron un significado revelativo.
La entrada del pecado en el mundo hizo necesaria la intervención sobrenatural de Dios en el curso de los acontecimientos para la destrucción del pecado y para la renovación de la creación. Mediante un milagro Dios nos dio tanto su revelación verbal especial en la Escritura, como también la suprema y real revelación de Dios en Jesucristo.
Los milagros están relacionados con la economía de la redención, una redención que aquellos con frecuencia prefiguran y simbolizan. No aspiran a una violación sino más bien a una restauración de la obra creativa de Dios. He aquí que encontramos ciclos de milagros relacionados con períodos especiales en la historia de la redención, y especialmente durante la época del ministerio público de Cristo y de la fundación de su Iglesia.
Estos milagros no tuvieron por resultado la restauración del universo físico. Pero al final de los tiempos habrá otra serie de milagros, los que tendrán por resultado la renovación de la naturaleza para la gloria de Dios, el establecimiento definitivo del Reino de Dios en los nuevos cielos y en la nueva tierra.
PREGUNTAS PARA AMPLIAR EL ESTUDIO
1. ¿Es la doctrina de la divina providencia un articulus purus o un articulus mixtus?
2. ¿Quién fue el primero de los Padres de la Iglesia que desarrolló esta doctrina?
3. ¿Cómo difirieron Lutero y Calvino en su concepto de la divina providencia?
4. ¿Cómo se explica el hecho de que los arminianos acepten en este punto la posición sociniana?
5. ¿Cómo debemos juzgar la aserción de algunos teólogos reformados de que Dios es la única causa verdadera en el mundo?
6. ¿Qué son las causas secundarias, y por qué es importante sostener que son verdaderas causas?
7. ¿Choca la doctrina del concurso divino con la de la libre agencia del hombre?
8. ¿Cómo era el concepto de Agustín acerca de los milagros?
9. ¿Por qué es importante sostener lo maravilloso?
10. ¿Admiten los milagros una explicación natural?
11. ¿Implican los milagros una suspensión de las leyes de la naturaleza?
12. ¿Cuál es el significado especial de los milagros de la Biblia?
13. ¿Pueden todavía acontecer los milagros?
14. ¿Hay milagros todavía?

15. ¿Qué opina usted de los milagros de la iglesia católico romana?